A propósito de la defensa póstuma de Humberto Ortega

<<Antes fue Somoza, hoy es Ortega. ¿Qué apellido será “el único culpable” mañana?>>

A coro surgen de los medios y plumas al servicio de la oposición que el Departamento de Estado y los grandes capitales reconocen, las voces que con cierta agresividad (algo altanera y magisterial) reclaman a la ciudadanía nicaragüense que modere su repudio hacia la figura de Humberto Ortega Saavedra, hermano del dictador de turno. No cabe duda: tratan de limpiar de culpa el camino de un “buen arreglo” con el régimen en el cual insisten con obstinación desde 2018.

Ya los conocemos. Somos una nación o lo que es lo mismo, en palabras de un gran filósofo español, “un sistema de secretos, un repertorio de arcanos que constan a todos sus naturales y son impenetrables para los extraños.” A otros podrán hacer creer que los motiva su “civismo” y “espíritu democrático”. Nosotros, que somos parte de la nación, conocemos lo que el mismo filósofo llama “intimidades” que para otros pueden ser ocultables pero no para los “naturales”. Para nosotros el “repertorio de arcanos” no es ningún misterio.

Cabe de todas maneras––y hace falta siempre––la reflexión. Esta vez, además de lo puramente estratégico, se despliega ante nosotros lo ético y lo ideológico, de fundamental importancia para la construcción de nuestro futuro, hasta donde esta puede ser consciente.

Trataré de dejar apenas planteadas algunas inquietudes que no tienen posibilidad de germinar a menos que sea en la reflexión colectiva de los ciudadanos que queremos un cambio democrático; es decir, quienes aspiramos a que el orden oligárquico-autoritario, la fábrica de dictaduras, desaparezca de Nicaragua:

La fantasía del perdón misericordioso sin justicia estructura y sostiene la aceptación social de la impunidad. De ahí que los propagandistas del sistema (estén o no en estos momentos enfrentados a Daniel Ortega y Rosario Murillo) recurran a elementos dispersos en nuestras tradiciones para articular a conveniencia propia un argumento que relativiza, empleando lo que un pensador contemporáneo llama “distancia cínica”, los crímenes de lesa humanidad de Humberto Ortega.

Este es el lado “cara” o anverso de la moneda. En el reverso, del otro lado, del lado que por infeliz coincidencia en muchas latitudes se denomina “cruz”, está el esfuerzo de reducir a un accidente, a la maldad “diabólica” de dos poseídos, la recurrencia sistemática y crónica bajo múltiples máscaras individuales de la opresión oligárquico-autoritario. Antes fue Somoza, hoy es Ortega. ¿Qué apellido será “el único culpable” mañana?

El verdadero problema ideológico de Nicaragua es este, el de esta falsa moneda. He aquí el quid del asunto, y no en temas prácticamente estéticos, de la más superficial estética que representan antinomias veleidosas de carnes ya mortecinas tales como “izquierda versus derecha” o “capitalista versus comunista”.

El problema ideológico, como siempre, es que la niebla de falsas representaciones obstruye el camino de nuestras mentes hacia la realidad, y el de nuestras voluntades hacia la acción efectiva. La ideología es el arma más poderosa del Poder. Le permite, cuando no legitimarse, manipularnos y desgastarnos. En el caso de la Nicaragua actual (¿podrá llamarse esto casualidad?), la falsa moneda ideológica con que intentan adormecer nuestra conciencia, ensalza las acciones tardías que supuestamente (nos quieren hacer suponer) emprendió el genocida recientemente muerto: su conversión, nos dicen, a la práctica democrática. Esta se reduce para los falsificadores a la insistencia de dialogar, conceder, aceptar y, por supuesto, ¡perdonar! a los únicos interlocutores que creen capaces de otorgarles una cuota de poder: la pareja de El Carmen.

Este vulgar embuste, que requiere “distancia cínica” de los hechos, y especialmente de los intereses de las víctimas, es hoy por hoy un obstáculo inmediato a derrotar. Porque quienes así actúan se interponen entre los ciudadanos y sus derechos, entre el pueblo y el régimen. Cuando así actúan, se convierten en la práctica ––por su ambición de llegar primero o ser los únicos en llegar sin que “estorbe” el cambio democrático–– en un anillo más de seguridad alrededor de El Carmen.

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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