A propósito del conflicto palestino-israelí
Mario Burgos
Sueño con el día en que la humanidad abandone sus fanatismos viscerales, aunque eso represente el fin de las industrias de la guerra, la religión y el deporte. Sueño con el día en que podamos ver un juego de fútbol analizando la técnica y la estrategia de ambos equipos sin tener que sacarnos el corazón y arrojarlo, aún palpitante, desde la pirámide del sacrificio.
Pero, aunque me permita soñar, «y para soñar hay que estar despierto», muy pronto la realidad insiste en que los seres humanos somos visceralmente emocionales en lo ordinario, y racionales sólo en circunstancias extraordinarias.
Aun así, no deja de sorprenderme cómo tantos fanáticos religiosos, o simples fanáticos de la guerra, visten desde las redes sociales la camiseta de Israel o de Palestina como si solo se tratara de un partido de fútbol entre el Barcelona y el Real Madrid o cualquier otro «clásico», después de tantos siglos de conflicto.
Y aunque la Torá y el Corán hagan todo lo posible por convencernos de que debemos ir a la guerra porque así lo exigen sus respectivas franquicias, y todo sea por agradar a los dioses, no hay nada, absolutamente nada, santo ni deportivo en la guerra. En la realidad solo peleamos por recursos, a como lo hacen los chimpancés, que también combaten entre sí por el dominio de las áreas más fértiles o seguras del bosque. Nuestros primos primates también practican la crueldad como castigo ejemplar contra sus competidores, muy parecidas a nuestras prácticas terroristas.
Un judío estudioso del conflicto palestino-israelí me dijo que en realidad luchan por agua, y que los dioses de la guerra son solo instrumentos de conquista. Que tierra santa es cualquier lugar que nos brinde sus recursos, por los cuales estamos dispuestos a matar o a morir. Luchamos por poseer «los ríos de agua viva» para ser prósperos «, como árboles plantados junto a una fuente», y nada más.
Benditos aquellos que no son cómplices, ni promueven los santos baños de sangre donde se recrean los elegidos de los dioses.
Bienaventurados los que medien en el conflicto y procuren la paz.