Acción, Acción en Unidad (para la Unidad en Acción)
<<Es preciso abandonar el desgaste inútil de búsqueda de unidad a todo precio, unidad a cualquier precio, unidad con todos, unidad total, unidad que no solo es imposible, sino que es dañina, porque no puede unirse quien quiere el derrocamiento de la dictadura OrMu-Gran Capital con quien busca que se salve el sistema de poder que ambos constituyen; con quien busca que, pase lo que pase, los mismos poderes fácticos antidemocráticos sigan al mando de la sociedad. Por eso hay que descartar la idea de esa unidad idealizada, falsa, tramposa, que proponen como “unidad antes de la acción”, unidad como condición previa, sin la cual ¡nada puede hacerse!, y de la cual lo dicen así, explícitamente, sus partidarios: “es que primero tenemos que unirnos; sin unidad no hacemos nada”. Esto es falso.>>
Todas las desgracias del hombre provienen de no hablar claro.
Albert Camus (Argelia, 1913)
No existe nada peor que aquella cobardía mental que da la espalda a hechos y tendencias cuando estos contradicen ideales o prejuicios.
Lev D. Bronstein (Ucrania, 1879)
¡Oh raza de Atreo! ¡Cuántos males has sufrido hasta que, por fin, con el acontecimiento de hoy recobras a duras penas la libertad!
Sófocles (Colono, 406 AC)
En busca de un diagnóstico honesto, para un tratamiento exitoso
En un reciente conversatorio con políticos de oposición, un esfuerzo genuino de intercambio de ideas entre quienes buscan romper desde la oscuridad el dique de la opresión erigido por la dictadura OrMu-Gran Capital, se intentó, entre otras cosas, de hacer un diagnóstico de los grupos que hasta la fecha han dominado el espacio mediático de representación opositora. Para contribuir a dicho esfuerzo, presento aquí algunas ideas que, si son correctas, si el análisis que lleva a ellas lo es, obligan a un giro visible y contundente del enfoque estratégico opositor, tanto en términos de línea política, como de organización.
Los hechos, la terca realidad
El primer paso en este debate es el reconocimiento de los hechos: la euforia auto convocada chocó con la muralla paramilitar de la dictadura (tras haber abrumado, inicialmente, la policial, y neutralizado, temporalmente, la militar), bajo la mirada cómplice y el silencio paciente de los herederos-propietarios postcoloniales que el pueblo llama “Gran Capital”, y junto a la cooperación, intencional o ingenua, de operadores políticos y activistas que confiaron en “la vía cívica” impulsada por este.
Así, en salones de lujosos hoteles, en las instalaciones del Incae, en viajes por las capitales políticas de Occidente, y en múltiples y bien financiadas promociones mediáticas, transformaron el grito “¡que se vayan!” en la súplica “vamos a elecciones bajo Ortega, para que Ortega, el tirano, acepte los resultados y se vaya.”
La consecuencia de esta evisceración del reclamo popular ha sido el horror, el terror. Las garras del régimen, que pudieron haber sido cortadas en mayo de 2018, se aferran con saña, fuerza angustiosa, a la carne lacerada de la sociedad. Lo hacen a través de un Estado policial totalitario. El panorama actual, y esto lo puede atestiguar cualquiera, dista de la demagogia del “vamos ganando” tanto como es posible.
Las opciones del pueblo
Que el panorama actual es sombrío es una afirmación irrefutable.
Para el pueblo nicaragüense hay dos maneras de enfrentarlo. Una es claudicar, entregar sus esperanzas al verdugo, o a quienes se posicionan ante el pueblo como intermediarios que pueden convencer al verdugo, con una pequeña ayuda de sus amigos extranjeros, a comportarse de manera menos cruel, a cambio, por supuesto, de que lo dejen en paz e impunidad.
La otra alternativa para el pueblo nicaragüense es reconocer esta parte fundamental de la realidad: la dictadura se sostiene actualmente en lo que puede llamarse un equilibrio inestable. ¿Qué quiere decir esto? Que su sistema de poder no ha podido, ni puede, regresar a la posición de reposo que tenía antes de la explosión social de Abril. Es una casa dañada estructuralmente por un gran terremoto. En nuestra tierra, propensa a sacudiones, un temblor de esos que ocurren con frecuencia puede acabar de derribarla. No parece haber forma de repararla. No hay albañil ni ingeniero competente, y la materia prima, eso que en política llaman “legitimidad”, no está a la venta, ha desaparecido del mercado.
El problema de la oposición
Casi toda la oposición, argüiré en lo que sigue, pasa enteramente por alto este aspecto crucial de la realidad. De hecho, con raras excepciones, no se ha atrevido siquiera a un esfuerzo autocrítico que la lleve a desenterrar ––inteligente sería hacerlo— algo que podría escarbarse con las manos: cuatro años después de la exitosa conquista de las calles por un pueblo que, por desgracia, no contó con conducción política para tomar el poder, las organizaciones que se dicen opositoras han fracasado en construir un liderazgo legítimo. La oposición ha sido incapaz de utilizar el enorme, universal desprecio del pueblo hacia el régimen, y ha caído más bien en un estado de descomposición política, y hasta cultural, que intenta esconder sin éxito descalificando a sus críticos como “radicales”, “maximalistas”, “divisionistas”, “partidarios de la guerra”, “residentes en el extranjero”, y otros calificativos infantiles (o viles, según se interprete su intención).
La descomposición opositora
Cabe aquí la pregunta de por qué, de un movimiento tan potente como el auto convocado, se dispersó el vigor en tantos grupos sin norte, o al menos sin un norte democrático que la población vea en el cielo como una estrella guía. ¿Por qué la descomposición en la mayoría de las llamadas “fuerzas opositoras azul y blanco”? Explorar este tema es esencial, por el bien, precisamente, de la causa de la libertad y de la democracia de nuestro país.
Presento aquí ocho hipótesis:
- Algunas organizaciones son, o vienen, de partidos electoreros desprestigiados.
- Algunas organizaciones son, o provienen, de oenegés asistencialistas dedicados a reivindicaciones sectoriales; son legítimos sus propósitos, por supuesto, pero crean un obstáculo hasta ahora infranqueable, porque las organizaciones creadas para alcanzarlos no logran transformarse, de lo que han sido, a lo que hace falta ser en la política, especialmente en las circunstancias actuales de Nicaragua: no logran convertirse a la lucha diaria, áspera, dura, por conquistar el poder del Estado.
- Muchos líderes en el exilio enfrentan la precariedad económica propia y de sus partidarios, anteriores o potenciales.
- El esfuerzo de crear un movimiento militante, organizado, de lucha, se enfrenta a retos culturales que tienen su origen en el espíritu auto convocado. Por momentos, pareciera que hace falta transformar en sólido algo gaseoso. El ansia de libertad que brotó más o menos espontáneamente, más o menos anárquicamente, ha dejado de estela un ambiente en el que muchos ciudadanos flotan de grupo a grupo, sin apego particular a ninguno, sin claridad política o ideológica, ni mucho menos hábito de militancia partidaria, la cual, más bien, rechazan.
- Muchos líderes reconstituyen sus vidas y su actividad en el exilio al estilo oenegé (de decisiones por unanimidad, espíritu de asamblea abierta, y dependencia de la ayuda financiera de instituciones del mundo desarrollado) que ha imbuido desde sus inicios lo poco que hubo de organizado en el movimiento de Abril. Este estilo de organización es útil en ciertas esferas y momentos de la vida social y política, pero no en las circunstancias de la política actual. En estos momentos, el estilo oenegé es un impedimento para crear organización de lucha, con luchadores dispuestos a desafiar el Estado Policía Totalitario, porque en el ambiente “gaseoso” arriba descrito, los líderes de las oenegés no solo buscan mantenerse dentro de lo que es “aceptable” para sus donantes (que no necesariamente coincide con las necesidades de la lucha), sino que intentan retener a cuantos puedan dentro de sus “espacios”, y esto solo pueden hacerlo con una inclusión prácticamente sin límites, con una tolerancia total que “no excluya” a nadie, lo cual, en la práctica, quiere decir también que no “comprometa” a nadie. El resultado: participación desordenada, sin compromiso, sin que puedan trazarse metas de lucha que se persigan disciplinadamente como un colectivo cohesionado.
- Hay una influencia desproporcionada, en medio de la precariedad, de los poderes fácticos nicaragüenses y extranjeros dispuestos a asistir financieramente a aquellos grupos que no cuestionen su sistema de poder.
- Se mantiene la lealtad a viejos clanes y grupos de poder, que todavía ejercen gran influencia, basada en la inercia histórica, y que lleva a un cálculo oportunista: “tal o cual clan o persona podría, mañana, estar en el poder; no puedo confrontarlo”.
- Hay entre nosotros un nivel cultural y político muy bajo, que ha facilitado a los poderes fácticos crear caos y desorganización en las fuerzas opositoras, empezando desde el Diálogo I.
El liderazgo necesario para la revolución democrática que el pueblo anhela
A este conjunto de condiciones nos enfrentamos. En este terreno áspero y peligroso nos encontramos. ¿Cómo, en medio de él, construimos un liderazgo auténtico, un liderazgo que sea capaz de enfrentar las inclemencias, las sorpresas que el enemigo prepara en sus trampas, para impulsar una revolución democrática?
Revolución Democrática: demoler la cárcel para construir un hogar
Porque, aclaremos primero, no habrá democracia en Nicaragua sin revolución democrática.
¿Revolución democrática? El argumento es muy sencillo: el sistema de poder de Nicaragua, encabezado hoy por la tiranía de Ortega y Murillo, no tiene capacidad alguna de evolucionar. Al igual que la casa fracturada por el terremoto que he mencionado arriba, no puede ser reparado pared por pared. La única forma de evitar que nos caiga encima es derribándola y construyendo una nueva. Cuando la evolución no es posible, la revolución es indispensable.
Para que la nueva casa no sea como la vieja, una cárcel sin ventanas, los planos deben ser muy diferentes. Conviene una casa de materiales ligeros, techos bajos, amplias ventanas y puertas, escasas paredes interiores: que lo que se cocine esté a la vista de todos. Y, para asegurarnos de que el edificio sea construido como se debe, no podemos correr el riesgo de entregar el trabajo a los arquitectos, ingenieros y albañiles que construyeron el anterior.
¿Cómo ocurrirá el proceso de demolición de la vieja cárcel?
Podría haber comenzado en mayo del 2018, pero la falta de conducción política democrática permitió que los propios protagonistas del sistema de poder, Ortega-Murillo y el Gran Capital, se pusieran al frente de una supuesta “solución dialogada”, que solo sirvió para dar a OrMu tiempo para reagruparse, para matar a quien hubiera que matar, y afirmar su poder incluso ante sus socios subordinados que desde el Gran Capital impidieron el derrocamiento, creyendo (son, además, históricamente miopes) que el capo mayor les haría concesiones para estabilizar el modelo fascista. Erraron en esto, obviamente, aunque muchos aún cosechan enormes fortunas, cuatro años después, y no parecen en lo más mínimo inclinados a cambiar de curso. Pero la deriva totalitaria con ribetes demenciales de la pareja de El Carmen amenaza a un vasto rango de los intereses creados del país, aparte de la miseria que imparte entre la población trabajadora, por lo que la búsqueda de una “solución”, es decir, de una alternativa a la actual cara del poder continúa. Esto, aunado a los retos que implica la construcción de una alternativa de poder democrático en el seno del pueblo, hace que sea imposible predecir cómo se iniciará el colapso final del sistema.
Sin embargo, podemos estar seguros de dos cosas. Una es que solo por la fuerza saldrán del poder real sus actuales ocupantes. La probabilidad de una salida voluntaria es cero, por más que lo nieguen los opositores pro-sistema de poder, los favoritos de la oligarquía.
La segunda es que, como no habrá democracia sin revolución democrática, es esencial construir una alternativa de poder democrático, una organización popular de lucha democrática, para hacer avanzar, en las condiciones que se presenten, cuando se presenten, la agenda de democratización y desarrollo que Nicaragua necesita, no solo para reconstruirse, sino para su prosperidad material y espiritual. Para la libertad.
¿Cómo construir esa organización de lucha?
Tarea fácil no es, no lo es nunca. Tarea imposible, mucho menos. Tarea indispensable, claramente. Y el primer paso es, como recomendara Camus, “hablar claro”. La organización de lucha solo puede ser organización de luchadores y para luchadores, en el sentido de que todos los esfuerzos deben estar dirigidos a organizar a la población para la resistencia activa, con la meta de tomar el protagonismo político en la transición hacia la democracia. En las circunstancias actuales, eso implica empezar desde el trabajo clandestino, estructurando células que a su vez se integren a redes. Implica, aún con más urgencia, desarrollar una propaganda de la agenda democrática que penetre hasta el último rincón del territorio, por todos los medios accesibles. Que sea persistente, potente, continua, que haga retumbar el espacio político y latir la esperanza por el futuro mejor que vendrá. Para que todo esto sea posible, hay un lugar en la lucha para todos los demócratas, uno por uno. Hay quienes valientemente se encargan de tejer redes dentro del país, hay quienes trabajan en estructurar y producir la propaganda, hay quienes contribuyen con su tiempo y su dinero; cualquier tiempo y cualquier cantidad de dinero. En esto, el exilio juega un papel que debe ser fundamental, para poder crear un movimiento popular que no esté maniatado por los poderosos que firman cheques a su conveniencia.
Acción en Unidad, Unidad en Acción
Para que esto funcione, para que nos concentremos en el esfuerzo de crear una organización efectiva de lucha democrática, es preciso abandonar el desgaste inútil de búsqueda de una unidad a todo precio, unidad a cualquier precio, unidad con todos, unidad total, unidad que no solo es imposible, sino que es dañina, porque no puede unirse quien quiere el derrocamiento de la dictadura OrMu-Gran Capital con quien busca que se salve el sistema de poder que ambos constituyen; con quien busca que, pase lo que pase, los mismos poderes fácticos antidemocráticos sigan al mando de la sociedad. Por eso hay que descartar la idea de esa unidad idealizada, falsa, tramposa, que proponen como “unidad antes de la acción”, unidad como condición previa, sin la cual ¡nada puede hacerse!, y de la cual lo dicen así, explícitamente, sus partidarios: “es que primero tenemos que unirnos; sin unidad no hacemos nada”. Esto es falso, y es la excusa perfecta para la pasividad, para seguir reuniéndose, viajando, chateando, tallereando, peleándose entre ellos interminable y agriamente, para seguir, cuatro años después, en el absurdo de “buscar consensos”, ¡como si no existiera ya el que importa, el de rechazar totalmente a la dictadura, el de no aceptar cohabitación alguna con ella, el de exigir su fin! ¡Como si no hubiera habido un 7 de Noviembre en que el pueblo hubiese manifestado exactamente esos propósitos! Es que, quienes se dedican al reunionismo unitario de “sin unidad no podemos hacer nada”, no parecen darse cuenta de que, por lógica elemental, también estarían diciendo, en vista de que no hay unidad, esto: “no hemos hecho nada”. La lógica es inescapable. De hecho, como ha escrito Pío Martínez en un provocador ensayo, parecieran más interesados en buscar la unidad que en encontrarla.
Acción, acción política, convergencia en acción de lucha, acción en unidad, unidad en acción
Por eso, quienes hemos insistido en que la unidad debe ser en la acción, necesitamos enfatizar la palabra acción, porque es acción en unidad, la acción política de cada uno de nosotros, la que nos hará encontrarnos en el camino, si es que llevamos el mismo propósito. La unidad, se ha dicho ya, no puede buscarse eternamente, como se busca el Santo Grial, o ser tratada como un fetiche, ya que lo que hace falta es, hay que reiterarlo hasta el agotamiento, una organización de lucha, alejada, dadas las circunstancias, de toda lógica electoralista.
Una organización así no puede construirse rechazando la idea de construcción de partido(s) para la lucha democrática, dejando que nos detenga un prejuicio, aunque sea este fundado en la experiencia de corrupción y traición de los partidos del sistema, que han vivido de prebendas electorales aun en medio del evidente fraude estructural.
Una organización así no puede construirse por métodos y prácticas de oenegés, por más benignos y útiles que estos sean en otros contextos.
Una organización así no puede construirse plegándose a viejos clanes de poder, a las fuerzas retrógradas que tienen al país en dictadura y atraso.
Una organización de lucha se construye en acción en unidad con quienes ya luchan organizados, y atrayendo a todos aquellos individuos dispuestos a luchar, disciplinada y perseverantemente, con claridad de propósito, por una agenda democrática, desde sus capacidades y hasta sus limitaciones, a sabiendas de que representan a la abrumadora mayoría que quiere, no un cambio de rostros y nombres en la cúspide del sistema de poder, sino un cambio radical de este, que ponga por encima de todos los objetivos la libertad humana en todas sus dimensiones.
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.