Adiós Macondo
En un bonito edificio en la ribera del Río Amstel, que da su nombre a la ciudad de Ámsterdam, en los Países Bajos, se encuentra el CC Amstel, acogedor teatro que cada año presenta el trabajo de numerosos artistas, famosos algunos y otros que empiezan a abrirse paso en el teatro y otras artes. En este escenario, el 26 de mayo recién pasado y ante un público muy diverso, el grupo teatral Lleca presentó la obra Adiós Macondo, de Mick Sarria, el conocido autor y director de teatro leonés, quien desde su exilio en el 2018 continúa su trabajo creativo, que ahora también es de denuncia de la dictadura que oprime a Nicaragua.
La obra hizo su debut en abril, con mucho éxito, en el famoso Festival Internacional ICAF, que cada año se celebra en la ciudad de Rotterdam, y fue invitada a presentarse ahora en este teatro.
El título nos anuncia que la obra trata sobre la despedida y que Macondo es un recurso artístico para referirse a Nicaragua, un país que sufre bajo la bota de la más inhumana, cruel y torpe dictadura de su historia, de donde los artistas se vieron obligados a salir para escapar a la muerte y salvar las piezas del rompecabezas en que sus vidas se habían convertido.
La despedida no es solo física: abarca y estremece todas las dimensiones del ser. Se deja el lugar que se ama, a la gente que se ama, y se deja también una sociedad que parece haberse quedado suspendida en el tiempo, con creencias de siglos y fantasmas que vagan sobre nuestras cabezas y nos susurran mil cosas al oído. Se deja un país que en los últimos años, bajo una dictadura ya sin frenos, da la impresión de haber regresado a la barbarie de los siglos terribles de la colonización española, donde lo único que importaba era la dominación de la población y la vida de los sometidos no valía nada.
Porque irte no nace de tu voluntad, el adiós es de un dolor indecible. Te ves obligado a huir y a despedirte en silencio de todo lo tuyo, a despedirte incluso de quién eras, y cuando echás a andar, aquel que fuiste queda allá, convertido en recuerdo, tuyo y de los demás, que en los días siguientes descubrirán tu partida y comprenderán que no les hayas dicho nada de tu viaje, pues debías mantener tus planes en secreto.
Te vas enmedio de la noche, por las calles más oscuras, persiguiendo las sombras, cuidando de que nadie te vea, sin poder siquiera mirar a plena luz por una última vez, tu casa, tu calle y tu barrio. Te vas porque no te queda más remedio que irte, porque aún no has perdido el impulso vital que te dice que tenés que seguir viviendo y si no te vas te matará una bala, un garrote o un cuchillo, o morirás de angustia, de tristeza o de hambre. Te vas, como los muertos, casi nada más que con las ropas que llevás puestas, porque hay que viajar ligero y ya demasiado pesada es la carga que llevás en tu mente y tu espíritu.
La partida es apenas el inicio del calvario. Antes de llegar adonde sea que te has propuesto llegar aún tenés que vivir muchos peligros, aún puede ser más grande tu desgracia, aún puede alcanzarte la muerte que ha venido siguiéndote los pasos.
Más tarde, cuando hayas alcanzado un lugar en el que te sentís seguro, aún te perseguirán los fantasmas que creés haber dejado atrás y se te aparecerán en tus noches, así como el espectro de Prudencio Aguilar, del que José Arcadio Buendía creía haber escapado lo persiguió por doquier hasta encontrarlo.
Al igual que en la novela Cien años de soledad, que sirvió de inspiración a la obra, en esta los diálogos o acotaciones son escasos, puntuales, breves, y a veces brutales. No es esto un teatro clásico que apela el espíritu por medio de primorosos diálogos entre brillantes personajes, no, como en la novela, son las imágenes que se nos presentan las que cuentan la historia. Fuera de ellas, las palabras que se escuchan solo sirven para conectar esas imágenes las unas con la otras y para permitirles mostrarse claramente. La musicalización, a cargo de Wil Galo, músico y compositor, leonés también, se incorpora en la historia y sirve fielmente a las imágenes, se hace parte inseparable de ellas.
Los cuerpos, sus movimientos, sus gestos, ellos nos van llevando de la mano por el entramado de ideas que van lanzando al aire. ¡Y vaya que los cuerpos de los jóvenes actores tienen tanto para contar! Cada uno de ellos tiene una historia terrible que aún no tiene final feliz. Hay sufrimiento en ellos, marcas profundas, que llegan mucho más allá de la piel. Uno de los exilados, ahora convertidos en actores, fue prisionero de la dictadura y sufrió en carne propia horrendos crímenes. El teatro les ha proporcionado un nuevo lenguaje para contarnos cosas de otra manera, cosas para las que quizás las palabras son incompletas, inútiles.
Si bien el teatro es para los jóvenes actores un lenguaje nuevo, una forma de expresión que hasta hace poco les era desconocida, su actuación de esa noche fue fenomenal y para el público es difícil darse cuenta de que esta es apenas la segunda vez que actúan. Destaca entre ellos la actuación de Jossimar Téllez, el único de los exiliados de quien por seguridad puedo decir su nombre.
Un comentario aparte merece Geraldine Lamadrid Guerrero, actriz mexicana solidaria, que dejó una profunda impresión en el público que la vio encarnar, en una actuación memorable, un personaje central de enorme fuerza. Más que una actuación, lo suyo fue una transfiguración en el tablado, muestra clara de su gran talento actoral.
Mick, quien también actúa en la obra y nos brindó una solida actuación, como nos tiene acostumbrados, nos contó, en el conversatorio que siguió a la puesta en escena, que la idea de la obra fue suya, pero que la construcción fue colectiva y que a medida que avanzaban se alejaban de la novela que la inspiró y se acercaban más al drama vivido por los miembros del grupo, y a Nicaragua y su horrible tragedia. Yo no puedo percibir ese alejamiento. Es que más que un lugar ficticio, hijo de la genial imaginación del gran Gabo, Macondo es la América Latina misma, es cada país y cada pueblo, y la historia que en su novela nos cuenta, es, de diversas maneras, la historia de esta región del mundo que aún no termina de encontrarse a sí misma, que aún no encuentra la forma de reconciliarse consigo misma.
No es difícil entender la urgencia de decir adiós al pasado violento y la sociedad opresiva que es aún nuestro presente, decir adiós a lo que hemos sido y escapar a un mejor lugar físico y espiritual, un lugar donde las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia puedan revolotear sin ser aplñastadas, donde podemos ser quienes somos y quienes queremos ser, y pensar lo que queremos pensar y ser libres de expresarlo, y ser libres de amar a aquellos hacia quienes el amor mismo nos conduce.
Mientras viajo en el tren que me lleva de regreso a la ciudad donde vivo, voy pensando que quienes vivimos fuera podemos decir muchos discursos, hacer muchas presentaciones y ofrecer dolidos testimonios sobre la horrible tragedia que vive Nicaragua y los nicaragüenses, pero que todo eso aunque valioso, no tiene la efectividad que el arte ofrece para llegar a los espíritus y las conciencias de los pueblos, para conmoverlos y moverlos a la acción. Ojalá tuviéramos muchas más obras de la alta calidad de Adiós Macondo y pudiésemos presentarlas por todas partes, para despertar la solidaridad de los pueblos del mundo con el nuestro y que esta se exprese luego en acciones que contribuyan a la liberación de nuestro país.
Me propuse escribir esta reseña sin contarle a usted detalles de la obra que he observado esa noche y es porque deseo que alguna vez pueda usted verla y disfrutar a ratos y a ratos sufrir como yo lo hice, de la multitud de ideas y recuerdos que vienen a la mente y de los sentimientos que invaden el espíritu. Aunque verá la misma obra, usted seguramente percibirá otras cosas que yo, pues las ricas imágenes que se presentan a nuestros sentidos son, sin duda, interpretadas por cada quien de diferentes maneras, marcadas por la historia de cada espectador. Lo que hemos vivido y experimentado, las cosas que aprendimos, los amores que hemos tenido, nuestras aventuras y desventuras, nuestras ideas políticas, todo esto y mucho más, pintan de un color propio el cristal desde donde miramos y dan ese color a lo observado. De cualquier modo, la obra nos lleva en un viaje fantástico.
Esa noche, ya en mi cama, mirando al cielo raso, una pregunta que me hago con frecuencia, me visitó de nuevo y no me dejó dormir: ¿será que se puede escapar de Macondo?
Fotos: Lleca Teatro