Alianza Cívica: ¿Post Mortem?

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

Artículos de Francisco Larios

Mientras la Alianza Cívica muere de nuevo, o se resiste a morir, o empieza a mutar una vez más, cabe ponderar las razones por las que esta extraña criatura no cruza el umbral definitivamente, ni en una dirección ni en la otra.  Tiene importancia práctica–medible en vidas y muertes– entenderlo y entender las metas, patrones de conducta e inclinaciones estratégicas de sus promotores.

Esta tarea enfrenta, aparte de los obstáculos puestos intencionadamente en el camino por los guardianes del poder, dificultades que provienen de nuestra cultura.  Una de ellas es (irónicamente, porque también somos capaces de un cinismo nada timorato) nuestra tendencia a bajar la guardia y dar un visto bueno generoso a ciertos políticos, y luego protegerlos de la crítica con un “hay que confiar, ¿no ven que es bienintencionado?”.

El camino del infierno

Constatar «buena intención» es muy complejo. Para empezar, un mismo acto humano es generalmente impulsado por varias intenciones.  Nuestros motivos están marcados por la experiencia de cada cual, por la información ‘objetiva’ que obtenemos racionalmente, por los valores que heredamos, y por nuestra vanidad.  Incluso nuestra percepción de quién es «bien intencionado» cae en el mismo molde. 

Imagen de un volcán
Foto: Francisco Larios

Por ejemplo, un caballero de edad avanzada que hable pausadamente y con discreto aplomo, como el Dr. Carlos Tünnermann Bernheim, tiende a recibir entre nosotros un pase de cortesía que lo convierte en portaestandarte ideal.  Así que su caso puede ser particularmente aleccionador. Lo toco a sabiendas, consciente de entrar en un berenjenal, de que hay en el camino letreros de “lapidación adelante”.  Aprovechen, pues, dense gusto si desean, los fanáticos del lanzamiento de piedras.  Pero la vida y la libertad exigen que maduremos como actores de nuestra propia historia, personal y social. No podemos ser, eternamente, niños confiados que callan dóciles ante un abuelo. 

Por tanto, haré el esfuerzo.  El Dr. Carlos Tünnermann Bernheim fue miembro prominente del gobierno del FSLN en los ochenta.  Primero, fue Ministro de Educación entre 1979 y 1984, de tal manera que no puede escapar responsabilidad por el giro de la educación pública hacia el proyecto orwelliano del FSLN, de adoctrinar a la niñez a favor del sandinismo; esfuerzo, por cierto, de tinte guerrerista.  Luego, fue Embajador del gobierno del FSLN entre 1984 y 1988, ya con Daniel Ortega como presidente y el escritor Sergio Ramírez Mercado como vicepresidente.  Estos fueron años de una represión a tal escala, de una opresión tan descarnada y una destrucción económica tan vasta, que cientos de miles de nicaragüenses (podrían ser más de un millón en una población mucho menor que la actual), y decenas de miles de jóvenes reclutados a la fuerza (se dice que más de 50,000) tuvieron que huir al exilio o perecieron en los campos de la guerra civil.

En la evaluación justa que merece cualquier ser humano, especialmente uno que en el lado del haber tiene contribuciones intelectuales y humanistas notables, recordar que el Dr. Tünnermann participó en un régimen tan destructivo como el de aquellos años no es condenarlo por todos los males que acaecieron, ni mucho menos atribuirle, en su actuar de hoy, malas intenciones.  El punto práctico es sencillamente este: uno no puede asumir que un talante bienintencionado sea suficiente para adoptar la actitud que algunos predican, de “confiar y dejarlos hacer”.  Cosas terribles pueden ocurrir al lado de la bondad.  El camino del infierno, dice el refrán, está empedrado de buenas intenciones.

‘Síganle el rastro al dinero’

Ya que no somos lectores de almas, y nuestras apuestas intuitivas fallan a veces trágicamente, hay que auxiliarse en lo posible de métodos racionales y desatarse, también en la medida de lo posible, de la emotividad y de la inercia cultural. Podemos, por ejemplo, aplicar el consejo del personaje “Garganta Profunda” en el famoso filme de Alan Pakula sobre la caída de Richard Nixon de la presidencia de Estados Unidos: para llegar a la verdad hay que «seguir el rastro del dinero”.  En nuestro caso, hablamos de los intereses de quienes guían hegemónicamente el proyecto de la Alianza Cívica. 

Desde el momento de su concepción como Diálogo 2.0, la identidad de los caudillos de la sombra es indiscutible, y su pacientísima conducta ante los atropellos cada vez más organizados del régimen–que ya da claras señales de estar listo a asesinar selectivamente a cuantos sea necesario–pone en evidencia que su agenda no calza con las necesidades de supervivencia y libertad de la mayoría de los nicaragüenses. 

No creo que necesite extenderme mucho en este tema, porque hay confesión y evidencia abundante en los archivos, pero la angustia me agobia cuando veo cuán eficiente ha sido la Alianza como instrumento para maniatar a la ciudadanía, y para servir de escudo al régimen ante la comunidad internacional.

A escudo vuelven, si se sientan con Ortega otra vez; si es que Ortega—cada vez más desafiante—lo permite.  Porque una vez más, la «comunidad internacional», liderada regionalmente por Almagro, podrá decir: «bueno, ya están hablando, démosles tiempo». 

Sociología (o historia) de un espejismo

¿Por qué actúan de esta manera los poderes detrás de la Alianza? Pues, porque siempre lo han hecho.  Es su ilusión de control de la finca, control que las élites postcoloniales son incapaces de concebir en manos que no sean las que ellos designen o acepten.  Para muchos de ellos el mundo no se divide entre demócratas y autoritarios, sino entre «nosotros»–o sea, su reducido grupo social y económico– y «ellos» o más bien «aquellos», gente que vive en una otredad lejana, remota, a la que deben manejar porque de lo contrario es el caos, la montonera amenazante cercando palacio.  O como algunos dijeron al principio de esta crisis, “otro 19 de Julio”.

Políticamente, los prestantes creen que, tras neutralizar a los ‘radicales’, pueden ahora «ganarle la partida» a Ortega. ¿En qué consistiría la victoria? En arribar a un nuevo «arreglo» por el cual –y esto lo dicen sin dar detalles, porque realmente no consiguen imaginarlos– las tensiones amainarían, y las cosas pasarían a una neutralidad controlada, talvez con un remedo de elecciones, porque no creen que se pueda, incluso algunos de ellos piensan que no se debe, realizar elecciones totalmente libres en Nicaragua.  Para este ‘escenario’ creen contar con el agotamiento de Ortega (aunque pasan por alto los rasgos patológicos de Murillo) y creen que Ortega va a retroceder ‘algo’ para encontrar una salida maquillada.

¿Quién dijo miedo?

Todo esto a mí me suena ilusorio.  Para empezar, no creo que en Nicaragua nadie tenga más miedo al futuro que Daniel Ortega. Pero pocos son más astutos.  No es accidente que al lado suyo los negociadores de la Alianza luzcan torpes.  La combinación de miedo y astucia obliga a Ortega a una rigidez inusual—la más pequeña concesión podría llevar su reino al colapso—y hace que aun en un escenario ‘optimista’, de acuerdo democratizador con la Alianza, las concesiones de esta tendrían que ser extremas: en esencia, aceptar el dominio por tiempo indefinido del sicariato orteguista, a cambio de reformas cosméticas y unos cuantos ‘huesos’ y curules. Cualquier desvío del nuevo ‘consenso’ sería castigado como hemos visto en días recientes, con asesinatos selectivos en el campo y la ciudad, el nuevo modus operandi de la represión.  El silencio caería sobre el reclamo de justicia y libertad de los nicaragüenses.  Sería la paz de los sepulcros para unos, y un mejor “clima de negocios” para otros.

La trampa

Hacia esta trampa estratégica se han ido deslizando personas que gran parte de la población percibe como gente de buena voluntad.  El propio Dr. Tünnermann, el estudiante Jerez, la activista Azahalea Solís, ¡qué se yo!, gente (esto, y estos nombres, los he escuchado en boca de participantes del proceso y gente cercana a sus círculos) que se siente impotente ante el régimen, pero también ante la fuerza económica abrumadora y amoral (o inmoral) de los grandes empresarios, y que han decidido que «peor es nada», que es “esto o nada”, o lo peor, que es “esto o la guerra”.

¿Cuánto tiempo funcionará la trampa?  ¿Cuánto tiempo hay para evitar la guerra? Si la historia de Nicaragua es guía, y debería serlo si queremos evitar más tragedias, llegará el momento en que se agote la paciencia de segmentos tradicionalmente beligerantes de la población, como los campesinos y los estudiantes, especialmente porque Ortega no está dispuesto a que la gente se refugie en sus creencias, en su religión, y por tanto agrede lo que es más sagrado.  La ceguera del poder ha conducido a la guerra en ciclos y repeticiones perversas.  Es temerario e irresponsable asumir que ‘esta vez es diferente’, que ‘la guerra es imposible’.

Una vez más: ¿cuál es la ruta?

Por eso, más allá de consideraciones tácticas y éticas, hay que reflexionar sobre si la insistencia en una “salida negociada”, en un “diálogo” que lleve a “elecciones adelantadas” con Ortega en el poder, es realista. 

Yo creo que no lo es, y pienso que es muy improbable que tenga buen final; por consiguiente, si uno aspira a un futuro de paz, desarrollo y democracia para Nicaragua, hay que dejar de desperdiciar energías y perder el tiempo, hay que buscar otra ruta. 

No hago secreto de mi preferencia, que no es solo mía, ni de mi invención, sino de muchos activistas autoconvocados, y es además un clamor en ascenso desde el pueblo: organizar la desobediencia total, que vuelva el país ingobernable para la tiranía.  Se hizo así en 1978-79, aunque entonces el catalizador de la ingobernabilidad fue la lucha armada.  Se puede hacer de nuevo, se debe hacer, si es que algún día el país va a librarse del sicariato orteguista.  Debería hacerse, puede aún hacerse, sin lucha armada, que es el campo de batalla preferido del FSLN. 

Para los políticos, y para todos aquellos que aspiren a serlo (una aspiración sana, que hay que rescatar de la miasma) mi deseo es que entiendan que los actuales patrocinadores de la Alianza, los magnates que han hundido a Nicaragua en la miseria y apuntalado a la dictadura, son mala compañía en su camino. Un día, haberse asociado a ellos puede ser una mancha en la hoja de vida de cualquier candidato. Vayan mejor solos, que mal acompañados.  Tal soledad será solo aparente y, en todo caso, temporal.  Los poderosos de hoy los verán como estorbos, y usarán su caudal económico para menoscabarlos.  Pero tengo la esperanza–en el fondo una serena convicción–de que los poderosos de mañana serán otros: los ciudadanos, la mayoría. A esa mayoría les recomiendo que apuesten.

Francisco Larios

El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org. Artículos de Francisco Larios