Apuntes para la Historia de un Sueño
<<Así se escribe la historia que no se cuenta, la que se oculta y se trata de justificar con argumentos trillados y tergiversados. Lejos quedaba la ilusión por un mañana mejor, por la creación del “hombre nuevo” que tantas esperanzas despertó dentro y fuera del país. Antes de la derrota electoral, el destino de la Revolución ya estaba cantado.>>
Ernesto Cardenal siempre fue un ministro especial, diferente; no era un burócrata o un administrador, sino un artista, un humanista, un poeta cuya visión de la revolución y su papel como alto funcionario diferían de sus pares en el gabinete de gobierno. Los que trabajamos con él, fuimos testigos del esfuerzo permanente por sacar adelante los diferentes programas y proyectos que daban razón de ser a nuestro Ministerio. Una lucha contra los egos exacerbados de quienes detentaban el poder y se negaban a ver la importancia del papel de la CULTURA en la definición de nuestra identidad y la defensa de nuestros valores como país.
Es curioso comprobar a posteriori que, para la dirigencia revolucionaria y el partido FSLN, la existencia del Ministerio de Cultura nunca tuvo la importancia que ameritaba y esa falta de visión y apoyo, incluso de guerra silenciosa, generó la debacle posterior.
El Padre Cardenal, militante disciplinado, acataba con humildad las “orientaciones” aun cuando éstas fueran contra los propios intereses del ministerio. Sin embargo, cuando el Estado necesitó enfrentar momentos difíciles y de gran impacto en la población, como el embargo del trigo en el primer trimestre de 1981, fue el Ministerio de Cultura el que propuso la magnífica Feria del Maíz, “El Maíz nuestra Raíz”, movilizó a todos sus cuadros, propuso concursos, eslóganes, canciones (que aún forman parte del legado de esos años), y volcó todos sus esfuerzos en lograr una movilización cultural que, reforzando nuestra identidad, pusiera en valor nuestra gastronomía y constituyera una respuesta digna y coherente al bloqueo sufrido. En esa ocasión, el Estado junto al Partido, pusieron a disposición del Ministerio recursos económicos y humanos que reforzaran las acciones propuestas y la Feria del Maíz se convirtió en un éxito absoluto, poniendo así en relieve que la Cultura, como un factor transversal, no era un capricho superfluo, sino razón de ser en la búsqueda de la identidad nacional y expresión indiscutible de soberanía. De hecho, han seguido celebrándose anualmente hasta nuestros días. Igual impacto tuvieron las numerosas Ferias de Artesanías o la Feria Internacional del Libro. El Maratón de Poesía Rubén Darío, precursor de los festivales internacionales de poesía, fue uno de los eventos más importantes y con gran impacto nacional e internacional, que el Ministerio de Cultura promovió como parte de la política cultural que impulsó en aquellos años de enorme ilusión.
Sin embargo, en el día a día las cosas eran muy diferentes; contar con un presupuesto que nos permitiera operar con los mínimos recursos; obtener el reconocimiento de la especialidad de nuestros funcionarios en sus diferentes campos: museógrafos, museólogos, escritores, artistas plásticos, educadores de arte, restauradores, artesanos, bibliotecarios, archivistas, etc., fue siempre una lucha cuesta arriba por la falta de comprensión de los funcionarios y burócratas del Ministerio de Hacienda, de Planificación, etc., a quienes el mundo cultural les era totalmente ajeno y les parecía innecesario y un desperdicio invertir recursos en este campo. Las risitas despreciativas incluso en las reuniones de Gabinete, los recortes presupuestarios constantes sin escuchar nuestras razones y argumentos; la falta de medios como vehículos, equipos especiales, espacios adecuados para el desarrollo de las labores, como la educación artística; el escamoteo de recursos obtenidos a través de organismos internacionales, etc., fueron la norma de esos nueve años en los que el Ministerio sobrevivió contra viento y marea, por la férrea decisión y entrega de sus funcionarios y la disciplina de su ministro. La creatividad ante las dificultades nos permitió sacar adelante importantes iniciativas y proyectos, la mayor parte del tiempo contando con la ayuda solidaria de países y gobiernos que creían en nuestra visión de la Cultura como factor de cambio, como fundamento de nuestra soberanía, de nuestra independencia, como definición de nuestra Identidad.
La guerra sorda de la ASTC contra el MINCULT o, mejor dicho, de Rosario Murillo contra Ernesto Cardenal dejó en el camino muchos sinsabores, frustraciones, enemistades y víctimas como Daisy Zamora, la primera viceministro, que fue defenestrada de manera violenta e inmisericorde y degradada sin ningún atisbo de respeto como persona, profesional y militante. A ella le siguió Francisco Lacayo, también viceministro, y más tarde el mismo Cardenal. Durante los últimos cuatro años de su existencia, el Ministerio de Cultura funcionó con un ministro y un secretario general. Las instancias de poder se negaron sistemáticamente a nombrar a Vidaluz Meneses (qepd), propuesta por Cardenal, como viceministro. Ella ejerció el cargo de facto hasta el cierre ignominioso del Ministerio. Dadas las particularidades de Ernesto, figura mundial dondequiera que fuese y al que se le enviaba constantemente como representante de la Revolución al extranjero para concitar solidaridad y aunar recursos económicos, el MINCULT, apoyado en su Consejo de Dirección alrededor de Vidaluz, fue sorteando obstáculos crecientes en todos los frentes, sin contar con los apoyos necesarios al más alto nivel. En muchos casos, era torpedeado por otras instancias de gobierno que contaban con poder y recursos muy superiores a los nuestros. Incomprensible que un ministerio del mismo gobierno, creado con la ilusión del cambio revolucionario, tuviese de enemigos a sus propios pares en el Estado.
Programas técnicos, como Bibliotecas y Archivos y Patrimonio Cultural, urgidos de personal calificado con especialidades que no existían en el país, tuvieron que recurrir a la cooperación internacional, tanto para la formación de su personal, como para el desarrollo de proyectos concretos. Suecia, Noruega, OEA, UNESCO, Cuba, España, México y Venezuela, entre otros, aportaron recursos financieros y apoyos diversos para hacer frente a las dificultades y facilitar la realización de proyectos y el desarrollo de los programas.
La ASTC, dedicada exclusivamente a los artistas en sus diferentes disciplinas, se inició como un sindicato. Paulatinamente fue haciendo contrapeso a los programas que el MINCULT, como institución oficial, llevaba adelante en el campo artístico e invadiendo sus competencias. Recursos humanos formados con esfuerzo a través de la cooperación internacional, eran captados por la ASTC ofreciendo mejores condiciones de trabajo y mayores prestaciones. El organismo no estaba sujeto a las regulaciones y restricciones de los entes oficiales y operaba con las ventajas propias del acceso irrestricto al poder y recibiendo hasta un 90% de subvenciones del Estado.
Se promulgaron leyes específicas en el campo de la Conservación del Patrimonio Cultural que contemplaban la participación y apoyo del Estado en su conjunto y de los diversos entes oficiales en particular, por ejemplo, en la investigación y rescate arqueológico; en la protección y rescate de archivos documentales históricos; en el inventario de museos y bienes culturales muebles e inmuebles; en la prevención del expolio de bienes culturales, entre otros. Sin embargo, ninguna institución estuvo nunca dispuesta a apoyar y aportar medios, recursos y tiempo según lo establecía la ley. El MIDINRA, uno de los más poderosos ministerios en esa época, se caracterizó por su falta de apoyo en nuestra labor y la ausencia de empatía con nuestras responsabilidades. Así, los hallazgos paleontológicos de San Rafael del Sur en la mina K-11, fueron destruidos y sepultados para siempre una vez que el primer rescate se realizó en 1981. Nunca más se permitió el acceso de los técnicos del MINCULT, ni se recibió ningún aviso sobre nuevos descubrimientos.
Como institución cultural oficial, nos correspondía participar en numerosas actividades internacionales que requerían nuestra presencia física para explicar de manera directa lo que el Ministerio de Cultura llevaba a cabo y lo que Nicaragua enfrentaba en esos momentos. En la gran mayoría de los casos, viajábamos sin dinero para viáticos y dependíamos de la generosidad de los organismos o los gobiernos anfitriones. En numerosas ocasiones Cardenal facilitaba, de sus propios recursos, un mínimo de fondos para que pudiéramos atender imprevistos o emergencias. Lo más triste del caso es que veíamos a los delegados de otros ministerios, como el del Exterior o de Turismo, viajar con jugosos viáticos y alojarse en lujosos hoteles fuera de nuestra realidad. Éramos funcionarios de segunda clase, sin duda alguna.
A pesar de tantas dificultades, éramos una piña, unidas, seguras de nuestro papel, convencidas de la importancia de nuestra labor y cohesionadas alrededor de nuestro ministro. Éramos mayormente mujeres, con familias y responsabilidades propias, pero dedicadas en cuerpo y alma a sacar adelante el proyecto cultural más importante en la historia del país. En nuestra institución, el Partido no tenía el mismo peso que en otros ministerios y a lo largo de los nueve años de existencia, vivimos al margen de las intrigas que minaban otros entes del estado. No había “serruchadera de piso” ni puñaladas por la espalda, excepto aquellas que venían de fuera de la institución. Por eso no estábamos preparadas para la maldad y la insidia, la traición y las acusaciones falsas, la falta de ética y la prepotencia del poder. Con un ministro como Ernesto Cardenal, nuestro ministerio respiraba otros aires y se regía por reglas éticas de honestidad, solidaridad y compañerismo y una mística extraordinaria, no exenta de ingenuidad.
Precisamente por esas características, “el poder” asestó la puñalada final a la institución de forma premeditada y alevosa, aprovechando la ausencia de Ernesto en el país y la carencia de un viceministro formal. Puso así de manifiesto el profundo desprecio e incomprensión hacia la labor del ministerio, priorizando el activismo de la ASTC y permitiendo el ascenso de Rosario Murillo y la defenestración de Ernesto Cardenal, largamente orquestada por ella ante la inacción y complicidad de la dirigencia revolucionaria.
Así se escribe la historia que no se cuenta, la que se oculta y se trata de justificar con argumentos trillados y tergiversados. Lejos quedaba la ilusión por un mañana mejor, por la creación del “hombre nuevo” que tantas esperanzas despertó dentro y fuera del país. Antes de la derrota electoral, el destino de la Revolución ya estaba cantado. Pudo más la soberbia y la intransigencia, la falta de visión y el inmediatismo para acabar con un sueño que tantas vidas costó y al que nos habíamos aferrado con terquedad.
El trágico epílogo actual nunca pudimos imaginarlo.
Madrid, julio de 2024, a 45 años del triunfo.
Amelia Barahona
AMELIA BARAHONA CUADRA ha ejercido como Arquitecto, Restaurador, Traductor, Consultor cultural, Investigador de arquitectura y profesor universitario, en los diferentes países donde ha residido en los últimos 20 años.
Fundador y director del programa de Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura en los años 1980. Secretaria y Vicepresidente del Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica (INCH). Ha escrito y publicado numerosos artículos sobre Conservación del Patrimonio, Urbanismo y temas de interés social, así como relatos cortos y otras narraciones en suplementos culturales nacionales, en la Revista ANIDE, Confidencial digital, Revista Agulha de Cultura, entre otras.