Breve comentario sobre una “implosión” de la dictadura de turno
Una vez más, propongo a mis compatriotas que analicemos la realidad sin dejarnos llevar por el derrotismo, el triunfalismo, la superstición, o el autoengaño que nos protege del sufrimiento emocional, pero que también, como los tres anteriores, nos ciega y nos cierra el camino a la libertad.
Permítanme sugerir que la idea de que la dictadura de turno está en proceso de implosión es uno de tales autoengaños. Hay, claramente, purgas y luchas internas, motivadas a todas luces por el empeño de establecer una sucesión, ante un futuro cuya única certeza es el calendario y la frágil salud de su Jefe.
No debe sorprender a nadie que la tirana-consorte, cuya ambición de centralidad podrían frustrar incluso sus propios hijos (sin mencionar a otros allegados del clan) ejecute el estalinismo de manual para defenderse de cuanta sombra acecha en las oscuridades del despotismo—y son muchas, y siempre son más.
Pero esto no es un proceso al cual sea sensato atar una esperanza de cambio democrático para el país. ¿Por qué? Porque las partes en pugna pelean por imponer su dominio dentro del totalitarismo: no existe tercera fuerza o facción “liberal”, “progresista” o “modernizadora” en el interior del aparato dictatorial.
Siendo así, cabe preguntarse si hay, fuera del aparato dictatorial, una fuerza efectiva que pueda aprovechar un potencial descontrol (hasta ahora no visto), que emane del proceso de purgas y exclusiones “preventivas” del régimen. Porque, en efecto, no es posible descartar que los enfrentamientos de la lucha por la sucesión abran alguna oportunidad para un agente “externo” al sistema. Quizás una fisura, una excusa para que la influencia estadounidense empujara al Ejército a “contribuir a la estabilidad” (la meta prioritaria del Departamento de Estado), aliándose con la “oposición” reconocida por Washington, la masa de políticos continuistas del sistema que hoy en día, aunque al sufrido ciudadano de pie parezca increíble, invierten su tiempo y el dinero de otros en organizar equipos y estrategias de publicidad y promoción electorales.
En otras palabras, el conflicto de sucesión podría dar origen a una nueva oportunidad de golpe suave, de un golpe “cívico”-militar––las comillas alrededor de “cívico” encapsulan terror para la población: un pacto más de cúpulas para poner en escena (¡otra vez!) una falsa y sangrienta “transición”.
Para los continuistas al servicio de la oligarquía, la fiesta de disfraces “democráticos” verde olivo y camisa blanca es el sueño que acarician y esconden detrás de sus hipócritas invocaciones de “civismo” y su inmoral defensa de la “Constitución Política” del régimen actual. Una vez más, tratan de usurpar la esperanza del ciudadano común. Leales a la tradición de las élites incompetentes y corruptas del país, el propósito de estos “opositores” no es, ni ha sido nunca, la renovación, el progreso y la apertura democrática, sino todo lo contrario, la continuidad (con ellos en el trono) de un sistema nefasto que por justicia y necesidad debe morir.
¿Aprovecharía Estados Unidos la oportunidad? Dependerá del grado de desestabilización que esperen u observen como resultado de los choques al interior de la dictadura de turno.
Muy poco dependerá de la voluntad de la oposición continuista, que se contenta con esperar el favor de sus amos del norte, a quienes subliman en “comunidad internacional”.
Por todo esto, es un error paralizante hablar de la cercanía inevitable de una implosión del régimen que llevaría supuestamente a un cambio democrático. Peor todavía hablar de dicha implosión como si se tratara de una estrategia. No lo es. La implosión ocurre como resultado de una lucha en la que desde fuera de un régimen se le empuja al colapso. Las fuerzas democráticas del país en este momento no se encuentran en condiciones de alcanzar tal objetivo. Y las llamadas “organizaciones de oposición”, con sus líderes mediáticos, no “oponen” nada, no representan más que la voluntad de la oligarquía y el Departamento de Estado; además, en muchos casos han caído en tal corrupción que utilizan el nombre de la lucha del pueblo de Nicaragua para obtener fondos e insertarse, para su beneficio personal, en estructuras de poder en Estados Unidos (Miami, por ejemplo). Estos políticos han creado, a la vista de todos––y sin por ello perturbar el silencio de muchos medios periodísticos que pregonan su independencia––un modus vivendi éticamente ilícito.
¿Quiere decir esto que no hay esperanza? Por supuesto que no. Lo que quiere decir es que no debemos contentarnos con falsas esperanzas y con falsas ilusiones. Estas solo convienen a los vividores de la falsa oposición, y, a fin de cuentas, al régimen mismo y al sistema oligárquico-autoritario, del cual en muchos casos ya fueron parte muchos de ellos; del cual dependen.
La verdadera esperanza está donde siempre ha estado: en la conciencia de la verdad, y en la voluntad que nace, con los ojos abiertos, en el corazón de la generación de luchadores que se gesta, tan inevitablemente como el verde renace año tras año con las lluvias de Mayo.
Esa voluntad es la que los continuistas, al igual que la dictadura de turno, han trabajado arduamente para suprimir, con engaños y sobornos unos, a sangre y fuego otros. Lo han hecho porque el poder defiende su existencia sin calendario, día tras día, por instinto; sabe que es finito y vulnerable, y por eso aterroriza, pero también padece su propio autoengaño: cree que puede pervivir eternamente reprimiendo.
¿El antídoto, el arma principal? La verdad. Parte esencial de esa verdad es que tanto la llamada oposición como la dictadura de turno son resultado y parte del mismo sistema, y que, al pueblo de Nicaragua, para vivir en democracia, en libertad y prosperidad, no le queda otra alternativa que organizarse, hoy en día en el mayor sigilo, para acumular fuerzas y buscar el derrocamiento de la dictadura de turno y de sus posibles sucesores.
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.