Breve nota sobre el proteccionismo y la democracia en Estados Unidos
Las políticas de proteccionismo anunciadas por el trumpismo no hacen ricos a los pobres, como promete ahora el otrora “libre-mercadista” partido Republicano.
Estas políticas aumentan el PODER DE MERCADO de algunas empresas, que ahora enfrentan menos competencia, y pueden, no solo darse el lujo de producir menos eficientemente, sino que tienen mayor libertad, más margen para aumentar sus precios.
El estadounidense pobre pagará precios más altos, y si a esto se junta que el Capital pagará menos impuestos por sus ganancias, y que el Estado tendrá menos recursos, el deterioro de la frágil red que asiste a los más pobres puede darse por descontado.
Sin contar con que hay un clima de incertidumbre política y de políticas, que la gestión del poder por Trump y el peso de Estados Unidos en la economía y mercado financiero mundial potencian, y que desanima nuevas inversiones y emprendimientos. En un momento de estas características, los negocios grandes, ya establecidos y mejor capitalizados, particularmente si tienen lazos efectivos con el poder político, son los únicos potenciales ganadores considerables (o perdedores menores, en el peor de los casos) del abrupto cambio de reglas introducido por la nueva Administración.

La lucha contra la pobreza en Estados Unidos requiere de políticas totalmente diferentes, en sentido contrario a la demagogia trumpista. Hace falta REDUCIR el PODER DE MERCADO de los oligopolios, aumentar la INVERSIÓN SOCIAL en educación, salud, etc.; aumentar la inversión en infraestructura, y reestructurar la carga fiscal, para que se regrese a un esquema progresivo en el cual puedan movilizarse los ahorros gigantescos que el sistema en su conjunto genera, que cada vez se acumulan en menos manos y van a parar a liquidez especulativa en lugar de inversión productiva, porque falta poder de compra, y sobra desigualdad.
Estas reformas son también (o, si se valora la libertad humana, sobre todo) urgentes para impedir que la concentración de poder económico convierta al país en una dictadura. Este resultado no es imposible; se está más cerca que nunca desde que las colonias se independizaron del imperio inglés.
No es accidente que el sistema político esté en avanzado estado de corrupción, al menos en la cima, y que el nuevo Presidente, un demagogo de corte chavista, explote el resentimiento de capas de la población que van quedando cada vez más atrás en una sociedad cada vez más escindida entre una minúscula minoría de milmillonarios (alrededor de 700), una clase media que siente la presión de la precariedad y el miedo al empobrecimiento, y una masa considerable de gente que vive en una pobreza que las estadísticas disfrazan, y que va perdiendo la esperanza de superación dentro de las reglas que entiende por «democracia».
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.