Carta a Nicaragua
Querida Patria,
Jamás creí que estaría aquí, escribiéndote de esta manera. La chavala que fui no es la mujer que soy ahora. La emoción y sentimiento que se apoderó de mí durante mi juventud antes de aquel abril era una de apatía y conformismo. Antes había mucha falta de información y desinterés total. Siempre cuando estaban las noticias yo prefería cambiar el canal o simplemente apagar el televisor. La política tradicional: la corrupción de aquellos que mandaban “desde abajo” y la oposición falsa de aquella época, que se las pasaban haciendo pactos por conveniencia, aislaba a muchos jóvenes como yo.
Pero siempre he sido pinolera. De chavala me identificaba con cuestiones culturales y la gastronomía local. Pero en cuanto a ser una nicaragüense que defendía la importancia de los derechos humanos o que las cosas políticamente hablando se hicieran bien… Eso nació en abril.
Todo inició con las protestas de Indio Maíz. Estaba molesta con la pasividad sobre el manejo de nuestra reserva. Contrario a lo que puedan pensar muchos, nunca había participado en alguna protesta o actividad de tema político, ambiental o feminista… ¡Nada! Pero cuando iniciaron esas protestas, no estaba en Managua y no pude asistir. Cuando regresé era justamente el 19.
Un día antes habían golpeado a los viejitos en León, y eso para mí fue una detonante – estaba arrecha, llena de indignación e impotencia. Recuerdo muy bien las palabras que corrían por mi mente:
-Puta… esos majes siempre han hecho lo que han querido!
Pero ya… era demasiado; era suficiente y había que hacer algo para ponerle un alto a eso.
Te seré honesta Patria mía, ese 19 – al volver a Managua y salir de mi casa para ver lo que pasaba en mi UNI querida… allí se me hizo imposible dar vuelta atrás.
Vi con mis propios ojos como los antimotines y Juventud Sandinista atacaban con bombas lacrimógenas y balas de salva a unos muchachos indefensos que solo portaban piedras.
Las emociones que sentía y las ganas de hacer algo… la necesidad de un cambio y transformación profunda fue lo que hizo que me quedara – a luchar y ser solidaria con los que estaban a mi alrededor. Empecé a usar mi casa como refugio y llegué a albergar a distintas personas y eventualmente me metí en problemas, los cuales causarían una persecución en mi contra.
Durante mi exilio de casi 4 meses la crisis había explotado. Me ubiqué en Costa Rica para ayudar en temas humanitarios a los miles de exiliados. Mientras me encontraba allí llegué a cocinar para los refugiados, crear y entregar paquetes, organizar censo, entre otras cosas. Mi trabajo era de ayudar a los que, como yo, tuvieron que salir huyendo.
Fue una etapa sumamente difícil en mi vida– nunca había vivido afuera. Eso me agobiaba y me dejaba con una depresión que me hacía colapsar; lo llamaba mi “mal de patria”. Lloraba de las ganas de volver y hacer oposición, que solo es posible desde adentro. Eventualmente esa desesperación por regresar me obligo a entrar por una vereda. Aún me río al pensar en aquel momento que me tuve que tirar por el famoso murito. No andaba botas puestas y había un lodazal de la lluvia que caía. El hombre que nos estaba pasando y que llevaba mi mochila se cayó de lo resbaloso del camino, mientras yo me pegué una descachimbada cuando me tiré por ese muro y terminé con el brazo rayado.
Ya de vuelta en Managua los piquetes habían iniciado. No creas que al regresar había salido de una vez a la calle. A pesar de que estaba de vuelta me sentía aterrorizada y con síndrome de persecución. Pasé un mes encerrada en el cuarto de una casa y fue difícil para mí salir. Al pasar ese tiempo y con valor para salir, parecía venado corriendo por todos lados, queriendo hacer protesta donde fuera, como las que hacíamos en Metrocentro donde multitudes llegaban a manifestar su desacuerdo con la dictadura.
Aquel secuestro que todos conocen no era el primer escenario de persecución que había vivido. Nunca se lo había contado a nadie ni lo había hecho público en las redes o noticieros; tampoco lo denuncié, pero había sufrido un momento que me asustó mucho. Duró más de 2 horas y fue una operación bien coordinada. Presumí que eran policías por la vestimenta que tenían. Eran como 10 motos, pero al final quedaron 3, y aunque siempre mantenían su distancia, lo hacían de una forma específica; acosando y llenando a uno de estrés.
Pensaba en mi familia. Es difícil de explicar la sensación que sentía al pensar en ellos. He vivido golpes y persecuciones, y me considero una persona mentalmente preparada para enfrentar cualquier consecuencia, pero la familia de uno nunca está lista para sufrir un daño emocional… y uno sufre por lo suyo. Sufre porque la otra parte esta devastada y en constante agonía.
El amor que tengo hacia mí familia es igual al que siento por ti, amada Patria. Mi familia despierta en mí un sentimiento de sobreprotección; he llegado a ser la “Superwoman” – la que cuida a todos.
He sido una especie de madre para mi hermana y estoy segura de que ella me ve de la misma manera. Así que cualquier tortura que llegué a recibir cuando me secuestraron no pasó a más, pero el saber que estaba causando daño a mi familia, en especial a mi hermanita que me quiere… eso es difícil. Ella me contaría después que no podría sobrevivir otra situación como ese secuestro. Todos en mi familia pensaban en lo peor.
En los primeros días después de ese evento, tenía pesadillas de estar amarrada de manos y pies – lo sentía físicamente a pesar de estar dormida. También soñaba que los antimotines llegaban a mi casita para sacarme. Eso de estar dormida y pensar que te están buscando – que tenés que tirar muros, esconderte y hacer miles de cosas para que no te atrapen es horrible.
No me arrepiento de haber hecho lo que llevaría a mi secuestro. Estoy totalmente segura y convencida de que si llegase a pasar nuevamente – lo haría todo de nuevo con más fuerza y consciencia. Uno sabe a qué y en contra quienes se mete y aunque sea difícil hay que asumirlo con responsabilidad. Eventualmente llegué a superarlo a pesar de que a veces tengo esos sueños, pero mi familia no.
Era importante para mí pasar a otro capítulo en mi vida, ya que había mayores cosas de que preocuparse y sentía que mi voz se necesitaba escuchar.
Pero reconozco – Patria mía, que soy una mujer de criterio propio y no tengo problema en expresar mis puntos de vista de manera libre. Simplemente… soy independiente. Pero lastimosamente eso significa que me hayan convertido en “divisionista” y “propagandista”.
Yo se…hay quienes dicen:
-No, si es que esta chavala le encanta llevar la contraria.
-Quiere protagonismo.
-No sabe lo que dice.
Me han puesto en primera fila y buscan como descalificarme. Pero gracias a que he sido consecuente con lo que digo y hago, eventualmente la gente ve y me da la razón.
Si… yo critico y trato de que se corrijan esos errores que cometemos, pero eso no significa que quiero llevarme cierto merito o que quiero dañar a alguna persona – a lo contrario…
Siento que hay quienes que me ven de una forma equivocada. Estoy convencida de que puedo aportar… Pero es difícil hacerlo cuando los espacios son herméticos y te llaman divisionista cuando tu voz entra en desacuerdo y no cumple con ciertos “estándares políticos”.
No es que tenga la verdad absoluta, pero cuando sucede algo – hay que denunciarlo. Algo que nadie puede negar es que yo siempre he hablado claro y con la verdad. Y aunque no sé qué escribirán de mí en un futuro cuando esta dictadura finalmente se vaya, me gustaría creer que dirán que yo tuve carácter y determinación, y que logré lo que para otros les fue difícil. De que demostré a la juventud lo que es tener valor y una consciencia critica. Y que los nicaragüenses puedan tener nuevamente confianza en que sí existimos personas capaces de entregarlo TODO sin obtener nada a cambio.
Solo los guerreros más fuertes son sometidos a pruebas tan duras como las que estamos pasando, pero después de tanto sacrificio la recompensa será invaluable. Y estoy más que clara… mí querida Patria, que estoy dispuesta a seguir pagando ese precio por querer verte libre.
Con amor siempre – de esta pinolera.
Zayda