Chile: del estallido social al estado de catástrofe
Manuel Fabien Aliana
El gobierno Chileno criticado por su gestión de la crisis sanitaria.
En tan solo una semana, Chile pasó de ser el país con la agenda social más cargada de América del sur a un país en estado de emergencia. Sí, de emergencia, o de catástrofe, o Estado de Excepción Constitucional como se le llama en lenguaje político, y por una duración de 90 días. Una de las ventajas de estar en estado de excepción es que el gobierno puede movilizar al ejército en distintas tareas de apoyo a las instituciones civiles. En el contexto de pandemia global esto no tiene nada de raro y podría ser bastante justificado y hasta necesario. Las críticas le llueven al presidente Sebastián Piñera por haber tomado esta medida demasiado tarde. Sin embargo, parecen no ser suficientes. Muchos chilenos siguen preguntándose hoy porqué es que el gobierno no ha decretado cuarentena nacional con tantos casos infecciosos. Volviendo al estado de excepción, la última vez en que se decretó fue en octubre del pasado año 2019, durante las intensas protestas sociales. Ese decreto permitió al gobierno sacar al ejército a las calles para apoyar a Carabineros con labores policiales. Al final de cuentas, esa participación militar indignó tanto a la ciudadanía chilena que motivó a más y más gente a salir a las calles. Por ende, el papel del ejército resultó un fiasco. Y es que en Chile, el ejército no está capacitado para cumplir tareas policiales pero sí para actuar en caso de catástrofes como terremotos, incendios o tsunamis. Sobre la pandemia actual no se los puede juzgar porque nadie estaba realmente preparado para esto.
Preocupa a la población chilena que el General Carlos Ricotti, jefe de la Defensa Nacional durante este estado de excepción, haya declarado en una de sus primeras apariciones que la gran tarea del ejército es “el orden público”. ¿Será que el ejército maneja prioridades distintas a las del resto de la ciudadanía? Pero no son solo dos mundos los que coexisten en este país (el mundo de los políticos y el de la ciudadanía). Son muchos más. Si ahora dejo mi escritorio para caminar en las calles de Santiago, me voy a encontrar con carros, gente caminando sin mascarillas y comercios abiertos. Entonces la pregunta sería: ¿quién no se está tomando en serio esto? Estamos en pleno estado de catástrofe pero este viernes parece un día normal.
En medio de este pánico justificado y con tintes de histeria colectiva, ya parece un recuerdo surrealista el homenaje al Padre Mariano Puga en Villa Grimaldi el domingo pasado. Además de toda la gente aglomerada (y sin mascarillas), vivir la experiencia de ver cantar, reír, llorar y bailar a cientos de personas al ritmo de la música que le gustaba al difunto, y en presencia de su féretro, me pareció una de la vivencias más emotivas desde que llegué a Chile. En ese momento de comunión, a ninguno de los presentes le importó el que una pandemia estuviese matando a cientos de personas en otros continentes. ¿Insensatez? Sí, claro. Pero era el entierro de Mariano Puga, el Padre que prefirió vivir entre los pobres y desafiar continuamente la injusticia de las autoridades. Para medir el impacto causado en Chile por el deceso de Mariano Puga, vale la pena recordar que fue un luchador incansable a favor de los derechos humanos y en contra de las desigualdades sociales, en un país que sufrió 17 años de dictadura militar. Muchos de sus contemporáneos lo recuerdan por haber renunciado a las riquezas para compartir el mismo trabajo y el mismo salario de los obreros de la construcción. Eso le valió el apelativo de “cura obrero”. También cuenta la anécdota que, el día después del golpe de Estado de Pinochet, cuando los militares encerraban por cientos a los prisioneros políticos en el Estadio Nacional, el padre Mariano Puga fue a presentarse a la entrada del Estadio para ofrecer sus servicios sacerdotales a los detenidos, de los cuales una gran mayoría pasaron a ser desaparecidos. Esa despedida política y artística a Mariano Puga, en la que participaron miles de chilenos, marca simbólicamente el inicio de una tregua social forzada.
Desde que pasamos a Fase 2, los chilenos miran con mucha inquietud las medidas sanitarias tomadas por los gobiernos de Perú y Argentina, que parecen más radicales y eficaces que aquí. En redes sociales miles y miles de chilenos se preguntan cada día “¿Y por qué en Chile el gobierno no decreta cuarentena nacional?” Y otros usuarios les responden que es porque el gobierno no quiere asumir los costos económicos de esa cuarentena. Si bien ya hay ciertos espacios en cuarentena como en Isla de Pascua, en el resto del territorio nacional la cuarentena es voluntaria. Las medidas más drásticas hasta ahora la han tomado los alcaldes, lo que refleja un cambio de paradigmas en la gobernanza a nivel nacional.
En Chile, el primer caso de coronavirus remonta al martes 3 de marzo, cuando se diagnosticó a un chileno que llegaba de Singapur. Menos de dos semanas después ya se reportaban 155 casos. Este jueves se contabilizaron 238 infectados. El viernes, ya eran 434 los contagiados. Estas cifras revelan que Chile es de los países de América latina con más infectados con respecto a su población total, solamente igualado por Ecuador. El sábado 14 de marzo el gobierno dio un primer gran paso al reconocer que la lucha en contra del virus había entrado en su fase 3. Pero qué quiere decir eso de las fases de propagación?
La fase 1 es la fase en la que el virus aún no ha entrado. Se toman medidas preventivas y se educa a la población para protegerse. La fase 2 ya corresponde a la llegada del virus al territorio nacional. Es el momento en el que se busca rastrear al portador, ponerle en cuarentena a él y a todos los que estuvieron en contacto con él. O sea se pasa de la fase preventiva a la fase defensiva. En la fase 3 ya empieza la guerra de posiciones: el virus ya se volvió residente, está contagiando y hay que contenerlo. En la fase 4 que es la primera de las más ofensivas, el virus se volvió residente permanente y tiene una capacidad de propagación mucho más alta. Volviendo a lo que fue la fase 3, en ese momento quedaron prohibidos en el país los eventos de más de 500 personas. Un día después, el domingo 15 de marzo, se suspendieron las clases escolares y universitarias en todo el país, pero absurdamente se le siguió pidiendo a los profesores de educación básica y media a que continuarán yendo a las escuelas y colegios. Las fronteras solo se cerraron a los viajeros cuando el gobierno decidió entrar en la fase 4. En esa fase quedaron prohibidas todas las reuniones de más de 200 personas. Sin embargo no se cerraron los transportes públicos que son tal vez en el espacio en el que más expuesta está la gente por la proximidad y por la poca circulación de aire. Tampoco se cerraron los malls ni los patios de comida, dando lugar a protestas improvisadas pero muy numerosas de los asalariados de esos espacios comerciales que gritaban “pa’ la casa” a los clientes que seguían acudiendo a comprar.
Pero eso era antes. El estado de catástrofe (podríamos considerarlo como Fase 5) obligó el cierre de centros comerciales, de bares, restaurantes, teatros, cines y discotecas. Y claro, también se postergó el plebiscito del 26 de abril en el que los chilenos tendrían que decidir si quieren iniciar un proceso constituyente o no (el famoso «apruebo o rechazo»). La nueva fecha la decidieron conjuntamente el gobierno y los representantes de los partidos políticos, todos reunidos: quedó para el 25 de octubre 2020 y esa fecha debe ser ratificada por el parlamento.
En este momento en el que ya están desplegados los militares chilenos en ciertas zonas del país, el gobierno aún no especifica cuántos hospitales de campaña piensa construir ni como se prevé que que apoye el ejército. Por eso, la Presidenta del colegio médico subió el tono este viernes acusando al gobierno por “falta de transparencia”, mientras que muchos representantes políticos, en particular los alcaldes, critican la insuficiencia de las medidas sanitarias y económicas tomadas por el gobierno para paliar los efectos desastrosos de la pandemia. Esto revela que el gobierno ha sido incapaz de recuperar legitimidad política y liderazgo por culpa de su manejo de la crisis sanitaria. En este momento, la verdadera preocupación de los chilenos es saber si el gobierno se atreverá a decretar “cuarentena nacional” en los próximos días para así frenar la pandemia antes de que sea demasiado tarde. Este viernes el gobierno rechazó nuevamente y contundentemente esa propuesta a través de su ministro de salud para quien: “una cuarentena total es un absurdo, una medida desproporcionada”.
En una próxima nota abordaremos y mediremos el alcance de las medidas económicas del gobierno chileno para proteger a los pequeños y medianos comercios así como a las familias más vulnerables durante esta crisis sanitaria. Este tema es de suma importancia puesto que la crisis sanitaria va a abrir paso a futuras crisis sociales, económicas y políticas no solo en Chile sino en todo el mundo. Cuando al cambio de siglo y de paradigmas le sumamos crisis sanitarias y económicas, debemos prepararnos para asistir y entender cómo los acontecimientos sociales, nacionales e internacionales llevarán progresivamente a una reconfiguración política y económica total de nuestro siglo XXI.