Cocibolca: tú eres mi padre

Prosa de prisa (diario de un nicaragüense en el extranjero)

Enigmático y bello Cocibolca. Tu nombre remite a Quetzalcóatl, voz indígena cuya traducción, «hogar de la serpiente» o «lugar donde mora la serpiente», indica que en ti habita alguien compenetrado con tus aguas.

Ese alguien, la serpiente, es uno de los más grandes dioses que nacieron entre las etnias mesoamericanas.

Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, es el dios humilde, industrioso y valiente que, como Jesucristo, se sacrificó para que los hombres viviesen.

Al igual que el nazareno que hace dos mil años obró milagros en el Mar de Galilea, Quetzalcóatl peregrinó a su morada final, pero no de Judá a Nazaret, o sea, de sur a norte sino de norte a sur; del norte de Mesoamérica hasta llegar a su Gólgota, un prístino Gólgota ubicado en el centro de América.

Tú, Cocibolca, eres sepulcro abierto, pluma de quetzal que irradia vida y canta a la esperanza en voz de la serpiente de plumas preciosas.

Hace 500 años, Cocibolca, o Mar Dulce como te bautizaron los españoles al divisar tu majestuosa pradera acuática de 8,624 kilómetros cuadrados y tu extraordinaria cantidad de aves e islas esparcidas como esmeraldas sobre el gris plomizo del agua, viste nacer a Granada, tu centinela.

Soy tu hijo y tú estás en mí. Aunque me encuentre lejos, no hay día en que no escuche el bamboleo de tus olas, la voz del pescador Cifar llamando a los gaspares, a los sábalos reales y a los tiburones cuando el ocaso hiere con sus cristales la superficie del agua.

Entonces emerge, mojarras en mano y una que otra guabina escurriéndosele por los dedos, el siempre buscado niño Piolín. Y de una de las islas, Don Pablo Antonio Cuadra, el más granadino de los granadinos.

En ese momento los sábalos reales, los tiburones, los gaspares, las mojarras y las guabinas danzan y dibujan piruetas para ti, Cocibolca.

El Dios que te habita ha obrado el milagro.

Roberto Carlos Pérez
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