Colombia en la encrucijada de su destino
Juan Pablo Salas, El Opinón
Delante de los colombianos se abre un horizonte lleno de posibilidades. Toda clase de posibilidades. El país está en una encrucijada histórica y lo que el pueblo decida en los días y semanas por venir marcará el destino de toda la nación por mucho tiempo. Así de serio, así de profundo, así de grave es el momento que vive esta esquina del continente. Además, las consecuencias de esa decisión se expandirán como las ondas que hace un cascajo sobre la superficie de un lago a lo largo y ancho del continente. Lo que pasa en Colombia influirá profundamente en lo que sucederá en Latinoamérica.
El país no llegó a este estado de cosas por una o dos causas objetivas y fáciles de resolver. Colombia llegó a esta situación después de una serie de procesos fallidos. Que el paro haya sido convocado originalmente con la consigna de desmontar una reforma tributaria leonina e insensible es una mera circunstancia. Que en el proceso el presidente Iván Duque haya sufrido su mayor derrota política –la renuncia del ministro de economía Alberto Carrasquilla y el retiro de la reforma—no fue sino una escaramuza en una batalla que a la larga probará ser mucho más valiosa. La verdadera batalla que hoy se libra en las calles, las carreteras y los hogares colombianos es el modelo de existencia que estamos a punto de escoger.
Ya el paro del 2019 anunciaba tiempos difíciles para Iván Duque. Y es que su triunfo electoral no fue solamente un exabrupto, sino que además sus votos fueron quedando en duda al pasar de los años. En 2018 los colombianos eligieron “al que escogió Uribe” con tal de no darle la oportunidad a la izquierda no radical que promovía Gustavo Petro o a otros candidatos como Humberto De la Calle, que negociaron el acuerdo con la guerrilla. Las urnas hablaron del miedo de los colombianos a “convertirse en Venezuela” pero cometieron el grave error de otorgar el cargo más importante al menos experimentado y más inepto de los políticos que ha producido la clase élite del país. El ungido por Uribe resultó ser un excelente funcionario de institutos internacionales pero, como alguien decía por estos días, en Washington DC no se aprende de política colombiana.
Algunos antecedentes
–La fallida paz: Durante el doble mandato de Juan Manuel Santos los colombianos, con mucho esfuerzo, al fin habíamos logrado poner a las espaldas el más prolongado de los conflictos del continente. Los cincuenta años de guerra entre las FFAA y las FARC por fin llegaban a su fin. Así lo creímos muchos. Ante nosotros se abría en 2016 una puerta a la esperanza, al futuro, al bienestar. Sin embargo, los votantes escogieron a quien llegaba acompañado de amenazas de “hacer trizas los Acuerdos”, con tal de no darle la oportunidad al Gran Desconocido que es Petro o a cualquiera que se acercara mínimamente a Santos. Las consecuencias son las que hoy vemos. Nunca sabremos si otro candidato habría podido hacer un mejor trabajo. Lo cierto es que los electores escogieron el camino contrario a la paz. Hoy, centenares de ex combatientes yacen en las tumbas, porque lo que sus enemigos no lograron en el monte, lo están cometiendo en las calles y veredas del país. Si en la década de los noventas estos cometieron un genocidio contra la Unión Patriótica, ¿qué los va a detener “para” cometer otro? Por cierto, hoy ser líder popular es una sentencia de muerte. Para la muestra, el asesinato público de Lucas Villa.
–La corrupción y el narco: La corrupción, ese fenómeno tan latinoamericano y que en Colombia ha sido tan poderoso, se amplificó, se exacerbó, se multiplicó, al igual que la guerra, gracias al dinero del narcotráfico. ¿Quién puede competir con los millones de los carteles? Ni siquiera el Estado, como hemos podido comprobar. Todas las instituciones del país se vieron infectadas por esa tóxica sustancia llamada dinero. El influjo de los millones de dólares acumulados en el tráfico de sustancias malditas es más nocivo que las sustancias mismas. No solo por la muerte y destrucción que ha provocado, sino además porque se ha esparcido como una mancha creciente entre todas las fibras del tejido nacional. Incluso lo hemos exportado. El narcotráfico colombiano acabó dispersándose por todo el continente, arruinando la cultura y las economías de las naciones centroamericanas, malversando las relaciones entre EEUU y México, corrompiendo a todos los gobiernos continentales.
–La desigualdad: Aunque inesperada, una consecuencia del fenómeno narco fue la más obvia: se amplió la brecha entre el rico y el pobre. Colombia se convirtió en el segundo país más desigual del continente. También se convirtió en uno de los más informales. Se multiplicaron las bandas paramilitares, las bandas criminales, se enriqueció la guerrilla despolitizada, los militares y policías, las autoridades locales y nacionales, se destruyeron millones de hectáreas de selva para sembrar de las plantas malditas y los campesinos, que creyeron que se habían encontrado una forma moderna de oro blanquecino, pronto comprendieron que con sus cultivos habían ayudado a su propia esclavización. Al cabo de décadas de negocio y guerra, el negocio sigue intacto, la guerra sigue viva.
Y, el pueblo sigue jodido. Jodido y cada vez se nota más. Porque el corrupto y el narco son ostentosos y descarados. Ellos saben que con sus millones pueden convertir sus delitos en sobornos; que no hay juez que sobreviva a un atentado bien planeado; que la justicia siempre ha sido para “los de ruana” y no para los verdaderos criminales. Y, en el peor de los casos, una casa fiscal en predios de un batallón para pasar la condena mirando televisión, recibiendo visitas y comiendo bien, no suena tan grave. Los corruptos en Colombia saben que nunca perderán, pues esos millones que han sabido robarse son los que les van a dar la posibilidad de comprar jueces, les garantizan las comodidades en la falsa prisión y les permiten alquilar los más sagaces abogados.
–La ineptitud de Duque: El presidente se ha dedicado a cumplir las órdenes de su padre político y a destruir los Acuerdos de paz. Además, su gestión ha sido lamentable, como lo comprueban hasta quienes votaron por él.
Frente a ese panorama, se concluye que las reivindicaciones del paro son genuinas, reales, dolorosamente verídicas. El hambre, la miseria, la desigualdad, la guerra, esos males perennes que no se pueden resolver sino con generación de más riqueza y la distribución de esa riqueza entre todos los colombianos, no solamente entre los corruptos y los poderosos. Esa es la realidad: la gente se cansó, no solo de la pésima gestión del COVID-19 sino de los diálogos y las promesas siempre incumplidas.
No es todo lo que ves. Es más.
Muchos de los sectores que hoy están en los puntos de bloqueo a la entrada de los barrios o en las carreteras del país, hacen parte de quienes intentan negociar con el gobierno. Muchos de quienes participan en el paro lo hacen por su propia cuenta y riesgo. No pertenecen a los partidos políticos –tan mal identificados y organizados—ni hacen parte de los sindicatos ni demás organizaciones. Mucha gente ya había presionado al gobierno y a sus agentes para lograr que les prometieran soluciones a los problemas que los afectan, algunos de carácter local, otros de carácter nacional. Sin embargo, la administración de la miseria suele provocar más miseria.
El enfoque del gobierno y de muchos medios está puesto en la violencia, el fuego, la sangre, es decir, la película de acción. Las soluciones que propone el gobierno son represivas. La tensión crece y el conflicto recrudece. La lentitud en las decisiones parecería tener como propósito cansar a los manifestantes y hacer que las demás personas se pongan en contra de ellos. Sin embargo, la estrategia no está funcionando. Ya van dos semanas de paro y este no tiene cara de querer resolverse en varias de las regiones del país. Hay sectores que siguen movilizados y al parecer tienen energía para seguir haciéndolo. ¿Quién se cansa primero? Esa parece ser la consigna.
Del caos se alimentan muchas especies distintas de víboras políticas. Este caos no es anarquista, ni siquiera es insurreccional. Es puro caos provocado por la desesperación, la angustia y la miseria. Es un caos que se prolonga en el tiempo y por lo mismo se va descomponiendo, se va pudriendo, va creando nuevas enemistades o exacerbando las antiguas rencillas. El clasismo, el racismo, el desprecio por la voz diferente, se van apoderando cada vez más del favor de la gente. El caos que se prolonga en el tiempo deja de ser original y se convierte en una nueva dinámica. Y la dinámica del caos no suele llevar a finales felices.
En este conflicto intervienen muchos más elementos, estos sí, muy bien organizados. Aunque ha ocurrido lo que podríamos llamar “violencia popular”, a esta se le contrapone la violencia de élite promovida por paras y narcos. Violencia que además ejercen el ejército, la policía y las instituciones formales del Estado.
Entretanto, Duque sigue sordo y ciego. Mira pero no ve. Oye pero no escucha. Y, lo peor: no decide, no actúa, solo posterga. ¿Hasta dónde lo van a empujar sus oponentes? ¿Cuál será la paja que romperá la proverbial espalda del camello? Y, una vez que se rompa, ¿qué?
La oportunidad
A pesar de todo, creo que los colombianos tenemos una oportunidad histórica frente a nosotros. De la actual situación del paro, si las instituciones sobreviven, en un año acudiremos a las urnas a determinar quién debe ejercer el poder ejecutivo y recibirá su mandato de unidad. Volveremos a decidir quiénes irán al Congreso, entre viejos y nuevos políticos. Lo que no sabemos es si esas decisiones estarán dominadas por el miedo o por la esperanza. Ya sabemos que ambas fuerzas son igualmente peligrosas.
De este paro nacional creo que surgirán nuevos movimientos, nuevos discursos, nuevas alianzas. En las calles se han probado los amigos y los enemigos y se han visto las acciones y pasiones de muchísimos más protagonistas. Yo solo espero que cese la horrible noche de muerte, que pare la destrucción y que nos ilumine un sol de aventura y futuro. Ojalá que entre el humo adquiramos la sabiduría necesaria para saber comandar este barco en el que todos podemos naufragar o hundirnos.