¿Cómo? II
[Desobediencia Civil y Noviolencia]
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.
La Noviolencia, así, junto, incluye todo tipo de actos de desobediencia civil, pero persigue avanzar más allá de esta, hacia el reto directo al poder. Por ejemplo, la toma de una iglesia es más que “desobediencia civil”; va más allá. Rebasa el “no obedecer”, el “no hacer”.
La lucha Noviolenta busca construir una dinámica de desafío activo al poder; persigue quitarle el monopolio del espacio público y del miedo.
La estrategia de lucha Noviolenta tiene, como toda acción política contra un régimen autoritario—y como también lo tiene la sumisión ante este— un costo humano. Sin embargo, el costo de la guerra es mayor: el régimen autoritario es más débil ante la Noviolencia que ante la sedición armada.
La lucha Noviolenta requiere construir cohesión social alrededor de reivindicaciones que la población pueda sentir como urgentes, y que el régimen autoritario se resista a aceptar, porque entiende que ceder lo debilita. De hecho, la lucha Noviolenta busca que el miedo a ceder, la negativa del régimen a respetar los derechos ciudadanos, lo debilite de manera relativa, fortaleciendo al pueblo a través de la acción (o inacción) noviolenta. En otras palabras, la lucha Noviolenta busca cambiar la correlación de fuerzas a favor del pueblo, de hacer que la dictadura pierda si cede y pierda si se resiste a ceder.
Un ejemplo: la lucha por la libertad de los presos políticos es una reivindicación urgente. Hay que rescatar a todos los secuestrados del régimen. Pero lo esencial es eliminar–con la destrucción de la dictadura– la fuente del problema. Que estemos avanzando en esa dirección no se mide porque el régimen libere algunos presos políticos [deja otros presos, captura otros a capricho]. De hecho, podría liberarlos si llega a sentir que ya no está en peligro, o que el peligro ha disminuido. Por eso, el progreso hacia la meta de erradicar la dictadura se mide por la capacidad del pueblo de forzar a la dictadura a retroceder, a liberar a nuestros secuestrados porque los hacemos pagar un costo político, aumentando el desgaste de sus fuerzas domésticas e internacionales.
La lucha Noviolenta contra la dictadura debe atacar a esta con inteligencia en todo flanco donde choque la aspiración legítima de los ciudadanos con el fracaso y la opresión del régimen. Quienes aspiren a liderar al país en democracia no pueden esperar lograr su meta sin liderar la lucha por la democracia. Para el pueblo, una manera de distinguir entre legítimos opositores y oportunistas cazafortunas es observar quién convoca, inicia, participa en acciones y campañas concretas, dentro y fuera del territorio, versus aquél ocupado en poses, gestos, reuniones y condenas retóricas que a la dictadura ni siquiera inquietan, y por tanto no busca impedir, porque ocurren en su espacio de confort: son la “función” en “oposición funcional”; son parte del espectáculo que la dictadura necesita para amenizar su juego, y el que los grandes capitales necesitan para legitimarse internacionalmente mientras buscan un reacomodo en el sistema dictatorial al que fingen renunciar. En pronunciado contraste, un liderazgo Noviolento comprometido con la lucha por la democracia busca sacar a la dictadura de su zona de confort, busca desestabilizarla ocupándose, no de preparar elecciones en las cuales legitima a quienes en otras ocasiones llama “criminales”, ni a disputar a otros grupos puestos en directivas burocráticas, sino de agitar con persistencia, articular con inteligencia, y acercarse con humildad a los puntos de fricción entre la dictadura y el pueblo, que son cada vez más, desde el criminal manejo de la epidemia (incluyendo manipulación del precio de las medicinas para favorecer a amigos y familia del régimen), hasta el inmisericorde saqueo de las empobrecidas finanzas familiares por medio de abusivos cobros de electricidad y otros servicios públicos.
Todos estos puntos de fricción representan puntos de debilidad política y financiera del régimen, representan reivindicaciones urgentes e inmediatas en las que el interés de la minoría genocida en el poder choca diariamente con la población. Deberían ser consignas de acción inteligente, imaginativa, prudente, incluso de bajo riesgo para los ciudadanos, con un resultado potencialmente muy dañino para el régimen. Ciertamente, tendrían más peso, más impacto, y más significado, que invitar al Papa Francisco a visitar el país, gesto que demuestra una ignorancia lastimosa de las realidades del mundo y de la diplomacia, y de una verdad fundamental que los políticos de la disminuida oposición pasan por alto: la dictadura caerá a manos del pueblo de Nicaragua, o no caerá. Si algo grita a los cuatro vientos la movida de invitar al pontífice, es una confesión lastimosa de desaliento, de no saber qué hacer, de necesitar la intercesión, digamos, milagrosa, de la Iglesia. En resumen, si querían gritar que “los nicaragüenses no podemos”, o que “ya no sabemos que hacer”, lo han logrado.
Para alcanzar sus objetivos, la lucha Noviolenta necesita ser flexible en la táctica, no darle al régimen blancos fijos (como fueron los tranques en el 2018), sin fuerte blindaje político, ni hacer nada que dificulte organizar la movilización simultánea que dispersa a la represión. La dictadura no puede reprimir en todas partes a todo el mundo con igual fuerza.
La dinámica de la lucha noviolenta, basada en una creciente cohesión social, empodera al pueblo, causa un punto de quiebre en el despliegue de los represores y en su moral. En ese momento pasan de intimidadores a intimidados, de sentirse guardianes todopoderosos a darse cuenta de que están rodeados por una mayoría que los desprecia, y ya no está dispuesta a tolerar su dominio.
La lucha Noviolenta es, en sí, desde el inicio, construcción democrática, construcción de paz, ejercicio –forzado por la necesidad de ampliar apoyos—de comunicación civilizada y tolerancia. Planta así la semilla de los hábitos que hacen falta para que un régimen autoritario no sea sucedido por otro, y luego otro, y luego otro, como en el ciclo inacabado de violencia y tregua que ha sumido a Nicaragua en la miseria.