¿Cómo será el poder en la nueva Nicaragua? [Imaginar y luchar, para construir]

Hemos dicho ya que el objetivo estratégico de nuestra lucha, la parada final, es la revolución democrática. Explicamos que hablar de “revolución” no implica escoger un método de lucha, sino que significa que el sistema de poder contra el que nos enfrentamos es incapaz de evolucionar hacia la democracia y, por tanto, si queremos democracia, necesitamos derribar el edificio entero del poder y construir uno nuevo. El edificio viejo no solo es una cárcel, sino que no puede evolucionar y convertirse en un hogar libre. Por tanto, hay que desmantelarlo, abolirlo de raíz, y eso se llama “revolución”.  Y es “democrática” por el objetivo: la democracia. 

Todo el trabajo y la lucha de nuestro movimiento, es para lograr llegar desde donde estamos, bajo la opresión de la dictadura FSLN-Gran Capital, hasta la meta final, la revolución democrática.  ¿Cómo luce esa última estación de este camino? ¿Cómo podemos caminar hacia allá, en vista de los niveles de represión actuales? ¿Qué hace falta para lograr el objetivo estratégico, el objetivo final de la revolución democrática?  Todas estas preguntas necesitan respuestas. Todas estas preguntas hablan de retos difíciles que tendremos que ir superando colectivamente, creativamente, entre todos. Retos difíciles, no imposibles. 

Sobre la necesidad de un movimiento popular democrático

Son difíciles porque para llegar a la meta final, a la revolución democrática, necesitamos construir un movimiento, un movimiento popular democrático, que no quede a medio camino, que no pierda el norte de la democracia, que no se quede en la “salida de Ortega” o en “salir de esta dictadura”. A la dictadura hay que hacerla desaparecer, porque es el objetivo intermedio, el obstáculo principal inmediato que bloquea el camino a la democracia. Pero el movimiento popular tiene que ir más allá y construir la democracia. 

Sobre cómo construir el movimiento popular democrático empezaremos a hablar muy pronto. Pero antes, es esencial que visualicemos el objetivo estratégico, cómo luce, como se ve, cuáles son sus características, para no engañarnos ni dejarnos engañar sobre si hemos alcanzado la meta. Ya nos ha pasado antes, en 1990, por ejemplo, que creímos entrar en democracia, mientras carecíamos, verdaderamente, del poder, que seguía concentrado, centralizado en pocas manos.

¿“Gente buena” o “buen sistema”?

El sistema que buscamos construir, por el contrario, tiene la característica de enfatizar la dispersión del poder. O sea, no se trata de escoger “un buen presidente”, sino que la Presidencia tenga mucho menos poder. No se trata de poner “gente honrada” en el sistema judicial, sino que el sistema judicial esté estructurado de manera tal que no se preste fácilmente a la corrupción. No se trata de “limpiar la policía”, o “limpiar el Ejército”, sino de cambiar radicalmente la estructura de las fuerzas de seguridad y protección del país. 

Quitarle poder al poder

Empecemos por lo más obvio: quitarle poder a la Presidencia comienza por quitarle poder de represión. Para esto, es imprescindible sustituir el Ejército, que se supone “nacional”, pero que termina siendo la columna vertebral del poder despótico de una cúpula, por varias fuerzas de defensa. ¿Qué fuerzas? Pueden ser fuerzas de protección civil (desastres naturales, ayuda en emergencia, proyectos cívicos), de recursos naturales, y de fronteras.  Cada una de estas fuerzas debe estar bajo mandos civiles, a su vez sujetos a distintas formas de supervisión ciudadana. Puede que incluso convenga que estas fuerzas, quizás con excepción de los guardafronteras, tengan mandos civiles regionales. Ninguna de ellas debe tener filosofía militar, sino de protección, su armamento debe ser restringido, y su integración a la vida ciudadana debe ser una tarea constante. Que de múltiples maneras respondan al mando civil, que no tengan negocios propios (como ocurre hoy en día) y que se les capacite para hacer carrera en el sector privado una vez que su servicio público termine.

En cuanto a la Policía Nacional.  No más. Deberán formarse policías municipales, bajo el mando de autoridades ejecutivas en cada municipalidad. Estas autoridades, a su vez, deberán estar sujetas a la supervisión y fiscalización permanente de asambleas municipales electas democráticamente. 

Y no más espionaje contra los ciudadanos del país: todos los archivos de la inteligencia del ejército y cualquier otro grupo dentro del Estado que haya acumulado información sobre las actividades legítimas de toda persona dentro del territorio y fuera del territorio deberán hacerse públicas. 

¿Ven, desde ya, qué diferente luce el poder político tras la revolución democrática? 

Hay muchos otros cambios de los que tenemos que hablar, y ya, en el país, no hay un presidente que pueda lanzar a su Ejército contra los campesinos, ni su Policía contra las protestas en las ciudades. Y no es porque hayamos escogido un buen “presidente”, sino que, quienquiera que sea –– y podemos equivocarnos–– no tendrá Ejército ni Policía para imponerse sobre la voluntad de todos. En lugar de eso, cientos de cuerpos de policía (incluso deben ser varios en las ciudades más grandes, por ejemplo, policías distritales) sujetos al mando de sus autoridades civiles, y estas sujetas a asambleas de ciudadanos, tendrán que ocuparse del trabajo de proteger la seguridad de los trabajadores honrados del país. 

¿No es ya un cambio enorme, quitar a la Presidencia el poder de reprimir y matar para perpetuarse en el poder, para hacer negocios corruptos y para corromper los negocios?

Y esto es apenas el comienzo. Hay mucho más, y debemos pensarlo y discutirlo. ¿Qué otros cambios? ¿Cómo llegar a esa dispersión del poder imprescindible para vivir en paz, prosperidad y democracia? De esto seguiremos hablando. Vayamos pensando todos, creando ideas, alternativas que empoderen al ciudadano. Darle poder al ciudadano frente al Estado es esencial para que la libertad que tanto nos cuesta conseguir sea permanente, y que no sea un espejismo, como quisieran los que se benefician de la brutal concentración de poder que hoy resulta en la dictadura FSLN-Gran Capital, que antes nos dio la tiranía somocista, y antes el reinado de caudillos de guerra como Emiliano Chamorro y otros. No más, Nicaragua será, por primera vez en su historia, una república democrática. 

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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