Sin Cristiana no hay elecciones
Fernando Bárcenas
El autor es ingeniero eléctrico.
La gente se pregunta en silencio qué está pasando, lo hace calladamente por el temor de averiguar en carne propia la razón de tanta inquietud, ¿por qué flota una amenaza latente, repentinamente exagerada por el gobierno orteguista? ¿Qué está pasando? Resulta que hay una explosión de irracionalidad al inicio del proceso electoral.
Un sujeto incoherente, particularmente entreguista, en reciente artículo en La Prensa, reputa que Ortega es un político sin un pelo de tonto. Pues bien, ahora, Ortega ha cometido su peor estupidez política. Su miedo paranoico le lleva a perder siempre la cabeza, y ahora, después de convertir a Cristiana Chamorro en un símbolo antidictatorial por la saña supersticiosa con que procedió a atacarla, ha decidido inhibirla con un pretexto jurídico infantil, a todas luces infundado, torpemente elaborado, y más irracionalmente ejecutado por el Ministerio Público, que no tiene autoridad legal para hacerlo. Ortega ha saltado al vacío de espaldas a la realidad. Hace un salto de exhibición, desde una plataforma de 10 metros de altura, hacia una piscina sin agua.
Con abuso exacerbado, por miedo al pueblo, ataca a la oposición electorera
A pesar de que la oposición electorera se ha dispuesto a buscar a cualquier costo puestos electorales en el fraude, Ortega ha vuelto a ponerse trampas a sí mismo. Por temor al pueblo, ha atacado a la oposición electorera que desarrollaba una estrategia dominada, que no enfrentaba a la estrategia orteguista, sino, que era colaboracionista, enteramente sumisa. Y atacándola con un despliegue abusivo, ha pagado por torpeza un enorme costo político. Pareciera, diría el profeta Ezequiel, profetizando sobre los huesos secos esparcidos en el valle de Babilonia, que dios enceguece a Ortega para perderle. Ortega estimula que se alcen múltiples enemigos en su contra, sin obtener ganancia alguna. Su accionar carece de estrategia, es simplemente irracional.
Enfrentamos una dictadura brutal extraordinariamente torpe. Ortega es un creador de crisis. Especialmente, de crisis de gobernanza. En esta dictadura hay dos “míster Hyde”.
Pues bien, la respuesta política a esta acción desesperada de Ortega es que al inhibir a Cristiana inhibe a la nación. ¡Sin Cristiana no hay elecciones! He aquí la consigna actual.
Las consignas correctas emanan de la realidad cambiante, no del gusto personal. Emanan de las debilidades sustanciales de Ortega, de sus fallas estratégicas, de los errores más garrafales de la postura antinacional del régimen.
Sin elecciones, lo usual es nombrar un Gobierno Rebelde Provisional
Y cuando no puede haber elecciones, lo que normalmente procede en estas circunstancias extraordinariamente críticas, cuando un régimen absolutista violenta desfachadamente a la nación, es que se nombre un Gobierno Rebelde Provisional, para levantar centralizadamente una alternativa de poder de la nación, por fuera del control de la legalidad fraudulenta de Ortega. Este gobierno rebelde es el opuesto dialéctico al fraude orteguista, que se presenta agresivamente.
En el fondo, Ortega se ha puesto de cabeza, y se inhibe a sí mismo. Apunta –sin percatarse- contra su régimen, con su legalidad abusiva, fraudulenta.
Ortega no entiende estos saltos de la realidad, e intenta colocar un cuadrado en un círculo. ¡Qué tiene que ver Cristiana con la nación! Aparentemente nada. Algo similar ocurrió con el asesinato de Pedro Joaquín Chamorro, que dio inicio a la caída de Somoza. La cantidad se convierte en calidad cuando una variable termodinámica alcanza un umbral en el cual ocurre un cambio de estado de la materia. En la sociedad, que es un sistema complejo, los procesos organizativos se potencian singularmente durante las crisis, se dinamizan en la inestabilidad extrema, debido a la amenaza extraordinaria que proviene de esa toma de decisiones alarmantes desde el poder, totalmente discrecionales.
La sociedad, para sobrevivir, responde organizadamente en sentido progresista. Es lo que en biología se conoce como autopoiesis. La resistencia civil que cruza a nuestra sociedad a partir de abril, especialmente bajo la forma de información digital sobre el significado de la realidad, que derrota la censura orteguista, conduce a una reproducción autopoiética de la sociedad. La resistencia, desde su fase inicial, cartilaginosa, crea un orden alternativo incipiente que se va expandiendo sistemáticamente por el tejido social en busca de una nueva hegemonía cultural.
La resistencia funciona, aun en silencio, aun permanentemente reprimida y disociada, estimulando el miedo orteguista como formulador de crisis, lo que le impulsa al autoaislamiento agresivo. El orteguismo como generador de inestabilidad, no encaja ya en la realidad. Resulta ser, rápidamente, una tuerca suelta que perturba el engranaje social que se recompone a sí mismo.
La irracionalidad orteguista acelera su contradicción con la nación
En ningún sitio, ni en Cuba o Venezuela, la contradicción del régimen con la sociedad es tan profunda, y con una dinámica tan acelerada. Los errores de Ortega germinan como hongos con las primeras lluvias de mayo. Para Niklas Luhmann, Ortega habría exacerbado un proceso sistemático de exclusión ciudadana, no sólo sociológicamente (con el desempleo y el encarecimiento de la vida), sino, políticamente. El Estado policial orteguista se convierte cada vez más en aparato amenazante que restringe los derechos ciudadanos en general. Y estos derechos ciudadanos se abren inevitablemente camino hacia un nuevo tipo de Estado, cualitativamente superior.
Por ello, resulta absurda la propuesta que las elecciones de noviembre sean “un plebiscito entre Ortega y su dictadura, por un lado, y el cambio democrático”.
No es posible renunciar a ninguna conquista humana histórica. No sólo la filosofía del derecho no permite renunciar al estado de derecho, sino, que políticamente no es posible optar por el retroceso en los derechos ciudadanos. La segunda ley de la termodinámica hace que la historia avance hacia el futuro. El orteguismo es anacrónico, primitivo, vestigial. La humanidad tiende evolutivamente a pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad.
Es ilógico pensar que la forma se imponga al contenido, y que una mayoría pueda restablecer con su voto la esclavitud o imponer legalmente la tortura. Aunque Ortega llegara a ganar en elecciones libres, su régimen retrógrado siempre sería, por principio teórico, una forma de gobierno contraria a la nación y a la humanidad, contra el cual habría que luchar.
No es posible someter a votación si se eliminan los derechos adquiridos por las mujeres o por las minorías étnicas, o por los trabajadores. O necedades retrógradas semejantes. El orteguismo –después de abril- no es una opción válida en ningún plebiscito.
La contradicción esencial es entre la nación y el orteguismo
El poder absoluto retrógrado, concentrado en una sola persona, se vuelve entonces extremadamente contradictorio para el cerebro humano, en especial, cuando resulta amenazante para el conjunto social. Y la sociedad, naturalmente, se propone destruirlo.
Esta es la contradicción esencial. Por ello, era absurdo proponer un aterrizaje suave o un orteguismo sin ortega. La menor señal de apertura, en esta dictadura, va a gestar movilizaciones gigantescas de masas orientadas a desmontar directamente el aparato orteguista dictatorial insertado como una astilla infecta en la sociedad. No es posible someter a plebiscito si esta astilla ponzoñosa queda ahí, en el tejido social.
¿Es matemáticamente posible derrotar con el voto al fraude orteguista?
Escuchamos en los pésimos programas periodísticos digitales: “si vamos a las elecciones es a ganar”, como si se tratara del gusto o de la actitud personal de quienes van a las elecciones.
En un artículo serio, en cambio, se dice: “La oposición necesita obtener al menos una ventaja irrefutable de 200 000 votos sobre el FSLN para neutralizar el fraude”.
Lo cual, matemáticamente patina, ya que –como enseña la escala logarítmica- no es lo mismo 200 mil de diferencia en un escenario de elecciones poco concurridas que en elecciones con alta participación. En elecciones poco concurridas esta diferencia sería mucho más decisiva matemáticamente. Pero, a pesar de ser falsa, esta afirmación tiene un mérito enorme al sustraer la discusión sobre la participación electoral en el fraude, de las ilusiones simplistas, del ámbito de los milagros, de la falta de racionalidad con que muchas personas acuden, con esperanza, a los casinos, dispuestos subjetivamente a ganar contra toda probabilidad matemática.
Cuando se trata de fraude, el análisis de probabilidades no tiene cabida. Con una moneda de dos caras, la probabilidad que caiga cruz es cero.
No puede haber una ecuación matemática que asegure la victoria contra el fraude, porque el fraude dictatorial es dinámico, altera a conveniencia en el camino las condiciones y las cifras concretas para garantizar la victoria espuria en cada fase del proceso amañado. Ortega puede quitar la personalidad jurídica a CxL, o inhibir a Cristiana, a Arturo Cruz, a Maradiaga, o a tutti quanti. Incluso el CSE, al final, si fuese necesario. podrá leer los resultados al revés. Y su lectura discrecional –vaya caso- es legalmente inapelable. Luego, un puñado de balas pesan más que 200 mil votos de diferencia. El fraude, además de los dados cargados, tiene tras de sí una jauría de turbas y un sistema policial y paramilitar impune y brutal.
Las condiciones de lucha se seleccionan racionalmente
Bonifacio Miranda, un sujeto particularmente incoherente, escribe en La Prensa del 27 de mayo un artículo que tituló “Dar la batalla electoral aun en la peor situación”.
Basta el título para comprobar la charlatanería de Miranda. Nadie, con un mínimo de sensatez, si puede evitarlo, pelea en las peores condiciones. En las peores condiciones no se obtiene jamás ningún triunfo. Es cuestión de simple raciocinio.
En una lucha asimétrica, la parte más débil toma la iniciativa del enfrentamiento táctico, siempre en condiciones de ventaja. Busca y prepara esas condiciones favorables, y rehúye las situaciones adversas. En ello consiste la estrategia más elemental, en preparar los enfrentamientos favorablemente. Sólo un idiota pelea premeditadamente en condiciones desfavorables, en las que no puede ganar.
Se comprende de inmediato que la propuesta de Miranda es descabellada y sospechosa si se considera, además, que la lucha social y política contra Ortega no es exclusivamente electoral.
Aquí se cree que se necesita un partido para participar en el proceso electoral –que es el terreno formal que favorece a Ortega-, y se requiere un partido combativo, para luchar centralizadamente y para derrotar a Ortega con una estrategia metódica, efectivamente coherente (no con una estrategia consensuada, sino, con una que proceda metódicamente a la selección de acciones posibles). El problema radica en que para superar cualitativamente al orteguismo se requiere un nivel evolutivo más alto de la complejidad de la sociedad. Complejidad que se deriva de un cambio moderno en el peso relativo de las clases sociales. En el peso dialéctico del amo y del esclavo, como diría Hegel.
Este artículo fue publicado el 7 de junio en Confidencial. Lo reproducimos con permiso del autor.