Crear comunidad: primeros pasos hacia la construcción de una resistencia cívica colectiva
Manuel Fabien Aliana
En medio de un show propiciado por la dictadura, la oposición legalista (la oposición que acepta las elecciones bajo las condiciones impuestas por Ortega) logró capitalizar los focos de una prensa desesperada por captar algún tipo de declaración, que pueda ayudarnos a descifrar la nueva temporada de esta crisis política en que nos encontramos. Sin embargo, pudimos ver que la escenografía no basta: no se puede fingir detentar algún tipo de poder o legitimidad cuando no se los tiene. Triste espectáculo dan los políticos legalistas: sus conferencias de prensa se han convertido en vergonzosos sketches de los que solemos salir cada vez más confundidos.
La oposición legalista nicaragüense no es capaz de representar una nueva cultura política, porque su ADN político no sabe de cultura democrática. No podemos exigirle a un pez que vuele. Pero, siempre habrá alguien para respondernos que sí, «hay peces que vuelan». Claro que los peces voladores existen, pero no vuelan muy alto ni por mucho tiempo. Esos peces voladores son como todos nuestros jóvenes que la gerontocracia política tiene secuestrada en espacios opositores legalistas. Ellos quieren democracia, pero sus liderazgos e ideas no pueden volar alto porque las cúpulas tienen todo muy amarrado para que esos mismos jóvenes no quieran salir del mar de engaños en que los tienen sumergidos.
Ni siquiera podemos acusar a la cúpula legalista de estar adoctrinando a la juventud. Solo les están vendiendo boletos para un espectáculo al que los invitan también a participar desde la primera fila, prometiéndoles que, al final de la función, “Nicaragua volverá a ser Republica”. Por ejemplo, las Asambleas de la Coalición Nacional podrán terminan en forma festiva y alborotada, -como tarde alegre de domingo en familia- pero eso no quita que esos jóvenes, que por ahora tratan con tanta bondad, son los mismos que llevarán engañados a las elecciones bajo la consigna de : «Vamos a probar el fraude con una participación masiva».
Y el día del fraude, ¿qué se supone que tendrán que hacer estos jóvenes?
¿ Defender el voto con sus vidas? ¿Aceptar el resultado oficial? ¿Esperar lo que decidan las cúpulas opositoras legalistas? Si seguimos por ese camino, vamos acentuando la ruptura intergeneracional, y profundizando nuestra deficiencia democrática.
En medio de esta crisis política los nicaragüenses estamos buscando soluciones cívicas, clamando por Unidad y exigiendo posturas firmes. Pero no solo carecemos de cultura democrática para formular una verdadera alternativa a la crisis, sino también carecemos totalmente de comunidad. Nuestro tejido social está completamente destruido. Nos odiamos y nos tenemos desconfianza y a duras penas confiamos en la sangre, pero solamente cuando hay cariño o cuando no tenemos más opción.
La comunidad nacional es un concepto que siempre asustó a políticos y dictadores que han buscado controlarla. En Nicaragua no fuimos excepción. Desde Somoza y bajo el pretexto de que somos incapaces de dialogar y de llegar a acuerdos entre nicaragüenses (y al parecer también somos incapaces de respetar los acuerdos) el poder hegemónico siempre ha buscado controlar a la sociedad con el objetivo de crear una comunidad nacional sumisa. Según los dictadores, una comunidad sumisa es una comunidad patriota, orgullosa y trabajadora. Tenemos que entender que esa definición de comunidad destruye la verdadera comunidad nacional.
Al crear una comunidad nacional sumisa, lo que se consigue es el efecto inverso. No se crea comunidad nacional sometiéndola. Lo único que se logra con eso es encerrar a los ciudadanos en sus casas. Por eso, las dictaduras se esfuerzan por reducirnos a las formas de organización social más elementales: la familia, que se vuelve una pequeña tribu, y nuestro grupo de amigos, que se vuelve nuestro clan. Las dictaduras erigen muros entre los ciudadanos y cada casa se vuelve una fortaleza. La policía y los secretarios políticos siembran miedo en la sociedad, se crea desconfianza entre unos y otros, los de arriba roban desde sus cargos mientras que los pobres nos peleamos entre pobres por redes sociales…
No hemos sabido procurarnos las herramientas sociales y políticas para tumbar esos muros entre ciudadanos. Mientras más altos esos muros, menos ciudadanía hay.
¿Y qué tal si la respuesta estuviera en nosotros?
Por ejemplo, podríamos comenzar haciéndonos las siguientes preguntas: ¿Qué comunidad queremos realmente? ¿Qué tan inclusiva somos capaces de imaginar esa comunidad? ¿Qué sistema político puede proteger los valores de esa comunidad? ¿Cómo proteger a esa comunidad de los abusos de funcionarios déspotas? ¿Cómo puedo apoyar mi comunidad en este contexto de dictadura y represión? ¿Cómo puedo actuar a favor de mis compatriotas?
Tenemos que aprender a pensar más allá de uno, más allá de la familia, de nuestra tribu y nuestro clan de amigos. Sólo mirando y escuchando a nuestros vecinos aprenderemos a sanar, a regenerarnos. Si queremos un país mejor, debemos empezar a pensar y a actuar dentro de esa comunidad todavía imaginaria. Sólo imaginándola primero empezamos a construir verdaderamente esa comunidad.
Pero, ¿cómo se procede? ¿Existe acaso un “Manual de la Comunidad” que podamos profesar y seguir? Nada de eso. Tenemos que innovar constantemente para construir esa comunidad. Pero primero tenemos que querer que esa comunidad exista. Antes de existir en la vida real, la comunidad empieza a existir en nuestra voluntad, en nuestras cabezas y en nuestra forma de relacionarnos con los demás. Tenemos que querer formar parte de la misma comunidad política nacional, y reconocer que las soluciones solo vendrán de una respuesta colectiva
Por eso, en medio de la confusión que pueden generar estas ideas, me permito sugerir un orden que podría ser una fórmula de paso a paso bastante básica y general que cada quién puede ir completando y enriqueciendo a su manera:
- Pensar qué comunidad nacional queremos (por ej. reflexionar su marco, sus instituciones, entender las necesidades y urgencias de nuestra población, proyectar un mejor futuro para nuestro país).
- Querer ser parte de esa comunidad política nacional (para eso se necesita considerarla como un todo, entender el lado bueno y el lado malo de cada comunidad).
- Proyectar esa comunidad política en nuestros objetivos y metas de vida (por ejemplo: ¿qué lugar (aunque fuera temporal) tengo en esa futura comunidad?
- Representar esa comunidad política a través de nuestros compromisos con la comunidad, en nuestro comportamiento personal de vida y en nuestra forma de relacionarnos con los demás (por ejemplo, evitar comprar en ciertos locales por razones específicas, cuidar del medio ambiente en nuestra forma de consumir, apoyar la pequeña y mediana empresa local, involucrarse en un proyecto social, tener una rutina sana etcétera), hay mil maneras de representar esa comunidad que queremos.
Seguir estos pasos es uno de los tantos caminos hacia la construcción de una comunidad. Es momento de ideas, y verás que si trabajamos las ideas todo empezará a tomar sentido. Te darás cuenta de que estamos más conectados de lo que parece, y que necesitamos empezar a tenernos confianza para poder trabajar en equipo más allá de nuestras diferencias.
Pero claro, ¡Roma no se construyó en un día! Nuestra comunidad política nacional no se construirá de la noche a la mañana. Tenemos que trabajar para conseguirla, pero lo primero es querer que esa comunidad exista.
Uno de los múltiples gestos que podríamos empezar a hacer los que deseamos construir comunidad nacional sería dejar de descalificarnos y aceptar el debate de ideas. Por ejemplo, por mi parte, si bien voy a seguir insistiendo en que las elecciones no son el camino, también debo reconocer que los que rechazamos las elecciones tampoco hemos sabido formular un camino alternativo de salida a la crisis con una metodología clara que genere confianza en la población.
Yo sí creo en una insurrección cívica, pacífica y democrática, pero mientras no haya representación legítima (o unidad) en la oposición, ni camino alternativo, ni metodología clara, entonces debo esforzarme por entender el marco estrecho en el que se mueven los actores políticos y sociales de la oposición. Lamentablemente, esos actores también carecen de las herramientas culturales para entender que la solución a la crisis pasa por una fórmula organizada, metódica y colectiva. Nuestros políticos no se han hecho las buenas preguntas, esas preguntas que abren el camino hacia la construcción de una comunidad nacional.
Para lograr una fórmula alternativa que nos permita salir de la crisis sin tener que ir a «elecciones» con Ortega, tenemos que empezar a imaginar y representar esa comunidad. Nosotros somos el camino. No le regalemos nuestra confianza ni le demos la mano a cualquiera, pero empecemos a identificar a los que sí quieren construir comunidad, conversemos entre nosotros y busquemos lo que nos acerca, lo que nos une, sin estancarnos en lo que nos separa o nos distancia. Aprendamos a conocernos. Conocer a los demás también es aprender a conocerse a sí mismo. Cuando empecés a conocerte a vos mismo, quizás ahí empecés a estar listo para vivir en esa comunidad que habremos construido entre todos.