Nicaragua: las crisis económicas y políticas que se avecinan
Oscar René Vargas
La situación económica no será igual para todos en el 2022. Ni los dirigentes de la cúpula del régimen, ni los grandes empresarios, ni los altos funcionarios del Estado estarán en crisis. Tampoco los bancos. Lejos de esto, los grandes empresarios seguirán recibiendo las subvenciones millonarias del régimen. Estas subvenciones son obtenidas del dinero (los impuestos) del propio pueblo convertido en proveedor forzoso de capitales a favor de las elites para tapar sus agujeros negros y facilitar su enriquecimiento. La situación económica será diferente para las presas más débiles, que son los trabajadores y empleados públicos y privados y los pequeños negocios.
Al gran capital, tampoco, se les exige que devuelvan el dinero de las exoneraciones, ni tampoco el que mantienen escondido en paraísos fiscales. Por tanto, las grandes empresas y los bancos seguirán actuando tal como lo hacían antes de la crisis: asignando salarios escandalosos a sus ejecutivos. En suma, actúan sin miramientos hacia un pueblo condenado al empobrecimiento debido a la prolongación de la crisis sociopolítica.
Empero, el funcionamiento general de la economía depende del poder adquisitivo de la población. Es la población la que sostiene la economía real, perjudicada por la evidente pérdida del poder adquisitivo, las crecientes brechas de género en materia salarial, el aumento masivo del desempleo, el incremento en el costo de la canasta básica, la pobreza laboral de la mayoría de los empleados públicos y trabajadores informales y las vulnerabilidades de las familias de bajos ingresos que reciben remesas familiares para sobrevivir. Todas estas afecciones han sido producto de la negligencia y la vergonzosa complicidad de las élites políticas y económicas.
Para el año 2018, la mayoría de la población estaba harta de la pobreza, de las punzadas del hambre, de los bajos salarios, de la precariedad laboral, de la falta de oportunidades de empleo, del despotismo gubernamental, de la corrupción y de la ausencia de democracia. Es por ello que masivamente salieron a las calles a protestar, simplemente estaban hartos del régimen autoritario. Ningún problema social, sea este la miseria, el hambre, la expulsión de sus tierras de los indígenas de la Costa Caribe, la migración, la inestabilidad social, resulta ajeno al accionar represivo irrefrenable de la dictadura Ortega-Murillo.
Así, mientras algunos poderes fácticos y los partidos políticos “comparsas” o “zancudos” acompañen la estrategia del régimen, la dictadura permanecerá en el poder. Se debe comprender que Ortega no sólo se representa a sí mismo, sino a las constelaciones de fuerzas conformadas por las elites y diversos grupos de la sociedad nicaragüense que lo llevaron al poder y allí lo siguen manteniendo.
De hecho, a este objetivo de preservación de la dictadura responden la imposición, vía represión, del silencio social mayoritario. A esto se le suman los mecanismos ideológicos de control social y mediático basados en la desinformación programada y el fomento de una cultura acrítica, el miedo al encarcelamiento, la mediación de sindicatos colaboracionistas y la censura laboral consentida por miedo al despido. Es con estas estrategias que buscan contener la explosión social inminente. La pregunta es ¿por cuánto tiempo lograrán seguir empobreciéndonos y silenciándonos?