¿Cuál es el objetivo final de la lucha? [¿Es nada más “salir de Ortega?]
Tantas cosas se oyen decir, tantas, tan contradictorias y confusas, como: “Ortega es el único problema”, “¿Por qué no hace nada la ‘comunidad internacional?”, “El régimen comunista de Ortega”, “La única vía es la de las cañas huecas”, o “La única vía es la cívica”, o “es imposible que se vayan por las buenas, pero hay que seguir tratando de que se vayan por las buenas”. “Sin unidad no se puede hacer nada” dicen otros. “No hay ni habrá unidad, porque todos tienen su agenda”. Etcétera.
Mientras tanto, una cosa es clara: de estar a punto de caer, en Mayo del 2018, de haber perdido control del país [la policía estaba absolutamente rebasada, el ejército pasmado en sus cuarteles, Bayardo Arce tembloroso, miembros de la familia de Ortega al borde de un ataque de histeria, el propio dictador humillado al tener que enfrentar a los jóvenes que le exigían, legítimamente, pero con cierta inocencia ante poder, respuesta por los crímenes cometidos… de esa situación de cuasi colapso, la dictadura ha rebotado a una de control policial y paramilitar totalitario.
¿Qué podemos hacer para revertir la situación? ¿Qué ha pasado, y por qué? ¿Cómo salimos de este atolladero trágico? ¿Cómo es posible que una minoría deslegitimada, que necesita, que no tiene más remedio que reprimir ostentosamente todos los días para conservar el poder, no lo pierda? En esta serie, “de protesta a propuesta”, abordaremos todas estas preguntas, esenciales para alcanzar la libertad de Nicaragua.
Qué hacer, y cómo
Como nuestro propósito es contribuir al éxito de la lucha, adoptaremos un enfoque que mire hacia el futuro, que intente dar respuesta a la pregunta de “qué hacer, y cómo”. Para ello, primero hay que conocer muy bien la situación actual, hacer inventario de nuestros recursos y los del enemigo, pero más importante aún es saber hacia dónde queremos dirigirnos, y cuáles son los obstáculos que tenemos en el camino.
Se trata de decir: queremos llegar “allá”, y empezar a construir un mapa, con la información que tenemos del terreno. Es decir, empecemos por esbozar una ruta entre el lugar que estamos y el lugar al que queremos arribar al final del camino. ¿Y cuál es ese lugar? ¿Cuál es, en última instancia, superados todos los obstáculos conocidos y por conocer, el destino que queremos? Tenemos que definir esto muy claramente.
Para nosotros, en el CU-Nicaragüenses Libres, ese destino, esa última parada de la ruta, lo que en estas cosas se conoce como objetivo estratégico, es un lugar que llamamos, por economía de palabras, la revolución democrática. Fíjense que decimos “objetivo estratégico”, “última parada”, “destino”, etc. No estamos hablando todavía de métodos de lucha, ni de qué pasos dar en el corto plazo (de todo esto hablaremos, semana tras semana.) Por hoy estamos hablando simplemente del propósito final de la lucha, repito, de su objetivo estratégico.
¿Y en qué consiste ese objetivo estratégico, que llamamos la revolución democrática? Pongamos atención a estas dos palabras, “revolución”, y “democrática”, que resumen el propósito final de la lucha: desmantelar el sistema de poder que ha existido hasta hoy en el país, que crea dictaduras, corrupción y atraso, y reemplazarlo con un sistema de poder democrático. Cuando hayamos hecho esto, cuando lo logremos, habremos conseguido, por primera vez en nuestra historia, una “revolución democrática”. Nunca hemos llegado a esa meta. Hemos vivido la oportunidad, porque el pueblo estaba movilizado, incluso insurrecto, en un par de ocasiones, pero no hemos nunca logrado desmantelar el sistema de poder que ha venido mutando, adaptándose, durante 200 años, y reemplazarlo por un sistema de poder democrático.
El fracaso de 1990, inicio de la tragedia del 2018
Nunca lo hemos logrado. En la experiencia más reciente, en 1990, es claro que no lo logramos, y hoy estamos pagando caro ese fracaso. La tragedia del 2018, puede decirse con confianza, se inició precisamente en 1990. ¿Por qué? Porque quedaron en pie los pilares del sistema de poder: el poder de matar, la estructura represiva de un grupo dispuesto a todo por ganar y conservar el poder, más el poder económico de la oligarquía tradicional, que de hecho comenzó un proceso de fortalecimiento y enriquecimiento luego de años en los que los recién llegados del FSLN los habían hecho perder parte de sus riquezas acumuladas. Lo que ocurrió en 1990, entonces, fue –– a pesar del enorme sacrificio de los campesinos combatientes de la contra y la valentía de los ciudadanos que fueron a la campaña electoral –– apenas un rebalanceo del poder entre cúpulas. El pueblo respiró, sin duda, por el fin de la guerra y de la represión de la primera dictadura del FSLN. Pero la pausa no duraría mucho, ni abriría oportunidades a las mayorías, porque el sistema de poder nunca fue reemplazado por uno verdaderamente democrático.
Las élites, domésticas y extranjeras, aprovechando la enorme destrucción causada por la primera dictadura del FSLN y la guerra campesina, la guerra civil que causó, aprovechando el cansancio de la gente y la falta de experiencia democrática, dijeron a la población: “ya acabó todo, ya estamos en democracia, reconciliémonos, perdón y olvido, este es el final del camino”.
¿Lo era? Ahora sabemos que no. Ahora sabemos que el problema no era simplemente quitarle la Presidencia y el control de la Asamblea Nacional al FSLN. El problema era, y es, cambiar la estructura de poder real, no solo formal, legal. Eso no se hizo. De hecho, si algo cambió en términos de poder real en la transición de 1990 fue en sentido contrario: se desarmó a los campesinos armados de la Contra, pero no al Ejército de los Ortega. Y luego vino el pacto Lacayo-Chamorro-Ortega, el llamado protocolo de transición, que entre otras cosas dejó en el mando de las fuerzas armadas a Humberto Ortega, borró cualquier esperanza de justicia, y dejó a Daniel Ortega “gobernando desde abajo”, con sus turbas. Mientras tanto, el proceso político de la supuesta democracia marginó a la ciudadanía, cuyo rol se redujo a votar por Presidentes y autoridades cuyo poder los separaba de la población, lo cual les permitió actuar en muchos casos al margen del control ciudadano, enriqueciéndose en la marcha, y en cualquier caso privilegiando los intereses de una minoría sobre las necesidades acuciantes de la mayoría. De todos modos, con solo haber dejado la guerra atrás, y haber reiniciado la economía en condiciones de mayor normalidad trajo un respiro a gran parte de la población, pero ese respiro terminó siendo una cortina de humo para tapar el engaño: “llegamos a la democracia”, nos dijeron, y lo creímos, y nos equivocamos. En esa falsa transición quedó plantada la semilla de la tragedia actual.
Por eso, hoy en día, debemos tener muy clara la meta, tener una visión clara de esa última estación, de cómo luce el final del camino, para que no haya confusión, para que no hagan que detengamos la marcha, creyendo haber llegado, cuando estamos a medio camino. A medio camino sería si repetimos, como quieren algunos, que “el único problema es Ortega”. Eso es tan falso como cuando se dijo “después de Somoza, cualquier cosa”. Eslóganes tramposos. Otro eslogan tramposo: “reconciliación”, o “perdón y olvido”.
¿Cómo luce la última estación del camino? ¿Qué características, qué estructura, formas, colores, tiene el objetivo estratégico de la revolución democrática? Por aquí empezaremos la próxima vez. Por hoy, permítanme explicar una cosa más: ¿por qué “revolución”? Porque cuando un sistema de poder no puede transformarse a través de “evolución”, y ese sistema viola sistemáticamente los derechos humanos, mantiene el país en el atraso, crea un Estado de terror, tiene que ser derribado. Si no es posible que evolucione, tiene que ser transformado de raíz. Eso es lo que se llama “revolución”; porque “evolución” no es posible. ¿Alguien se imagina al régimen del FSLN “evolucionando”, transformándose por sí solo en democracia? Y esto, democracia, es lo que necesitamos y ambicionamos, de ahí el término “revolución democrática”. Un gobierno del pueblo, para el pueblo, por el pueblo: derechos para todos, privilegios para nadie. Nos vemos en una semana. Mientras tanto, manos a la obra, que hay que seguir organizándose, creando el movimiento popular combativo que nos permita llegar al objetivo estratégico de la revolución democrática.
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.