Cuando madre tierra

Carlos A. Lucas A.
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Cuando derribamos la vida para convertirla en madero,
la crucificamos;
cuando perseguimos a los gorilas,
(Troglodytes gorilla, fue su primer nombre
y los trogloditas éramos nosotros)
para cercenarles la mano porque suponemos
nos dará su furia salvaje en nuestras cópulas,
la crucificamos;

cuando caterpillareamos los corales
como en Gandoca
para instalar piscinas y pistas de hielo,
a un paso del mar salado,
la crucificamos;

cuando vamos abriendo pasturas en la selva, como en Bosawás
para atender las demandas de hamburguesas de McDonald`s,
la seguimos crucificando;

cuando metemos tilapias en la Mar Dulce
huérfano ya de tiburones Toro (Selachimorpha)
y Sarda (que se llama Carcharhinus Leucas)
dos de los seis escualos más agresivos del mundo
pero que no resistieron las emanaciones de la jabonería Prego en Granada
ni las aguas negras de la ciudad
ni los arponazos de la clase deportiva vestida de blanco impecable
que pesca desde yates con doble motor fuera de borda,
la crucificamos;

cuando tomamos unos indefensos polluelos
y les mutilamos cuando jóvenes sus espolones
su cresta y barbillas para manipularles
su instinto territorial y sexual
y darles muerte como gladiadores de fin de semana,
la crucificamos inexorablemente;

cuando como diputados honorables
depredamos para botana o boca o tapa,
miles de huevos de tortuga
que no seguirán su ciclo natural porque en combinación
con yuca y un trago blanco, nos reconforta,
y entonces, la crucificamos;

cuando salimos felices de los PriceSmart, La Unión, Pali, La Colonia
con varias libras de plástico que terminarán
más temprano que ya, en la Isla de Plástico,
al noreste de Hawai, formada en un vórtice de aguas marinas
con desechos flotantes de plástico, del tamaño de Francia,
la seguimos crucificando;

cuando desviamos las aguas de un cauce,
rebelde al ingenio de los ingeniosos ingenieros,
hacia una laguna de 5,000 años y de ciclo cerrado
y aunque la inyectemos de ozono, le seguimos tirando
llantas viejas, animales muertos, desechos de hospital militar
se nos va muriendo, se nos va muriendo
para dolor de la enamorada india extranjera Xincalt
que la trajo de lejos en un huevo de guajalote o chompipe,
la seguimos crucificando.

Pero la crucificada, la martirizada, la sufrida
se agita y se mueve y golpea todavía poderosa,
madre tierra, madre naturaleza, portentosa,
busca nuevos equilibrios y nos hace sentir lo que somos, fatuos
de conocimientos, de poder, de oferta y demanda
pies de barro, frágiles como moscas en el desierto.

Y puesto que sabemos lo que hacemos, no hay perdón.


Publicado originalmente en el blog del autor.