¿Cuánto durará el clan Ortega dentro de la dictadura? ¿Cuándo caerá la dictadura?

Estas son dos preguntas distintas, pero estrechamente conectadas entre sí. El clan Ortega parece estar en los metros finales de su camino sangriento. Sus días al frente de la dictadura, como cabezas y representantes visibles, despóticas, del sistema de poder, están contados. Se han convertido, aunque parezca irónico, en un problema para la dictadura. Predecir el calendario de la historia es un ejercicio temerario. Sin embargo, a nadie debería sorprender si en el futuro previsible, que podría ser incluso menos de un año, las figuras odiosas de El Carmen dejen de estar en el centro y la cúspide del sistema, puedan ser destronados por ejército y políticos aliados al ejército, junto a poderes fácticos domésticos (Gran Capital oligárquico) y extranjeros (Gobierno de Estados Unidos) que buscan, ante todo, estabilizar el sistema, para manejar sus riesgos económicos, políticos y geopolíticos. 

Esta (la confabulación << “cívico”-militar >> es, para usar el lenguaje embustero de las élites, la única “salida cívica” o “aterrizaje suave”, que les queda.  Fracasó, y está condenada al fracaso, cualquier posibilidad de un arreglo negociado y elecciones con el clan Ortega que dé paso a un gobierno estable (ni siquiera necesariamente democrático, apenas estable).  

La probabilidad de un arreglo tal ––ha sido demostrado–– es cero. La lógica y una montaña de evidencia confirman esta hipótesis. La probabilidad de una salida voluntaria del clan Ortega, que incluye, claro, a sus más cercanos, como el general Avilés y otras figuras, es cero. Cero. Quemaron todos los puentes, rechazaron todas las tablas de salvación, tapiaron todas las puertas. Han pasado a ser parias del mundo civilizado, incluso para la izquierda cuya nostalgia de la llamada revolución sandinista les impedía ver lo que estaba a la vista. El veredicto, por ejemplo, de los expertos de la Unión Europea no podía ser más demoledor: los mismos elementos que justificaron la justicia de Nuremberg contra los líderes nazis al final de la segunda guerra mundial están, aseguran, presentes en la documentación sobre las atrocidades de la tiranía nicaragüense. Ningún gobierno europeo puede pasar por alto esta conclusión, ni ningún gobierno latinoamericano que quiera estar en compañía conveniente puede ignorarlo, o ignorar el devastador pronunciamiento del gobierno de Petro en Colombia, la condena tenaz del presidente Boric y su coalición socialista-comunista-progresista en Chile, la del expresidente Mujica de Uruguay, la del gobierno argentino, la del gobierno del Partido Socialista Obrero Español, y el alejamiento incluso del gobierno de México. 

Todas estas circunstancias hacen difícil que se materialice la opción de apretar el botón de pausa en el conflicto en Nicaragua que hubiera preferido la administración Biden, temerosa del después, de que la defenestración del clan Ortega llevara a un “Estado fallido”, uno que no logre evitar el caos y la migración masiva de nicaragüenses en dirección al río Bravo. El plan estadounidense también enfrenta la postura enormemente disruptiva de Monseñor Rolando Álvarez.  Y, esto, que es clave: el cálculo estadounidense de los tiempos políticos en Nicaragua podría estar muy errado.  Con la “pausa”, los planificadores del estado gringo esperaban prevenir, particularmente en 2024, las imágenes de refugiados acumulándose en la frontera sur, que la prensa pro-Republicana presenta como una “amenaza para la seguridad” del país. Pero la crisis del dominio del clan Ortega dentro de la dictadura atraviesa una fase profunda y terminal, y hay fuerzas implosivas en marcha que no están ajustadas al reloj de las elecciones de Estados Unidos. Las luchas en el seno de la dictadura son, a la vista de todos, encarnizadas, producto del miedo que recorre el sistema ante lo que intuyen es el fin que se aproxima inexorablemente.

Los actuales líderes del sistema, el clan Ortega, no pueden impedir el fin; de hecho, al hacer lo único que pueden hacer (reprimir crudamente) hacen que su dominio se resquebraje más, y aumentan el riesgo para el sistema en su conjunto, para la dictadura en su conjunto. Para empeorar aún más el deterioro del liderazgo orteguista del sistema, a nadie escapa que sus maniobras incluyen un ribete visceral, que no solo viene de la saña enfermiza de Rosario Murillo, sino de la desesperación por demostrar poder que padecen los tiranos cuando ven su poder en peligro. Cuando así actúan (y es inevitable que así actúen; no solo es maldad, es necesidad estructural, es producto de la lógica del sistema) crean crisis tras crisis dentro de la crisis, reducen cualquier posible ganancia de sus movidas tácticas, y hacen más difícil a cualquier actor político internacional, por más paciente y tolerante que sea, de acompañarlos en un nuevo acuerdo. Ejemplo claro de esto es lo que ocurrió con el destierro de los 222, pactado con Estados Unidos a un riesgo político significativo para la administración Biden. Esta hubiera querido construir una narrativa limpia de “liberación de reos políticos” que le permitiera sostener su afirmación de que se trataba de “un paso positivo” que permitiría “abrir las puertas al diálogo”.  Aunque haya quedado en los “talking points” (o sea, el libreto oficial de comunicaciones sobre el evento) en la práctica el clan Ortega se encargó de hacer que lo ocurrido se viera, no como un “acto positivo”, sino como uno de crueldad; no como una “apertura”, sino como evidencia contundente de su intransigencia. 

En circunstancias así, hay una alta probabilidad de que las fuerzas implosivas avancen a una mayor velocidad que la “prudencia táctica” (electoral) del gobierno de Estados Unidos. Esto quiere decir que existe una alta probabilidad de que la “pausa” deseada quede en papel, y que, en vista de que un movimiento popular democrático que lidere otra alternativa está apenas en desarrollo, las fuerzas de la “estabilidad” vean necesario remover a través del uso de sus recursos e influencias, al clan de El Carmen. Interesantemente, cuando la Unión Europea afirma que “Nicaragua entera es escenario del crimen”, y cuando tanto europeos como latinoamericanos descubren la monstruosidad fascista de la tiranía, muere la narrativa de “víctimas del imperio” del orteguismo, lo cual da mayor legitimidad a toda acción que los gobiernos empujen para acabar con el reinado de terror de la pareja genocida. 

¿Qué sucederá después? Un sagaz observador lo resumió de esta manera: “quedaría la moneda en el aire”.  Uno podría decir, para completar quizás la intuición poderosa de esa imagen, que el apartamiento de los actuales líderes de la dictadura por medio de fuerzas de las élites, agentes políticos de la oligarquía, junto a políticos manifiestamente dependientes del Departamento de Estado requeriría del Ejército como columna vertebral del poder al iniciar la nueva etapa. En otras palabras, nacería ––aunque no necesariamente sobreviviría–– una dictadura militar. Se abriría entonces una nueva etapa de lucha, sumamente incierta, en el camino hacia la deseada democracia. 

¿Qué debemos hacer los demócratas? Nuestro objetivo final es la revolución democrática, es decir, el reemplazo del SISTEMA que dio nacimiento al régimen actual, y que las élites buscan transformar en otra dictadura, revestida de camisas y blusas blancas quizás, pero dictadura al fin, en cuanto el CIUDADANO no sería el protagonista libre para FUNDAR nuestra república democrática.  Pero aún los más reacios entre las élites deben entender que el orteguismo los puede despojar de todo, aunque hagan genuflexión continua a Rosario Murillo y Daniel Ortega, porque lo que las élites tienen bajo el orteguismo son privilegios otorgados por la mafia en el poder, no derechos. Derechos para todos, privilegios para nadie, es un principio que nos protege a todos en justicia. Por eso es que a todos nos conviene juntar fuerzas y recursos para tres tareas fundamentales. 

Una es trabajar para que Estados Unidos, Europa, y las instituciones multinacionales asfixien financieramente al régimen. La asfixia financiera sería letal para la pareja genocida; con seguridad haría que el proceso de implosión terminara de desgarrar su régimen, y lo debilitaría de tal manera que los ciudadanos podrían más fácilmente sublevarse y recuperar el país para todos

La segunda es preguntarnos cómo, en vista de la ausencia de cualquier opción negociadora de elecciones con Ortega, coordinamos acciones y recursos, y los ponemos en manos de la resistencia interna, para que un movimiento popular democrático emerja con fuerza. Esto no solo sirve para avanzar en la destrucción del sistema dictatorial, sino que puede minimizar la violencia del proceso de cambio, que es un temor justo y generalizado. 

La tercera es iniciar el diálogo entre los ciudadanos nicaragüenses de todos los sectores, ricos, pobres, del campo, de la ciudad, de todos los grupos ideológicos y étnicos, de toda la diversidad de intereses y visiones para que el orteguismo no sea sucedido por una nueva dictadura, sino por un sistema en el cual los conflictos inevitables de la sociedad puedan negociarse sin que un Estado mate o sus ciudadanos se maten entre sí.  

Estas son las tareas del momento. Tareas insoslayables para todos, que tenemos que realizar para bien de todos, tanto de quienes están dentro del territorio bajo la represión fascista como de los cientos de miles de desterrados, despojados de patria por una mafia criminal. Estas tareas son cruciales para quienes aspiran, con toda justicia, a que se haga justicia y se construya una auténtica democracia, con una nueva Constitución preparada por una Asamblea Constituyente democráticamente electa, por circunscripción territorial, y validada por referéndum popular.  

Independientemente de los escenarios que se presenten en el camino (y debemos intentar dar forma democrática a cada escenario) es esencial no perder este norte, y recordar que solo cuando el ciudadano sea el centro de la política la política será democrática, y que sin democracia no hay libertad, y que, para que el ciudadano sea el centro de la política, debe organizarse alrededor de una agenda libertaria-democrática y conquistar para la ciudadanía el poder real, a la vez que se despoja al Estado de los medios para centralizar el poder y convertirse en opresor: el Ejército debe ser reemplazado por varias fuerzas de defensa bajo mando civil, en las que pueden participar todos aquellos soldados cuyas manos no están manchadas por los crímenes de los generales; la Policía Nacional debe ser reemplazado por policías municipales, aplicando a los policías decentes el mismo criterio que arriba se aplica a los soldados decentes.

Nicaragua será libre. Recuperemos Nicaragua. Hagamos de este momento el momento de una unidad amplia para lograr estas metas. 

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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