Cuentas por cobrar y pagos pendientes (oportunismo político, justicia, democracia, las armas y la propiedad en Nicaragua).

Los dictadores actuales perecerán, mucho más temprano que tarde. ¿Perecerá con ellos la dictadura?  No necesariamente. ¿Quiénes son más importantes para que esta se mantenga: una pareja de sádicos que apenas se sostienen en pie y sus hijos nacidos en el privilegio autocrático?; ¿o, el Ejército, el Gran Capital y el poder fáctico extranjero? 

A ninguno de estos últimos tres les costará demasiado encontrar sustituto para las figuras públicas del poder actual, que son detestadas casi universalmente. De hecho, hay oferta abundante de oportunistas dispuestos a ocupar el trono que dejen los fantasmas de El Carmen. 

Como ejemplo tragicómico de esto (que algunos quieren que sea nuestro destino, o se resignan a que sea) anda por ahí, bailando en las calles y en reuniones “con altos funcionarios” de la Administración Trump (a la que “agradece”) el presidenciófilo Félix Maradiaga. 

En típica marrullería ladina (las trampas de la cultura que hay que destruir––tema pendiente) Maradiaga busca crear la impresión de estar “cerca del poder” en Estados Unidos, con un acceso privilegiado a gente que (¡hay que ver hasta dónde llega lo burdo de la trama!) necesita que él los “actualice” sobre Nicaragua. 

Es decir, debemos sentirnos afortunados de que ya haya quien “informe” al Departamento de Estado que una dictadura sangrienta, carcelaria y desterradora existe en nuestro terruño; una tiranía que hace lo que hace, y que lo hace a sabiendas de todo el mundo. Todo el mundo, a excepción, según hay que inferir del discurso de Maradiaga, de los “altos funcionarios” encargados, los muy ‘tontos’, de la relación con la tiranía. 

No tiene a bien decirnos “nuestro representante” (“retirado” de la política, creíamos haberle escuchado, desde el 2020) quiénes son sus misteriosos y poderosos contactos. ¿Para qué iba a hacerlo? Nombrarlos los empequeñecería. En cambio, dejarlos en sombra y susurro los engrandece en la imaginación de nuestra gente sufrida, que quiere creer en un milagro. 

Y él quiere mostrarse como el mago de dicho milagro, el incansable gestor que mueve los hilos de la causa. Pero el pueblo de Nicaragua no ve movimiento de hilos; no ve más movimiento que aquél que, para construir una imagen fluida en las redes sociales, despliegan los selfis del candidato al trono. 

Ya que los hilos no se ven, el candidato necesita decir que es porque están ocultos. Tienen que estarlo, porque van al corazón oscuro de un laberinto donde los “altos funcionarios” (el minotauro del poder que nos rescatará) preparan con él (como solo se prepara con alguien selecto, es decir, seleccionado) “la solución”.  

La persecución de “los amigos secretos”

La farsa tiene visos aún más siniestros porque, una vez más, vemos lo que todo el mundo ve, y lo que todo el mundo sabe que está ocurriendo, menos, esta vez, Maradiaga: los poderes secretos, cuya “amistad” busca usar para crearse a sí mismo un aura de poder, son parte de un régimen que persigue implacablemente a cientos de miles de exilados, entre ellos muchos nicaragüenses que escaparon de la tiranía en años recientes. Según reportes de prensa, cientos han sido apresados y deportados a Nicaragua, sin que se sepa qué ha sido de ellos allá. También se reporta que una cantidad de nuestros compatriotas ha estado recluida en la base militar que Estados Unidos tiene en Guantánamo. ¿Y habrá nicaragüenses entre los que por un puñado de dólares enjaulan como animales en el Gulag de Bukele? 

Nada de esto importa al Sr. Maradiaga, como no importa al resto de los políticos “opositores” que lamen lo que haya que lamer con tal de mantener viva su esperanza de recibir el favor imperial de Washington, el arrullo del Gran Capital y la aprobación (condicionada a la obediencia) del Ejército. 

Hago énfasis: su esperanza. No la esperanza del pueblo nicaragüense, de los demócratas que queremos paz, libertad y progreso. Se trata, en el mejor, o en el más cruel de los casos, según se vea, de una esperanza falsa para el pueblo y una esperanza viciada y viciosa de los políticos itinerantes.  Quizás les resulte, quizás no. Pero muestra y demuestra lo que son: oportunistas de viejo cuño, incapaces de liderar una transformación que abra las puertas a la oportunidad para toda la población, y no solo para ellos. 

El asunto de las armas

¿En qué se diferencian, en ese sentido fundamental, de lo que hay y ha habido hasta hoy en el poder político nicaragüense? Mientras más de cerca se ve, la diferencia va reduciéndose a la posesión de las armas, al control del poder de matar. Éticamente, poco más, si es que hay algo más, más allá de la duda. 

Evidentemente que esto apunta en la dirección de una necesidad: impedir que los actuales tiranos sean sucedidos en el mismo poder por la nueva camada, por pieles más jóvenes que cubran el alma corrupta de nuestra cultura política. 

Hay que impedir que la caída inevitable (por conveniencia imperial, del Ejército y del Gran Capital) de los regentes de El Carmen no lleve ––esto es evitable–– a una farsa más, a una reimpresión del mismo manual de dictaduras con distinta cubierta. 

¿Qué hacer cuando caigan?

Hay que des-membrar las fuerzas armadas y des-militarizar el poder.  

No digo (¡por supuesto!) enviar a todo soldado al hambre y el desempleo. 

No. Hay que hacer que los mandos responsables por las masacres paguen. Pero hay que crear, en lugar de un Ejército Nacional, fuerzas de Defensa, de Protección Civil, de Recursos Naturales, de Fronteras; todas separadas, cada una bajo mandos civiles democráticos separados, sin tanques, ni aviones de guerra, ni filosofía militar. 

Hay que pensar que siempre habrá Maradiagas, que es apenas el apellido que por verdad y didáctica cito hoy. Porque hay muchos otros. Los medios allegados al sistema de poder, por ejemplo, buscan mantener viva y cultivar la imagen de sus “escogidos” entre los jóvenes que vieron las cámaras de televisión en el Diálogo Nacional del 2018, otra cruel manipulación. 

Siempre los habrá. Es más, cualquiera de nosotros puede caer en la espiral de la codicia.  El “truco”, o lo racional (la verdadera esperanza del sueño) no es esperar a que un Maradiaga (o cualquiera de nosotros) sea tan bueno como dice ser, sino, por el contrario, asumir que puede ser tan malo como lo que dice combatir, y hacer estructuralmente difícil que suba a un trono imperial–– o a cualquier mecedora de tirano decadente. 

Por eso hay que dispersar el poder.  Hay que dispersarlo en la práctica, no solo formalmente, es decir, dividiendo convencionalmente los poderes en la cima del Estado

Hay que dispersarlo desde la base de la sociedad, y esto implica, no que el poder desaparezca, sino que se distribuya en cientos, miles de instancias donde los ciudadanos se apropien de cuotas de poder. Y no porque el “ciudadano” a que me refiero sea necesariamente más moral o puro, aunque sea posible ser más moral y puro, lo cual no ocurre sin un enorme esfuerzo de auto educación cívica––otra discusión pendiente.  

No. Necesitamos que haya cientos, miles de instancias donde los ciudadanos se apropien de cuotas de poder por al menos dos razones. 

Una es porque la única manera de limitar un poder es enfrentarlo a otros. Por eso, dispersar el poder quiere decir que muchos lo tengan, para que nadie lo monopolice

La otra es que, al crear cientos, miles de instancias en las que los ciudadanos se apropien del poder, podemos como sociedad gobernarnos a nosotros mismos, ejercer el autogobierno, el gobierno de nuestras propias cosas. 

La democracia (dentro de un Estado de Derecho que también ponga límites a lo que se puede decidir democráticamente––otra discusión pendiente) no es solo la oportunidad de votar de vez en cuando, “si nos dejan”, para escoger al capataz de la hacienda. La democracia es ser dueños en posesión de la hacienda; es destruir la relación hacendado-peón que domina nuestra política y nuestra economía. Y para eso se requiere ejercer el dominio, ejercer el poder, evitar que nadie tenga demasiado poder sobre los demás, ni armas, ni excesivo control sobre el empleo y los ingresos para imponerlo.  

Esto ya nos lleva (otra discusión pendiente) a la reforma económica necesaria.  En el largo plazo, es decir, para que no vivamos soñando en pajaritos preñados, para que la casa, si la logramos levantar, no se caiga en un día, aquí está el quid de la cuestión, el meollo del hoyo, como se dice: hay una concentración obscena de la propiedad y la riqueza en Nicaragua, en manos de una media docena de grupos familiares. 

Y hay que estar claros de un hecho: el origen histórico de gran parte de esta propiedad es ilegítimo, proviene de la expropiación masiva que se da, y no hace mucho tiempo, en la segunda parte del siglo XIX, por familias oligárquicas que primero incendiaron el país, entregaron nuestra soberanía a los filibusteros y tuvieron que ser rescatadas (y nosotros del esclavismo de Walker) por la fuerza de toda Centroamérica. Luego se entendieron entre ellas, y procedieron a la confiscación masiva de las tierras del país, hasta entonces en manos de las comunidades indígenas que luego disolvieron. 

Lo que ha venido después son luchas entre facciones expropiadoras, hasta llegar al presente, en que los grupos de la antigua y más conservadora oligarquía, en posesión ilegítima de enormes riquezas, se han aliado con la nueva clase propietaria salida del FSLN, la organización que precisamente restauró a la oligarquía conservadora en el poder.

Propiedad y expropiación: que se haga justicia, que se disperse el poder, que paguen los morosos.

De esta alianza surge el monstruo oligárquico-autoritario actual. A esta alianza hay que derrotarla. Y, tal como hicieron los franceses, bajo el General de Gaulle, al final de la Segunda Guerra Mundial, juzgar a los Pellas-Chamorro, los Ortiz-Mayorga y otros, como lo que han sido: colaboracionistas de un régimen fascista de ocupación

No hay que olvidar que el gobierno provisional democrático de la Francia liberada expropió al famoso magnate Louis Renault. Lo hizo legítimamente. Renault tenía, como los oligarcas nicas, una deuda de miseria y sangre con su país, con Francia. No olvidemos, recordemos. Y no nos paralicemos, ni nos dejemos guiar por prejuicios. Que no nos domestique el miedo a experiencias contingentes. En otras palabras, que no reaccionemos con el terror de quien sopla cuajada porque una vez lo quemó la leche caliente. 

Recurro aquí a la paráfrasis de un Papa muy admirado en Nicaragua, hoy San Juan Pablo II: “la propiedad privada tiene una hipoteca social”. Es decir, no solo hay un tema legal inevitable en la concentración de la propiedad y la riqueza en Nicaragua, no solo es esencial, si se quiere democracia, que esa concentración se reduzca, no solo es de vida o muerte quitarle poder económico a la oligarquía, sino que hay una justificación moral para exigir el pago de la hipoteca de miembros identificables de la oligarquía. 

¿Quién debe pagar los daños que nuestro país, y nuestra gente, sufre como consecuencia de los desmanes de la tiranía? ¿Deben los oligarcas quedarse con el fruto de su complicidad? Por supuesto que no. Deben pagar. No puede haber democracia, ni libertad, ni justicia, si no pagan. Y esa justicia pasa por arrancarles aquello que ilegítimamente poseen, y las riquezas acumuladas a la sombra del crimen. 

De lo único que debemos asegurarnos es de hacer esto bien, con buen juicio, con espíritu de construcción de sociedad, de comunidad, de nación, de economía. No se trata de transferir el poder concentrado de un grupo de individuos a otra minoría explotadora, o peor, al Estado. No se trata de cambiar una dictadura totalitaria por otra. 

El reto, por supuesto, es técnicamente difícil, aunque políticamente indispensable.  Por lo mismo, no podemos ser cobardes y pretender que “todo será mejor” (así decía la propaganda de una campaña del FSLN) si tan solo “salimos de Ortega”.  Ya “salimos de Somoza”; ya “después de Somoza cualquier cosa”.  

Estos lemas simplistas sirven a la oligarquía y a las camadas nuevas y viejas de serviles que no sueñan con un país mejor, que no ven a sus compatriotas como lo que somos todos, gente de una misma raíz, sangre, alma, seres humanos nacidos para la dignidad, sino que sueñan con alcanzar, por medio de su involucramiento político, comodidad, riquezas, y el servilismo obligado de otros. 

Basta ya. Es hora de enfrentarse a estos monstruos, y derrotarlos. La batalla comienza, de eso estamos claros, ya, aquí y allá, y sobre todo en nuestras mentes.

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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