Cuestión de sobrevivencia
Enrique Sáenz
La permanencia de Daniel Ortega en el poder pasó de ser una amenaza meramente política a una amenaza para la sobrevivencia del pueblo nicaragüense. No se trata ahora solo de una dictadura que encarcela, persigue, exilia y mata. No se trata solo de un régimen de corrupción, nepotismo e impunidad. Y más que una amenaza, es ya una tragedia en progreso que viven y sufren a diario miles de familias con enfermos, fallecidos y la exposición permanente a resultar contagiados por el coronavirus. O es el agobio por la pandemia, o es el agobio por la pérdida de empleos o ingresos. O es el agobio de la enfermedad y la muerte, o es el agobio del hambre. Un agobio que también arrastra a los mismos seguidores de Ortega.
En estas desdichadas circunstancias, la salida de Ortega del poder es condición de sobrevivencia para la nación nicaragüense. Todos estamos en peligro. El presente y el futuro.
Hemos afirmado repetidamente que la determinación de Ortega es aferrarse al poder, cueste lo que cueste. No le importan los miles de nicaragüenses que pierdan la vida a causa de la pandemia porque está convencido de que el caos favorece sus pretensiones pues piensa que ninguna fuerza política, económica o social tendrá la voluntad o la capacidad de desafiar su permanencia en el poder.
Y tiene sus cálculos. Ya hemos hablado de sus cálculos siniestros.
¿Y qué ocurre de nuestro lado?
Sobre la salida de Ortega hemos escuchado, y seguimos escuchando, diversos planteamientos. Para unos la salida es por la vía de elecciones; con reformas electorales, dicen unos, mientras otros proclaman que debemos ir a elecciones, aunque sea sin reformas. Algunos grupos proponen la constitución de un gobierno de transición, mientras otros demandan la renuncia del dictador. Hay quienes depositan sus expectativas en una intervención humanitaria por parte de naciones unidas y otros cuyas esperanzas descansan en la voluntad divina. Y así.
El problema es que, en casi todos los casos, los pregoneros de las propuestas se consideran dueños de la verdad y descalifican todo otro planteamiento alternativo. Ni siquiera se escuchan unos a otros. Por esta ruta no vamos a ningún lado. Ortega no se irá a sombrerazos ni con discursos, por muy radicales que parezcan.
El sentido común enseña que ninguna de esas opciones es viable si quienes se encuentran a la cabeza de esos movimientos, o grupos, no tienen capacidad para deponer posiciones sectarias o mezquinas; si no son capaces de abandonar las ansias de protagonismo o las ambiciones de cargos; si no son capaces de empeñarse con honradez en construir un espacio de concertación amplio, plural y democrático. Y aquí no estoy hablando de todos, sino de “al que le caiga el guante que se lo plante”.
El hecho fehaciente es que la condición indispensable para derrotar a Ortega es que se pueda constituir una fuerza política coherente, creíble, sólida, con una propuesta de cambio, una estrategia concertada y unos liderazgos que despierten confianza y ánimos en la población.
Como ciudadanos, nos sentimos con el derecho de emplazar a todos los liderazgos o pretendientes de liderazgos
No esperemos que la población se movilice o arriesgue su integridad física, su libertad, su trabajo, sus ingresos, sus bienes o su vida, si no tiene ante sí una ruta, una propuesta creíeble en la cual abrigar sus esperanzas.
El 25 de febrero, en homenaje a una fecha memorable, como fue el triunfo electoral de Violeta Barrios de Chamorro, a la cabeza de la UNO, un grupo de partidos y organizaciones políticas asumieron un compromiso frente a los nicaragüenses. Vamos a transcribir un párrafo de esa proclama:
En esta Coalición tenemos un propósito, una visión compartida de país, con principios y valores éticos que comprometen a sus miembros a deponer intereses particulares y trabajar por una Nicaragua con libertades, justicia, seguridad, prosperidad y en democracia. Una Coalición Nacional que practique una nueva forma de hacer política, dejando atrás los vicios de la reelección y el caudillismo que tanto daño han causado al país y a su sufrido pueblo.
Han pasado casi cuatro meses de ese compromiso y aquí estamos, en espera. Y tal vez, peor que al principio. ¿Es tan difícil ponerse de acuerdo en un programa de cambio? ¿Es tan difícil ponerse de acuerdo en una estrategia? ¿Es tan difícil deponer las mezquindades en circunstancias en que es la sobrevivencia misma del pueblo nicaragüense la que está amenazada? ¿Cuánto tiempo más necesitan?
Ustedes, señores, hablaron de valores éticos, de visión compartida de país, de deponer intereses particulares, de una nueva forma de hacer política, de dejar atrás los vicios que tanto daño han causado al país y al pueblo nicaragüense.
Y además cerraron su proclama con la siguiente frase: Es el momento de Nicaragua primero, aquí y ahora.
Pues bien, señores, honren su compromiso. Porque se les está pasando el momento y corren el riesgo de que cuando salgan ya nadie les crea. Ni les crea, ni les acompañe.