De cómo los turcos descubrieron América
Roberto Corea Torres
Ya es hora de que descubramos América – dijo el profeta Tawil -; estamos un tanto atrasados, perdiendo dinero”.
-DE LOS ARCHIVOS SECRETOS, VOLUMEN DE LOS PROFETAS MENORES.
Cuenta Jorge Amado los pormenores iniciáticos de la escritura de esta novela, De cómo los turcos descubrieron América, en el prólogo de la misma. Confiesa públicamente que estando en su casa de Río Vermelho, por allá de mayo de 1991, recibió una llamada de una importante empresa italiana que le pidió una historia escrita en portugués, para publicarla junto con otras dos: la del norteamericano Norman Mailer en inglés y la del mexicano Carlos Fuentes en español, en un claro homenaje a las lenguas que se hablan en el continente americano, para, de ese modo, conmemorar el Quinto Centenario del Descubrimiento de América.
Dicho proyecto, continúa Amado, consistía en editar el libro en cuatro idiomas: italiano, inglés, español y portugués. El tiraje sería grande, trescientos mil ejemplares, para ser distribuidos, gratis, entre los viajeros de las diversas compañías aéreas, durante los meses de abril a septiembre de 1992, año del Quinto Centenario.
La idea, obvio es pensarlo, le pareció seductora, de tal forma que se puso a trabajar en el proyecto, previo a los arreglos económicos, firmar el contrato correspondiente y ponerse de acuerdo en la longitud del texto. La empresa adquiría por su parte los derechos de publicación por un término de tres años, en los idiomas referidos de los relatos de estos escritores del Nuevo Mundo. De pronto los italianos contratantes se perdieron por un tiempo y Amado pensó que el proyecto ya había quedado trunco, pero por agosto de ese mismo 1991 se pusieron nuevamente en contacto y aceptaron las condiciones del brasileño.
Jorge Amado inventó entonces De cómo los turcos descubrieron América, y entregó los originales en noviembre, cobró su dinero y comenzó a despilfarrarlo, además aprovechando la historia y las bondades del contrato, negoció y vendió las traducciones en francés, en alemán, ruso y turco.
El tiempo transcurrió desde que entregó los originales y la empresa italiana no daba muestras de aparecer por ningún lado, así las cosas el volumen con las tres novelas reunidas no pudo salir a la luz en el mes de abril de 1992 como se habían propuesto, de tal manera que no participaron en las conmemoraciones del Quinto Centenario, porque resultó que la dichosa empresa se vio inmiscuida en las investigaciones sobre corrupción política que, el gobierno de Italia emprendió en aquella célebre Operación de Manos Limpias. El proyecto de publicación se echó a perder y a Jorge le fueron restituidos los derechos para los cuales no tenía opción.
Jorge Amado llamó a su colega Carlos Fuentes para conversar sobre el asunto y Fuentes le dijo que él ya había vendido su historia a una editorial de Madrid, así que después de tanto, Amado pudo estar libre para publicar en Brasil De cómo los turcos descubrieron américa. En septiembre de 1992 en Éditions Stock salió la edición francesa y a principios de 1993 apareció la edición turca.
De todas formas, cualquier cosa que haya sucedido alrededor de la novela, evidentemente nada tiene que ver con su calidad y sabrosura, Jorge Amado vuelve a mostrarse agudo, dueño de esa manera tan peculiar de abordar las relaciones cotidianas entre las personas y sobre todo las de su pueblo.
En el título De cómo los turcos descubrieron América, carga ya implícito el tema a tratar, sólo que al estilo Amado, y si usted piensa que se va a encontrar un legado, o un ensayo profundo y académico de historia y geografía, en donde se explique y se den santo y seña del itinerario de los árabes en territorio de América, seguramente se equivocará, porque lo que existe no es otra cosa más que la historia de dos ciudadanos de aquellos parajes del medio oriente, el sirio Jamil Bichara y el libanés Raduan Murad, que llegan a instalarse en el Nuevo Mundo pero ya entrado el siglo XX, que es más o menos, cuando comienza el éxodo y su inserción a una sociedad de por sí ya instaurada: la sociedad brasileña, en las tierras del sur de Bahía.
Raduan Murad y Jamil Bichara, compañeros de barco en el periplo desde Europa, arriban al puerto de la Bahía de Todos los Santos en octubre de 1903 en la nación brasileira, ahí deciden probar suerte en la consecución de fortuna y naturalmente refuerzan su amistad. No por haber desembarcado trescientos años después de la llegada de Colón a América, pierden su calidad de descubrimiento, de conquista, pese a que ambos realmente son montañeses, traían documentos que les expidió todavía el Imperio Otomano motivo por el cual son calificados como turcos. Han de saber queridos amigos, que a todos los árabes, séanse de Arabia Saudita, de Chipre, libios, egipcios, de Siria, de Turquía o iraquíes, es decir a los habitantes de esa zona geográfica, son considerados y llamados “turcos”, en varios países de América, justo a partir de Guatemala hasta la Tierra del Fuego.
Ahora bien, aquí como lector entro en una disyuntiva, me parece que el título de este libro debería ser Los Esponsales de Adma, porque en realidad es eso, un relato en el que Amado desarrolla pleno de ingenio, de chispa humorística, una situación humana, para ponernos de espectadores en el centro mismo de las relaciones que se dan entre esta comunidad seguidora de Alá, pero en un universo distinto de su raíz.
Raduan Murad, jugador de póquer en el café, en el cabaret, en las pensiones de mujeres, sitios donde “prodigaba sapiencia y bufonadas”, devenido en consejero matrimonial y filósofo de cantina, entra de lleno en el apasionante asunto de conseguirle esposa a su entrañable amigo Jamil Bichara, sólo un poco después de saber por labios mismos del viudo de Sálua, Ibrahim Jafet, que su hija Adma, condenada a vestir santos por aquello de ser feúcha y no exhibir virtudes corporales que la hagan apetitosa ante los jóvenes, no lo deja ni a sol ni a sombra, cuando como todo hombre goza de la pesca y los tableros de dama y gamao –juego (de azar y cálculo) de tablero-, porque ella había asumido el mando de la casa y del negocio, la mercería El Baratillo.
Ibrahim Jafet abatido por la muerte de su Sálua, se dedicó a la pesca, a la frecuentación nocturna de las putas (Glorínha Culo de Oro o Paula la Tuerta) en busca de consuelo y Adma, casi casi carcelera, lo iba reduciendo en sus habituales correrías, de tal modo que le urgía conseguirle quien la pusiera quieta, para Raduan no había otro presunto esposo para alma que Jamil, y así entre éste e Ibrahim, le plantean el trato: Jamil sería socio activo, prácticamente dueño del baratillo, siempre y cuando se esposara con Adma, pero nadie contó con que Shitan, el diabólico contrario de Alá, metiera sus influjos para que el desenlace realizara de otra manera.
De cómo los turcos descubrieron América es otra muestra de la vitalidad escritural de Jorge Amado, divertida, dicharachera, ágil, permite a los lectores entrometerse a las peripecias de los esponsales de Adma, “ocurridos en la ciudad de Itabuna en los comienzos de la civilización del cacao, en los primeros años del siglo XX, cuando finalmente los turcos descubrieron América, desembarcaron en Brasil y se hicieron brasileños de los mejores”.
Su rica prosa al servicio del auditorio en una novela de intensa humanidad, similar a un teatro donde la realidad más negra se convierte en una metáfora de vida. Encuentro de la belleza en el drama cotidiano. Dimensión trágica en los hechos de entrañables personajes que parecen festivos por la presencia entronizadora de un tono que Amado no abandonó nunca.
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