De este lado de las barricadas
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.
«Los jóvenes que hoy cuestionan, critican, protestan, sospechan y dudan, son vida para Nicaragua, son el renacer de la nación… De ahí mi llamado a ellos: estén alertas; la escuela de las dictaduras ha dejado hábitos muy malos entre los mayores. Muchos de ellos han sido en el pasado entusiastas colaboradores de esas dictaduras, y están aún activos, caminan al lado de ustedes, pero representan el pasado, representan exactamente lo que ustedes quieren reemplazar–aunque estén de este lado de las barricadas»
Apenas desciende la marea emocional del intercambio, queda mi ánimo atrapado en la tristeza, como si un mar trajera, desde el pasado, restos de un naufragio, y los abandonara en la playa sin esperanza. Pero una vez más, se cruza en mi camino un texto que pareciera cortado a la medida, escrito para hacerme sonreír y restañar mi espíritu: “Y si queremos pelear / hay muchos enemigos / al otro lado de las barricadas…”. Estimado lector: si estás preguntándote a qué viene tanta divagación lírica, gracias por tu paciencia; te prometo que hay método en esta locura.
Gracias también al infortunado Maiakovski, autor del texto citado, porque me ha dicho dónde comenzar: aquí, de este lado de “las barricadas”. Hablo de democracia, de libertad, de respeto a los derechos humanos. Hablo de que es muy fácil culpar de su ausencia a quienes están “al otro lado”, y olvidar que estuvieron antes ‘de este lado’. La cuestión clave no es si la tiranía orteguista va a desaparecer (lo hará, sin duda, es ley de vida). Más bien, debemos preguntar: ¿cómo hacemos para que quienes rebasen las barricadas no se den vuelta y apunten (su nuevo poder) contra el pueblo que los sigue?
Benditas sean la desconfianza y la duda
Por eso aconsejo apasionadamente a los más jóvenes, quienes se han echado a tuto la responsabilidad de enderezar un país que lleva siglos a la deriva: desconfíen del poder, del ajeno y del propio; no hay que inventar escuela filosófica, basta con recordar la sentencia de Acton: “el poder corrompe”.
Desconfíen de todos, establezcan únicamente acuerdos verificables, en los que cada uno ceda lo mínimo. Desconfíen especialmente de aquellos a quienes ustedes admiran y aparentan ser buenos, valientes o inteligentes. Nadie lo es tanto como para entregarle las llaves del destino. Desconfíen, ojo al cristo por la libertad, de las personas que han participado en la vida pública de Nicaragua en generaciones anteriores. ¿No es evidente que dejaron un rastro de destrucción a su paso? Hagan la cuenta de los muertos, los presos, los exilados, de la miseria injustificable–porque hoy Nicaragua tiene una economía que produce un quinto de la de Costa Rica, y hace unas cuantas décadas estaba a la par. Pregúntense quiénes han sido responsables de esta tragedia.
Es vital que descorran el velo que para su conveniencia han tirado sobre la historia, desde las distintas esferas del poder, gente que no intenta perderlo, ahí donde lo tienen, y busca recuperarlo si se les ha disminuido.
Un feudo, un oasis
Jóvenes rebeldes de hoy: no permitan que los viejos lobos del poder los engañen. ¡Y no esperen que luzcan como lobos! Hay que esculcar la piel de las ovejas que se acercan con astucia al rebaño. Muchas de ellas ya caminan entre la manada, emiten los mismos balidos, y empujan para colocarse al frente. No les conviene a ustedes, ni a Nicaragua, ni a la causa del bien y de la libertad, pasar por alto la trayectoria de quienes participan, con ambición evidente de liderazgo, en la vida pública del país. Y no se trata de negarles su derecho ciudadano a involucrarse en la vida política: simplemente no es prudente darles espacio cerca del poder, para prevenir desmanes, para hacer posible la construcción de una sociedad democrática y próspera.
Y a los mayores, o a quienes han dedicado mayor curiosidad a la historia: digamos la verdad, al margen de preferencias ideológicas, lealtades personales o sociales, y aspiraciones financieras. Esto es muy fácil decirlo, especialmente porque es lo que el pueblo quiere escuchar, pero es muy difícil de practicar. El cáncer del poder tiene un tumor, el orteguismo, pero está presente en todo el cuerpo social. Está incluso en nuestras propias mentes: muchas veces nuestra actuación refleja es autoritaria, porque no hemos ejercitado el músculo de la libertad, tanto como hace falta, en doscientos años.
Y así se cuela -buenas o malas intenciones de por medio- la manía censora, supresora, y la tolerancia de la exclusión en todos los ámbitos de la sociedad, y hace muy difícil que construyamos instituciones gobernadas por reglas y espíritu de inclusión. Más fácil construimos un feudo que un oasis.
El asunto PEN
Por eso he insistido en el tema, para algunos quizás arcano, de la actuación del PEN Internacional/ Nicaragua en meses recientes. Que parezca alejado de las trágicas urgencias del momento no quiere decir que lo esté. Ya he dicho antes que el tumor tiene nombre, pero la enfermedad afecta al cuerpo entero de la sociedad. El PEN de Nicaragua es sencillamente un ámbito más en el cual se desarrolla la vida de los nicaragüenses, la filial doméstica de una organización mundial de escritores por la libertad de expresión.
Como tal, tiene el doble reto de enfrentar al poder abusivo de otros, y expurgar del ejercicio del propio el chingaste autoritario de nuestra tradición. No es fácil, pero hay que hacerlo. No basta proclamar en abstracto las bondades de la democracia ni la maldad de la dictadura. Hay que enfrentarse a los hechos, luchar contra los obstáculos que estorban el camino a la libertad en todos los frentes, incluidos los gremios. El PEN Internacional/ Nicaragua es parte del mío, y por eso es mi derecho y mi deber contribuir para que ayude a la transformación que los demócratas deseamos en Nicaragua.
Desafortunadamente, creo que estamos fallando. Yo mismo intenté, aprovechando mi condición de miembro del PEN en Estados Unidos, involucrar a este más activamente en el caso de Nicaragua. Recibí en Miami, el año pasado, la visita de un delegado del PEN, filial de Nueva York, y descubrí que muy poco sabían de la enorme tragedia de nuestro país. Ofrecieron programar eventos a favor de Nicaragua en 2019, y enviaron una carta a un grupo de abogados internacionales de derechos humanos, en la que añadieron, a petición mía, los nombres de algunos de nuestros escritores perseguidos. No pude hacer más, porque no quise irrespetar a las autoridades del PEN de Nicaragua arrogándome una representación que no me corresponde, y no pude conseguir una respuesta vigorosa y ágil de nuestra junta directiva. Debo aclarar que solo comuniqué mis esfuerzos y solicité asistencia a nuestra presidenta. Ignoro si ella transmitió la información a los demás miembros.
Más recientemente, se han producido dos hechos que aumentan mi inquietud, la cual he expresado de manera respetuosa y—tratándose de asuntos de incumbencia social—públicamente. Uno es el ya conocido acto de censura del Sr. Mario Arana, vocero de la Alianza Cívica, al bloquear de sus redes a la Revista Abril por su inconformidad ante ciertas opiniones publicadas en la revista. Pedimos al PEN Nicaragua que se pronunciara a favor de la libertad de información, que creímos violada, y en cuestión de horas teníamos respuesta: la presidenta del PEN nos comunicaba que más bien apoyarían, como política oficial de nuestra organización, el derecho del Sr. Arana a bloquearnos. Demás está decir que estoy en desacuerdo con dicha decisión. He publicado mis razones. Otros escritores, inclusive miembros del PEN, lo han hecho también. Remito al lector a lo ya publicado si desea conocer los detalles, aunque sí quiero recalcar que la respuesta se produjo a una velocidad notable, y que el Sr. Arana disertó días después, auspiciado por el PEN Internacional / Nicaragua, sobre la importancia de las libertades democráticas en el desarrollo económico. Si no me equivoco, esto podría considerarse una ironía.
El segundo incidente es más grave. Se trata, en mi opinión, de una doble falta. Como ya es sabido, bajo presión de la dictadura la Universidad Americana canceló la ceremonia de graduación de sus nuevos profesionales, para impedir que estos ejercieran su derecho a la libre expresión y dedicaran el acto a la memoria de una compañera asesinada por el régimen. Yo solicité en la página del PEN Internacional/ Nicaragua que nos pronunciáramos como gremio en contra de tal violación. Mi entrada nunca fue aprobada por los administradores de la página. Insistí el 30 de Julio, en carta pública, y luego el 9 de agosto, de la misma manera. Apenas ayer recibí comunicación, primero privada, luego pública, de la presidenta del PEN Internacional/ Nicaragua.
A la comunicación pública me referiré primero, aunque las implicaciones de la carta privada son quizás más alarmantes. En todo caso la carta pública es digna de preocupación.
De inicio, una falsedad: “no se te contestó la carta anterior porque pensamos que ya habíamos aclarado como directiva nuestras consideraciones sobre el ámbito de acción de PEN”. No fue sino hasta ayer, transcurridos catorce días, que se produjo un intento de explicar por qué mi entrada en la página del PEN Internacional/ Nicaragua ha sido ignorada o censurada.
Acto seguido, el primer intento de descalificación, que rebaja indignamente la calidad del debate civilizado: “nos preocupó…las intenciones tuyas de seguir cuestionando a la organización”.
Luego, la minimización del evento acerca del cual solicité que nos pronunciáramos: “pedías a PEN que se pronunciara porque a un grupo de estudiantes de la UAM les habían negado su libertad de expresión al no permitirles dedicar su promoción a Rayneia Gabrielle Da Costa Lima”.
“Un grupo de estudiantes de la UAM”
¿Hay que aclarar que no se trataba de la demanda específica de “un grupo de estudiantes de la UAM”, sino de un evento de altísimo simbolismo e impacto noticioso directamente relacionado con la agresión autoritaria de la dictadura orteguista, y la respuesta rebelde, libertaria, de nuestros jóvenes? Esto parece haberlo entendido todo el mundo, menos el PEN Internacional/ Nicaragua.
¿Cómo es posible que sea precisamente la organización de escritores y poetas la que invalide el enorme significado de suprimir la voz y la palabra de los universitarios? ¿Cómo es posible que se desestime, sin que medie siquiera cortesía profesional, la solicitud de un miembro de la organización para por lo menos—aunque no debería hacer falta–discutir qué postura adoptar?
No quiero entrar en una revisión extensa de la carta constitutiva del PEN (su Constitución), pero aseguro al lector que no hay en ella (¡por supuesto!) nada que justifique no defender la libertad de expresión de los estudiantes. Tampoco veo cómo hacerlo pueda poner “en riesgo el trabajo del PEN”. Y me parece inverosímil la explicación que atribuye nuestro quietismo a que “En Nicaragua PEN es una organización pequeña. Sólo tenemos una persona que trabaja de manera fija. Todos los demás somos voluntarios.”
¿Cuántos escritores, en una organización de escritores, hacen falta para componer uno o dos párrafos en defensa de la libertad, especialmente ante hechos de gran simbolismo como el de la UAM?
El infierno son los otros
No es mi intención someter a nadie al terror de una crítica injusta ni a un ataque infundado, a la implacable mirada, al infierno que pueden ser los otros. No se trata de destrucción personal, sino de aprendizaje y construcción institucional. Por eso, si algo me ha impactado es la indignación en la respuesta privada de la presidenta del PEN Internacional/ Nicaragua. Como mis actos son guiados por la buena voluntad, y porque aspiro más que a nada a que alcancemos una sociedad de altos estándares intelectuales y morales, me abstengo de publicar dicho escrito.
Sin embargo–lo digo aunque me apena–debo recordar a la señora presidenta que solicitar a una institución gremial, a la que uno pertenece, que actúe de cierta manera—que uno, errada o correctamente, cree apropiada—no es un acto de traición; que pedir que la organización responda a sus miembros, y se pronuncie a favor de una causa que uno entiende es su razón de ser no equivale a “armar una tormenta en una taza de te”; y, sobre todo, que el debate entre personas pensantes y de bien no tiene como propósito que “rueden cabezas”.
¿Por qué es tan difícil entender esto entre nosotros? Esta interrogante es la que me ha obligado, por el fuero de mi conciencia y a costa de mi tranquilidad, a hacer los comentarios que dejo en este artículo. Termino con un cierto amargo regusto: me queda claro lo extendido de nuestro mal, nuestra incapacidad de lidiar de manera tolerante y constructiva con la crítica, nuestra tendencia a sentirnos soberanos de un feudo antes que reconocernos ciudadanos de una república.
Pero no hay vida si no hay esperanza. Los jóvenes que hoy cuestionan, critican, protestan, sospechan y dudan, son vida para Nicaragua, son el renacer de la nación, son la vida misma de nuestros tercos sueños. Por eso los exhorto, una vez más: estén alertas; la escuela de las dictaduras ha dejado hábitos muy malos entre los mayores. Muchos de ellos han sido en el pasado entusiastas colaboradores de esas dictaduras, y están aún activos, caminan al lado de ustedes, pero representan el pasado, representan exactamente lo que ustedes quieren reemplazar–aunque estén de este lado de las barricadas.