De la ruidosa democracia y de las malas palabras
Pío Martínez
No hay peor ciego que el que no quiere ver, dicen, y es cada vez más claro, para quien quiera verlo, que la Alianza Cívica y la UNAB no están por el derrocamiento de la dictadura.
Ni siquiera parecen estar empeñados en salir de ella, de ninguna manera. Basta prestar atención a las palabras de sus representantes para entenderlo. Son por ello blanco legítimo para quienes estamos claros de que si se quiere empezar a construir una nueva sociedad el paso primero, primordial, es salir de la dictadura.
Ese camino que el grupo corrupto de los Arana, Tünnermann, Pallais y compañía proponen, esto es, realizar elecciones con Ortega en el poder, solo conduce a eternizar el poder de los Ortega.
Esa es mi opinión y la de muchos conmigo y creo que es hora de que nos vayamos acostumbrando a escucharnos y a no pretender acallar ninguna voz, ningún argumento, pues la democracia no es, ni debe ser, ni puede ser, un coro en el que todos cantamos a la misma voz, en el mismo tono, sino una sorda cacofonía, un conjunto de voces disonantes, una olla de grillos de la que debemos pescar las ideas que parezcan ser las mejores para las tareas que como sociedad debemos emprender.
Nuestro país no es –ni queremos los demócratas que sea– Corea del Norte, donde todos cantan en un mismo tono y tienen una misma opinión, los soldados marchan a un mismo paso sincronizado al milisegundo y al milímetro, y las jovencitas se desmayan al paso de Kim Jong-un, el líder supremo y dueño de la palabra.
No es que vamos usted y yo y los demás a dejar de opinar diferente ahora para empezar a hacerlo después, más adelante, cuando hayamos salido de los Ortega. No es que vamos a dejar de ser demócratas ahora y someter nuestro pensamiento a un grupo de iluminados y seguirlos calladamente ¡como ovejas!, sin expresar ninguna opinión que no sea la de los líderes para luego, más adelante, cuando hayamos alcanzado el poder empezar a construir la democracia. Eso no va a funcionar.
La democracia hay que ir construyéndola desde ahora e ir arreglándola por el camino, como se arreglan las cargas de las mulas. Tenemos que comportarnos como ciudadanos desde ahora y no esperar a después, cuando haya llegado un cierto momento, porque para entonces, si ese momento llega alguna vez, nos habremos acostumbrado al silencio, a la cadena, no sabremos ya qué cosa es ser ciudadano.
Comportarse como ciudadano implica hacer uso precisamente de esos derechos que las dictaduras roban a una población, esas libertades por las que ahora clamamos, entre ellas la libertad de pensamiento, de opinión y de expresión, Libertad pues, con mayúscula, que no puede esperar, que es urgente.
La palabra «divisionista», que ahora emplean muchos para referirse a quienes crítican a los líderes reales y aparentes no la hemos empezado a usar ahora, ya la usamos antes, en esa época que vino después de la caída de la dictadura somocista y ya ven adónde nos llevó el uso de esas y otras malas palabras que limitan la libertad de las personas.
Tenemos que empezar a pensar y actuar como hombres y mujeres libres, sin aceptar frenos a nuestra libertad, sin someternos a la censura propia ni ajena. Tenemos que ir depurando nuestro vocabulario, ir sacando esas palabras que son resabios de nuestra historia de sometimiento, hijas de nuestros atavismos, de locas ideas de lo que debe ser una sociedad. Tenemos que buscar, identificar esas palabras y arrancarlas como se arranca de la piel una garrapata pues nos hacen daño, nos enferman, nos limitan, impiden nuestro desarrollo como seres humanos.
Yo aquí estaré expresando mis ideas y les invito a ustedes, quienes leerán esto a expresar las suyas, a no callar, pues si estamos clamando por libertad de expresión ¿cómo es que queremos alcanzarla acallando a la gente?