De peregrinación a conspiración
<<Habiendo visto que los actores de peso, como el Departamento de Estado, tienen su propia hoja de ruta, y tratan con (generalmente) cordial condescendencia a la oposición que se empeña en peticiones; habiendo visto que los flujos de ayuda financiera al régimen más bien han aumentado, es hora, hermanos opositores, de cambiar de rumbo.>>
Hermanos nicaragüenses, miembros de los diferentes grupos opositores, medios de comunicación opositores, activistas de todos los tipos y temas, urge hacer un cambio, urge verdaderamente hacer un cambio en la concentración de los esfuerzos de tantos de nosotros.
No debe haber silencio internacional acerca del infierno que la dictadura ha creado en Nicaragua, del campo de concentración donde reina la maldad de El Carmen, de la larga y creciente lista de crímenes de Ortega, Murillo, y sus cómplices.
Pero debemos preguntarnos si el método que estamos empleando es el mejor, si no existen mejores alternativas. Incluso, aunque hubiese sido el indicado anteriormente, si su utilidad disminuye y su efectividad desaparece.
Antes de entrar en discusiones más amplias sobre estrategia política, la evidencia apunta a que ya el método para llamar la atención, para ver si logramos conseguir apoyo efectivo de los poderes foráneos, no está dando resultados. No hay resultados, pero hay costos enormes.
Fíjense bien, nuestros activistas van de reunión en reunión con políticos de Estados Unidos, que posan para las cámaras y luego usan la fotografía como crédito en “su lucha” por la democracia en Nicaragua. ¿Qué obtienen los activistas para la lucha? A estas alturas, muy poco. Los gobiernos de Estados Unidos tienen un poder que, sin intervenir militarmente ni imponer sus decisiones de manera imperial, ha podido desplazar del control del Estado de Nicaragua a la pareja genocida, y no lo ha hecho. ¿Qué mejor oportunidad que la que tuvieron en noviembre de 2021? Pudieron haber inducido al Ejército a que vetara la candidatura de los Ortega-Murillo, para, por lo menos, abrirle la puerta a su anhelado aterrizaje suave. En lugar de eso, permitieron que Ortega escalara la represión, encarcelara a todos los candidatos, y avanzara en contra de los miembros rebeldes de la Iglesia Católica. Es claro que a los candidatos los dejaron como a la novia de Tola, vestidos y alborotados, confiados en el apoyo firme y suficiente del gobierno de Estados Unidos. Prueba de ello es la actitud flemática que exhibieron de manera coordinada, grabándose en videos que creían testimonio ––no puede uno menos que pensarlo, ya que en muchos casos se trataba de gente mayor, curtida en la política–– de una prisión breve, de ganancia neta para ellos y para su corriente política. Con esto queremos enfatizar que la política de dependencia de los dictados y promesas del Departamento de Estado no ha dado frutos, o al menos no ha dado buenos frutos. ¿Hace falta elaborar más este punto? ¿No es obvio ya?
Tampoco ha dado frutos la peregrinación, la romería que sigue a la OEA de capital a capital, de país a país, de cumbre a cumbre, presentando versiones ligeramente diferentes de las mismas peticiones, a veces, francamente, de manera muy tímida. Y para lograr llevar tales cartas, selladas en ocasiones por numerosos logotipos de organizaciones mayoritariamente de exilados, se invierten horas en debates y disputas sobre banalidades estilísticas y, peor, sobre mezquindades desgastantes, como la que reportan fuentes serias acerca del orden de colocación de los logotipos. Antes de presentar las cartas en las diferentes paradas de la peregrinación, los autores ––algunos de buena intención, sin duda–– reclaman a quienes, escépticos, preguntan: “¿otra carta?”. Después, nosotros preguntamos, una y otra vez: “¿Y qué resultados hay?”.
Habiendo visto que, con toda honestidad, el esfuerzo y la buena voluntad que asumimos en muchos de los participantes no paga, no altera para nada la situación política; habiendo visto que los actores de peso, como el Departamento de Estado, tienen su propia hoja de ruta, y tratan con (generalmente) cordial condescendencia a la oposición que se empeña en peticiones; habiendo visto que los flujos de ayuda financiera al régimen más bien han aumentado, es hora, hermanos opositores, de cambiar de rumbo. Uno no puede seguir cometiendo el error una y otra vez, sin evaluar, sin preguntarse “¿estamos haciendo lo que es más efectivo? ¿estamos invirtiendo nuestro tiempo y recursos de la mejor manera?”.
Como la evidencia apunta claramente a que la oposición en su conjunto no está obteniendo resultados razonablemente proporcionales al costo, y como la situación en nuestro país va de trágica a apocalíptica, no hay tiempo que perder, ni recurso que desperdiciar: hay que cambiar de rumbo.
Lo primero que hay que hacer es reducir la dependencia de los poderes foráneos; voltear nuestras miradas al interior del país. En lugar de pedir constantemente que nos salven los de fuera, busquemos nosotros como reforzar a los de adentro. Para esto, tenemos que hacer dos cambios importantes. Uno es volvernos más beligerantes, llamar, sin dobleces, a la organización y la lucha interna por todos los medios, y apoyarla política, propagandística, y financieramente. El otro, que tiene mucha relación con el primero, es buscar apoyo en la opinión pública, más que en los políticos, y mucho más que en los diplomáticos. Necesitamos hablarles a los pueblos, más que a los funcionarios. Necesitamos constituir comités de apoyo político, para que la gente de buena voluntad y empatía (y no solo los políticos calculadores) sepan lo que ocurre en nuestra patria y reclamen a sus representantes una postura de defensa de los derechos humanos. Y necesitamos que ese apoyo público se traduzca en recursos materiales para la lucha que se avecina, que, uno no puede menos que esperar, será muy dura, y será hecha desproporcionadamente por el pueblo pobre. No los dejemos morir solos. No los dejemos vivir abandonados en un campo de concentración. Reflexionemos. Cambiemos de rumbo. Hagamos que haya valido la pena tanto sufrimiento, y que Nicaragua sea rescatada por y para los nicaragüenses.