Del juego de Dios al conocimiento inútil
Armando Añel
El autor es escritor.
Tal vez no está bien que nos tomemos demasiado en serio este fractal o campo de juego llamado Vida, llamado Tierra, llamado Universo, con desproporcionada solemnidad o rigidez, pretendiendo conocerlo, fingiendo saber. Tal vez el pretendido «conocimiento», la acumulación disparatada de datos, anécdotas, «descubrimientos», acontecimientos -la ficción de Estado-, no constituya más que una forma de edulcorar nuestra indignada ignorancia.
El universo probablemente sea una sucesión de fractales sin principio ni fin -como Facebook es un fractal de Internet e Internet un fractal de Tim Berners-Lee y Tim Berners-Lee un fractal de Inglaterra e Inglaterra un fractal de Occidente, etc.-, muchos de los cuales generan fractales exploradores o experimentales. En uno de ellos quizá estamos nosotros. La suma de todos los fractales sería Dios, la existencia en constante experimentación-creación-recreación (digo «suma» rápido y mal porque no se puede sumar aquello que se multiplica o reconduce incesantemente, sin pausa y con infinita prisa). La buena noticia sería que lo conformamos, que somos Dios en pleno juego o experimentación.
Y como ha dicho el inglés Alan Watts, sin opuestos no habría juego. Como no hay ensalada sin aceite y vinagre.
En cualquier caso, probablemente el gran reto de este tercer milenio tecnológico sea trascender la inutilidad del conocimiento. El conocimiento no puede aliviar el sufrimiento psíquico ni responder una sola pregunta de las más importantes, esas del tipo «qué sentido tiene que estemos vivos», «cómo se formó el universo, qué es y hacia dónde va», «qué pasa después de la muerte», etc.
Para resolver todos estos «problemas» lo primero sería, precisamente, abandonar el territorio del conocimiento para conquistar poco a poco el de la comprensión. La gran pregunta: Cómo fluir con el todo para comprenderlo casi todo. Y es que resulta imposible comprender algo si te separa de ese algo el conocimiento inútil.