Delirio orteguista
Carlos Quinto
«Esta dictadura sandinista 2.0 no está inventando nada nuevo, solo recicla la perversidad de la precedente. La locura actual es metástasis del cáncer de los 80. De aquel cadáver vienen estos hedores»
Muchos que no vivieron el primer período de devastación sandinista, el de los 80, se asombran del grado de fanatismo y delirio demente mostrados por el régimen mas espurio de América Latina después del de Cuba. Pero, aunque el extremismo homicida del tirano y de la copresidenta es de carácter patológico, el de su entorno es en buena parte inducido por un adoctrinamiento efectivo que aprovecha la ignorancia, la necesidad, el oportunismo y la avaricia, y que inició en la primera dictadura del FSLN.
Cuando oímos a individuos como William Grisby y Carlos Fonseca Terán vomitando bilis, lo que oímos es el eco depravado de aquel hombre nuevo que dijeron engendrar en los 80. Que el resultado sea estos Frankenstein patéticos no debería sorprender.
El adoctrinamiento llegó a ser generalizado, omnipresente. Sus líneas maestras estaban definidas por organismos siniestros que agrupaban individuos fanáticos de supuesta pureza y firmeza (rigidez) ideológica. Ya veremos luego que tan puros fueron.
El DEPEP, el Departamento de Educación y Propaganda del FSLN, dependiente de la dirección nacional de la banda, dictaba la línea editorial e incluso participaba directamente en la redacción y censura a medios de comunicación propios y aliados, como El Nuevo Diario, dirigido en esa época por Xavier Chamorro, padre de Juan Sebastián Chamorro, hoy en día un destacado antiorteguista infectado por el virus letal de la presidentitis.
Durante la mayor parte de su existencia, el DEPEP fue supervisado por Carlos Núñez, el comandante con menos educación; inculto, ignorante del mundo, pero campeón en estrechez de mente y obcecación. Su objetivo no era educar, persuadir, convencer, sino practicar lobotomía a una población fragilizada por la miseria. Había que asfixiar el pensamiento porque la reflexión genera ideas, y las ideas generan debates. No hay lugar para eso en el totalitarismo.
Eran convocados a sus sesiones de fetichismo ideológico los directores de medios variopintos. Desde títeres obedientes y desesperados por complacer a cualquier precio, como el director del sistema nacionalizado de televisión, hasta personajes coloridos como Carlos Guadamuz, director de la radio oficial del gobierno, quien entre alcoholismo y desprecio olímpico por su responsabilidad periodística, y confiado en su estrecha camaradería de entonces con el tirano (su futuro asesino) se regocijaba haciendo comentarios sarcásticos y despectivos.
Barricada, niña de los ojos del DEPEP, era pieza clave de la estrategia de adoctrinamiento sandinista. Su director defendía encarnizadamente entonces las mismas tendencias a las que hoy se opone con vehemencia. Ni siquiera viviendo bajo una dictadura de inspiración castrista, se logró alterar el hecho de que la prensa escrita seguía monopolizada por miembros del único clan familiar que ha mal gobernado y expoliado Nicaragua, manteniéndola en el atraso y subdesarrollo, por mas tiempo que los clanes Somoza y Ortega. Ese clan ya ha posicionado fichas para perpetuar la maldición histórica. Hay cosas que no cambian.
Lo que tampoco cambia en nuestra cavernaria cultura política es el mimetismo y capacidad para cambiar de colores y convicciones a conveniencia. La Suma Sacerdotisa del DEPEP no era otra que Gioconda Belli, la hoy autoproclamada musa poética de la oposición, quien gargariza buena conciencia utilizando la amnesia selectiva. Su relación de pareja con uno de los 9 iluminados de la Dirección Nacional del FSLN le permitió utilizar al DEPEP como plataforma política, desde donde causó mucho daño, contribuyendo al endurecimiento de la dictadura sandinista 1.0. Jamás lo ha admitido, jamás rindió cuentas, jamás sufrió las consecuencias. Wilfredo Navarro podrá ser el mas repulsivo ejemplo de tránsfuga político, pero no es ni el primero, ni el ultimo, ni el peor.
Otras instancias que complementaban la tarea de fabricar una ideología artificial vacía de ideas y llena de consignas, como el IES (Instituto de Estudios del Sandinismo) y la ASTC (Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura), también compartían con el DEPEP la característica de ser dirigidas o incluir como fichas claves a concubinas de dirigentes y servir de refugio de parejas de capos verde olivo.
La ASTC (léase esclavización y sometimiento de artistas) era un circo mitómano a la imagen de su directora, Rosario Murillo. A pesar de sus ambiciosas pretensiones, jamás creó nada y vivía bajo una nube de celos y odios hacia el bona fide poeta Cardenal, cuyo reconocimiento internacional la hacía rabiar y a quien boicoteó por todos los medios posibles hasta reducir al Ministerio de Cultura a un cascarón vacío. Matar la cultura, la real, fue otra manera de reforzar el control y la represión.
No hay que asombrarse de nada; cabe esperar lo peor del sandinismo sin apellidos. Esta dictadura sandinista 2.0 no está inventando nada nuevo, solo recicla la perversidad de la precedente. La locura actual es metástasis del cáncer de los 80. De aquel cadáver vienen estos hedores.