Democracia versus elecciones

Pío Martínez
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«La realización de elecciones es parte integral de la democracia, pero en sistemas democráticos maduros no son el evento traumático que se produce en sociedades antidemocráticas como la nuestra, en que el poder es una rifa en la que el ganador se alza con todo el botín del Estado y tiene carta blanca para hacer lo que le plazca»

A finales del año pasado escuché por la Radio Corporación una entrevista al Dr. Humberto Belli, quien últimamente parece estar de moda entre los miembros de las élites del país, funcionando de hecho como uno de sus voceros.

Decía en la entrevista el Dr. Belli que el problema de Nicaragua es y ha sido el “continuismo”, esto es, que una persona llega a la presidencia y luego ya no quiere abandonarla, reeligiéndose una y otra vez sin dar lugar a otras personas y otros grupos de ocupar la silla presidencial.

No dijo que el problema de Nicaragua es la falta de democracia, no, pues desde su perspectiva el problema no es que Ortega sea un criminal que ha destruido la débil institucionalidad del país y se ha apoderado de todos los poderes del estado, a él lo que le irrita es que no da chance a otros de ocupar la presidencia, de “tomar el poder” como se dice en Nicaragua.

Es que por más que lo intenten, los operadores políticos de las élites no pueden ocultar sus verdaderas ideas e intenciones detrás de sus palabras, incluso cuando son cuidadosamente escogidas. Debajo de la blanca piel de oveja asoma siempre la cola del lobo y las palabras del Dr. Belli y las de muchos otros representantes de las élites políticas y económicas, dejan ver que a las élites no les interesa para nada la democracia. Lo único que les interesa es alzarse con el poder, para hacer con él lo que mejor les parezca, como se ha hecho siempre en Nicaragua, pues como suelen decir quienes lo tienen: “para eso mandamos”.

No es casual que la construcción de una sociedad democrática no sea del interés de las élites: en un sistema democrático ellas no podrían sobrevivir pues torpes, ineficientes y atrasadas, solo pueden engordar sus fortunas en el sistema corrupto, criminal y de sojuzgamiento de la nación entera en el que llevan ya doscientos años de vida republicana alimentándose como sanguijuelas de la sangre del pueblo.

En un sistema de convivencia nivelado para todos, sin las innumerables y sucias ventajas que el poder les otorga, los “negocios” de las élites fracasarían sin remedio.

Es un trabajo consciente de la dictadura y de las élites que de ella se lucran reducir el concepto de democracia al sencillo acto de depositar un voto en unas elecciones después de las cuales no hay más consulta, ni más control, ni más poder del pueblo.

También conscientemente intentan convencer al ciudadano de estar contento de ello, feliz como un perro de la calle al que se arroja un pequeño hueso.

En el esquema de pensamiento de la dictadura y las élites, el poder del ciudadano empieza y termina en el acto mismo de depositar su voto pues el poder es una cosa peligrosa, una espada bien afilada que no se puede permitir a cualquiera esgrimir.

Depositar un voto es entonces el único pequeñito poder que tiene el ciudadano, pero hasta esta minucia le ha sido arrebatada desde que Ortega asumió el control total del organismo encargado de realizar y vigilar las elecciones y proclamar a los electos. Desde entonces los votos han dejado de contarse y simplemente se asignan a quien Ortega ordena, no importa si de este modo resultan “electos” individuos que apenas recibieron votos y “pierdan” elecciones quienes más votos reciben.

Desde entonces los procesos eleccionarios son solo enormes farsas, óperas bufas en que los participantes saben de antemano quiénes disfrutan y quiénes no del favor de Ortega, quién obtendrá un cargo y quién no. Es el favor de Ortega y no el de los votantes el que los candidatos buscan porque obtener el cargo no depende del voto de los ciudadanos sino de la gracia del tirano. Por eso coquetean con él como adolescentes enamorados y le miran con ojos brillantes de emoción.

Gracias al trabajo de las élites de limitar la democracia como concepto y práctica no es extraño que en Nicaragua, incluso entre gente que se tiene por culta y debería saber bien estas cosas, se confunde democracia con elecciones y ambas palabras se utilizan como si fuesen sinónimos.

Esa confusión sirve muy bien a los políticos que se ponen el traje de democracia cada 5 o 6 años para quitárselo y guardarlo una vez que han sido electos. De entonces en adelante la democracia desaparece y los políticos electos se olvidan de ella, de practicarla y de promoverla –si es que acaso saben qué cosa es–, hasta que se llega el siguiente período electoral.

Así, los unos por interés y los otros por ignorancia o pereza intelectual, en nuestro país se tiene usualmente una idea muy empobrecida de lo que significa democracia, una idea que no nos sirve para imaginar y perseguir el tipo de sociedad que debemos y queremos construir.

La intelectualidad nicaragüense está en deuda con el país al haber sido incapaz de proporcionarle un ideal de sociedad democrática al que debemos aspirar y por el que debemos trabajar.

Es hora de pensar todos cómo es la sociedad que queremos construir, cómo será el edificio que queremos levantar. Es hora de sostener esa discusión pendiente desde hace tiempo sobre el tipo de sociedad que nos merecemos, en la que nos gustaría ver extenderse nuestra descendencia.

Esa discusión empezó en Abril y debe continuar, debe ampliarse. Ese y no otro diálogo es el que debemos sostener.  

Democracia es otra cosa, mucho más profunda que la limitada idea comúnmente aceptada en nuestra sociedad. Es una manera de conducirse la sociedad toda en que el ciudadano tiene realmente poder y su voz es escuchada, no solo cuando se expresa de manera colectiva en el sinnúmero de diferentes formas de organización que existen en las democracias, sino también expresada de manera individual. Es una manera de conducirse que atraviesa lo público y lo privado.

Por supuesto, la realización de elecciones es parte integral de la democracia, pero en sistemas democráticos maduros no son el evento traumático que se produce en sociedades antidemocráticas como la nuestra, en que el poder es una rifa en la que el ganador se alza con todo el botín del Estado y tiene carta blanca para hacer lo que le plazca, para enriquecerse al amparo del poder, él, su familia y sus allegados.

Para terminar este escrito quiero regresar a la idea expuesta al inicio de que nuestros problemas vienen de eso que en Nicaragua llaman “continuismo”, para decir que en sociedades de democracia madura no existe “continuismo”, existe la reelección y no es un problema para nadie y por eso es aceptada dentro de amplios límites respetados por todos.

Es hasta lógico que los partidos políticos no quieran cambiar cada breve espacio de tiempo a sus líderes si estos son capaces de llevar adelante los principios del partido y una vez en el gobierno los programas por los que los ciudadanos han dado sus votos.

Además, aquellos que son electos para dirigir los gobiernos de estas sociedades no se ocupan, como ha hecho Ortega en Nicaragua, de destruir la institucionalidad de su país, ni gobiernan para el enriquecimiento propio como ha hecho Ortega. No se ocupan, como ha hecho éste, en pasar por encima de las leyes para presentarse a una elección y no se roban las elecciones como ha hecho este más de una vez y como intentó hacer Evo Morales en Bolivia luego de una elección a la que ni siquiera tenía derecho a presentarse.

Y ya que hablamos de Evo Morales, no puede compararse, como lo ha hecho más de un despistado, su intento de reelegirse por la fuerza a la presidencia de Bolivia, con los distintos momentos en que Angela Merkel ha sido electa a la jefatura de gobierno de Alemania. Es como comparar peras y manzanas. No se puede comparar los viciados procesos eleccionarios de los regímenes autoritarios con los transparentes procesos aceptados por todos que se realizan en sociedades de democracia madura.

En países democráticos el traspaso del gobierno de un partido al otro no trae consigo el enorme terremoto que en países no democráticos se produce. Cuando cambia el gobierno hay cambios en las políticas del gobierno, cambios en las personas al frente de ministerios y secretarías, pero las cosas para los ciudadanos siguen siendo las mismas, no empieza todo desde cero como ha ocurrido con frecuencia en Nicaragua. No se echa por la borda la experiencia acumulada.

En los países democráticos el nuevo gobierno impulsa el programa por el que los ciudadanos han votado, pero no se producen cambios revolucionarios y se continúa con la línea general que lleva la nación. Se habla de “traspaso de gobierno” y no de “tomar el poder”, porque el poder es del pueblo y en él reside. No es una cosa de la que el nuevo gobierno se apodera.

No, señor Belli, el problema de Nicaragua no es la reelección, no es eso que usted llama “continuismo”. El problema de Nicaragua es la falta de democracia, esa que la dictadura y las élites le niegan a la nación. La democracia es el veneno contra la dictadura y contra las élites acompañantes. Usted seguramente sabe eso.