Democracia y estallidos sociales
Erick Aguirre
Poeta, narrador y ensayista. Periodista, editor y columnista en periódicos de Nicaragua y Centroamérica. Miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española.
La terrible tortura y el asesinato del ciudadano George Floyd en Minneapolis, Estados Unidos, constituye sin duda un crimen de Estado y ha creado una verdadera tormenta social en este paraíso de los gethos. «I can’t breathe! («¡No puedo respirar»!), gritaban, la misma noche de su muerte, centenares de manifestantes sobre las cenizas de la estación policial de Minneapolis. Escenas parecidas se han repetido cada noche en más de cincuenta ciudades del país.
Pero, observando las fotografías y videos compartidos en Facebook, de pronto reparé en un comentario. «Curioso que muchos de los protestantes sean blancos», escribió alguien, y entonces algo me empezó a incomodar. Pronto confirmé algunas versiones acerca de que, buena parte del vandalismo desafortunadamente desprendido de esas protestas, estaba siendo incentivado y financiado por fuerzas extrañas al espontáneo movimiento ciudadano.
Grupos minoritarios a los que les importa un rábano el racismo o el sufrimiento de las minorías étnicas en este país, han tratado de aprovechar la ola de indignación social. Eso incluye a pequeños grupos del FSLN de Nicaragua, grupos de estadounidenses simpatizantes del dictador Ortega y grupos vinculados a la narcotiranía venezolana.
Se trata de información concreta, basada en evidencias, que incluso es actualmente objeto de investigación por el FBI. Pero haberlo dicho claramente en mi muro de Facebook no significa que yo esté condenando o no esté de acuerdo con las protestas, o que esté «cayendo en el juego del fanatismo de derecha», como alegaron algunos bajo mis comentarios.
No sé por qué a ciertos nicaragüenses que dicen luchar contra la dictadura les molesta que se denuncien estas cosas. No sé por qué asumen que denunciarlas es dejarse llevar por «fanatismos de derecha». Me pregunto si están tuertos y solo miran con el ojo izquierdo, o tienen sanos los dos ojos pero no quieren ver la realidad.
Lo que a mí me sugieren estas reacciones es que en la lucha contra la dictadura Ortega Murillo se comparte el camino con personas que dicen luchar por la democracia, pero muy en el fondo no creen en ella. Es más, me parece muy probable que su lucha verdadera, cada vez menos escamoteada, sea más bien contra la democracia.
Puede que sea un tipo de añoranza inconsciente por los ritos y las prácticas de una izquierda en bancarrota, o bien odio y desprecio sincero a todo lo que huela a Democracia, Institucionalidad o Estado de Derecho. En dos palabras: Ley y Orden, algo que en Nicaragua aún no conocemos y apenas sospechamos.
Nadie podrá encontrar, creo yo, en mis palabras, alguna intención de quitar legitimidad a las protestas o a la justa indignación de millones de ciudadanos. ¿Por qué pensar eso, si en mis comentarios ninguna palabra lo justifica? No entiendo la resistencia de ciertas personas a ver las cosas como son y no como quieren verlas.
Y no es que mi interpretación o mi crítica haya sido simplista, como alguno ha sugerido, ni que al hacerla pretenda ignorar la complejidad del problema. Conozco perfectamente la secular historia de racismo y brutalidad contra la minoría negra en Estados Unidos. Ya no digamos contra otras minorías, incluyendo la hispana.
Al contrario, creo que el objeto de un tipo de crítica como esta, podría agregar un nuevo nivel de complejidad al asunto: la intervención de agentes externos perniciosos, no pertenecientes a ningún grupo social estadounidense, interesados en escalar las protestas. Pero leo en los muros de orteguistas y en los muros de «progresistas azul y blanco» de Nicaragua, y encuentro las mismas consignas exaltadas ante la violencia extrema desatada en las calles de Estados Unidos. Extraña coincidencia política, ¿no es cierto?
Siempre es lo mismo con ciertas personas, especialmente algunas provenientes -como yo, debo decirlo- de grupos u organizaciones de lo que hasta hace poco tiempo conocíamos como la izquierda. «O estás conmigo, o contra mí», es el habitual silogismo al cual se recurre, no sé si olvidando o emulando la célebre sentencia estalinista de Fidel Castro. Y eso para mí es sectarismo, autoritarismo y violencia política.
Dar por hecho que con este tipo de comentarios pretendo denigrar las protestas, cuando ya he dicho claramente, con todas sus letras, que las apoyo, me parece maniqueísmo, tozudez ideológica, intolerancia. Es negarse a escudriñar las zonas grises de los problemas. Para algunos es mas fácil, supongo, lidiar con las claras distinciones entre el blanco y el negro.
Precisamente porque lo pienso y porque lo creo, no puedo dejar de decir que sospecho mucho de lo que se puede estar conspirando alrededor de las justas protestas por la muerte de George Floyd en Estados Unidos. Me parece demasiado oportuna toda esta situación para ciertos líderes demócratas que históricamente han sido tolerantes y hasta afectuosos con el populismo autoritario y criminal en América Latina, al igual que algunos líderes políticos europeos.
Leí por ahí algunos muros en donde no se saludan las protestas, sino el «estallido» social. «Estallido», me repito en silencio, y siento que la palabra encaja muy bien con las acciones incendiarias provocadas por los grupos infiltrados que han causado caos y destrucción en decenas de ciudades.
Y en muchas de esas ciudades hay gente humilde, trabajadora, inmigrantes ilegales, emprendedores que han enfrentado la crisis del coronavirus y ahora han visto destruidos, saqueados o quemados sus negocios, a manos de blancos «progresistas», «indignados», que llegan de los elegantes suburbios o de ciudades distantes a promover el vandalismo y los incendios, sin detenerse para ver a quiénes en realidad están perjudicando.
Llevo casi tres años en este país, y sin ningún sesgo ni simpatía hacia nadie puedo decir que he visto a una policía que sí proteje la seguridad de los ciudadanos. He visto también a policías actuando contra ciudadanos negros con una violencia que no muestran con los blancos. Pero también he visto a negros asaltando y lesionando sin piedad a humildes vendedores hispanos.
Con todo, no creo que los estallidos violentos sean saludables en sociedades donde, mal que bien, funcionan las democracias. ¿Las protestas pacíficas? Claro que sí lo son, pues sin duda también son motores de cambios, son formas legítimas de presión social.
Pero creo que en las democracias las injusticias del sistema capitalista, cuya crítica y condena comparto desde hace tanto tiempo, no se combaten con violencia ni con estallidos, como sí debe hacerse en países como Nicaragua y Venezuela, donde no hay democracia, sino dictaduras y hampones organizados en el poder. En las democracias el capitalismo se combate luchando por perfeccionar precisamente la democracia, organizar los municipios, las provincias y alcanzar mayorías en el entramado institucional. Minar de controles el ejercicio del poder.
Creo que si algunos esperan un «cambio de sistema» (o al menos depurar sus injusticias) en países donde evidentemente la democracia ha echado raíces, tendrían que descartar la violencia y los estallidos. Mal que bien, en esas sociedades funciona la democracia, y sus ciudadanos deben pelear duro por hacerla funcionar. Cuando las mayorías son las grandes afectadas, y hay una democracia que, al menos básicamente funciona, el reto es menos difícil.
Ya llegará en Nicaragua la oportunidad para que podamos intentarlo.