DESDE MI BALCÓN | Dentro de la cabeza de un dictador
¿Qué convierte a un hombre en dictador?
A lo largo de los siglos, desde Nerón y Calígula hasta los caudillos y populistas actuales, encontramos patrones inquietantemente repetidos. La historia, la psicología, la política y la antropología coinciden: hay rasgos profundos que cruzan épocas y geografías.
1. Una niñez fracturada
Muchos dictadores crecieron entre traumas, abusos, humillaciones. Esas heridas tempranas incubaron una sed insaciable de control.
2. Narcisismo extremo y paranoia
Se creen elegidos, superiores. Pero detrás del narcisismo asoma la paranoia: nadie es confiable, todos conspiran. Así justifican la represión, la purga, la censura.
3. Oportunidades históricas
Ningún dictador asciende solo: necesita crisis, caos, vacíos de poder. Las masas, ansiosas por seguridad, les abren la puerta.
4. El culto a la personalidad
Ya sean emperadores romanos, revolucionarios del Caribe, parejas de poder en América Latina o líderes de países poderosos, todos construyen su mito: omnipresentes, incuestionables, eternos.
5. Superstición y amuletos
Lo menos visible, pero no menos presente, es su relación con lo irracional. Muchos consultan astrólogos, usan símbolos protectores o siguen rituales para mantener su poder. En la imagen del cerebro dictatorial, un símbolo universal es el mal de ojo: ese amuleto azul que, en tantas culturas, se usa para protegerse de la envidia, del daño, del mal invisible. Incluso los poderosos temen perder el control.
6. La soledad final
Al consolidar el poder, se encierran en sí mismos, rodeados de aduladores, desconectados de la realidad. A menudo, caen no por fuerza externa, sino por su propia ceguera.¿Qué convierte a un hombre en dictador? Una mezcla de heridas personales, rasgos oscuros y contextos propicios. Y mientras no entendamos estas raíces, nuevos autoritarios seguirán emergiendo, disfrazados, seductores, peligrosos.