Desde mi balcón | Dictadores: Entre la astucia y la necedad
La historia, desde su balcón más alto, nos ha mostrado a incontables dictadores. Algunos, contra todo pronóstico, dejaron huellas duraderas; otros, apenas escombros tras su paso. La diferencia suele residir en la capacidad estratégica de estos líderes: no todos los déspotas son iguales.
Los más inteligentes —Napoleón, Lenin, Deng Xiaoping, Atatürk— supieron leer su tiempo con precisión quirúrgica. No se limitaron a oprimir: reorganizaron estructuras, impulsaron reformas que, aunque muchas veces nacieron de ambiciones personales o ideologías rígidas, lograron transformar a sus países de manera profunda y duradera. Estos líderes no solo mandaban; moldeaban.
En el otro extremo, encontramos a los ineptos del poder. Aquí la historia nos habla de Mussolini, Idi Amin, Ceaușescu, y otros que confundieron brutalidad con visión, y terminaron desplomándose bajo el peso de su propia torpeza. Gobernaron con el instinto y la rabia, pero sin estrategia a largo plazo, dejando a sus naciones desangradas y desprestigiadas.
Hoy, aunque muchos ya no usan la etiqueta clásica de “dictador”, seguimos viendo líderes que muestran síntomas familiares: personalismos exagerados, alianzas erráticas, desprecio por las instituciones y un culto al ego más que al Estado. Algunos, como en ciertas repúblicas centroamericanas, consolidan su poder abrazando la rigidez ideológica y aislándose del mundo, mientras otros, más visibles en potencias globales, recurren a la desinformación, el miedo y la nostalgia para mantener cautivas a las masas.
La reflexión es: ¿buscamos líderes que nos eleven, o solo caudillos que sepan hablar fuerte? La respuesta define nuestro destino colectivo.
Oky Arguello, Ph.D