Después de Bolivia, ¿por qué no responde la UNAB?

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

Artículos de Francisco Larios

Durante muchos días he venido pidiendo públicamente a la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB), que responda a una pregunta muy directa: “¿Aceptan al genocida Ortega o su designado como candidato legítimo en un proceso electoral?”

La respuesta, tanto desde el punto de vista moral como estratégico, debería ser un categórico NO.  Creo que la dimensión moral no requiere explicación.  Desde el punto de vista estratégico, hago un resumen: permitir a Ortega o su designado como candidato legítimo en un proceso electoral implica que se den al tirano garantías que para él son mínimas, como impunidad legal y la manutención de su control sobre los recursos que lo protegen– paramilitares, espías, sicarios, policías, soldados, empresas, canales de televisión.  

Así de simple, y así de claro.  Nadie que no pueda obligarlo a renunciar puede obligarlo a renunciar a estos recursos siniestros, ni a su voluntad de usarlos.  Y si pueden obligarlo a renunciar, ¿por qué conformarse con menos?

Ortega está dispuesto, porque fuera del poder lo pierde todo, a resistir con todo, a mantenerlo todo, a impedir todo lo que sea una amenaza.  Esta es una situación que no se ha vivido antes en la historia moderna de América Latina.  Otros tiranos han tenido la opción de gozar sus fortunas en Estados Unidos o Europa.  Pero la espada de Damocles de los crímenes de lesa humanidad pondría a Ortega, a Murillo, y a otros de su círculo cercano, en una posición parecida a la de los nazis alemanes en la postguerra, blancos legales y legítimos de una cacería. Él lo sabe. ¿Puede dudarse que lo sepa?

Por tanto, la propuesta de elecciones con Ortega, aparte de ser repugnantemente inmoral por legitimar el genocidio y al genocida, es repugnantemente inmoral por condenar al pueblo nicaragüense a la esclavitud más áspera, bajo un reino de sicarios que con seguridad sería heredado por el Chigüín.

¡¿Por qué entonces les cuesta tanto a los opositores ponerse del lado de la moral y de la democracia, de los derechos humanos y de la justicia y decir, simplemente: no aceptamos que Ortega o su designado sean candidatos en el proceso electoral que buscamos para Nicaragua?!

La respuesta de la Alianza Cívica

La respuesta oficial de la Alianza ha sido pasar por alto la historia y la lógica política, y vender la ilusión de un proceso electoral limpio, pacífico, democrático, en el cual una aplastante mayoría de votantes se expresarían contra Ortega, quien entregaría el poder dócilmente; luego la nueva Asamblea Nacional aprobaría leyes que democratizarían las instituciones.  

Es decir, una transición casi incolora, como las gratamente olvidables que podrían ocurrir de una administración a otra en cualquier democracia europea. 

¿Por qué lo hacen? Porque de esa manera domestican a la bestia de la rebelión; porque de esa manera adormecen a una parte de los ciudadanos que quisiera, de buena voluntad, que el mundo fuera así. Quieren creer, y algunos creen, a pesar de la evidencia terrible, a pesar de saber que quienes venden el espejismo del oasis son precisamente los constructores del desierto.

Y a juzgar por las últimas declaraciones de Mario Arana, presidente de Amcham, la cosa va de mal en peor: Arana ya habla de irse a elecciones con Ortega “con reformas o sin reformas”.  Que se entienda: sin reformas quiere decir con el mismo Consejo electoral, con la misma policía y los paramilitares sueltos intimidando a los votantes, con el mismo control autoritario en todas las instituciones; y significa también que Ortega, de aceptar su derrota, se convertiría en el Diputado Ortega, inmune por ley.

La respuesta de la UNAB

Casi un total silencio, excepto algunos comentarios dados en entrevista por Haydée Castillo, del Consejo Político, y en escrito reciente de Félix Maradiaga, también del Conejo Político de la UNAB.  Ambos dicen estar en contra.

Más adelante comentaré lo expresado por Maradiaga, quien es hasta la fecha el único político de la agrupación que ha tenido a bien contestar por escrito, en bastante detalle; pero primero permítanme añadir que desde la Unidad vienen, en privado, comentarios, y se ponen en contacto con el suscrito, para insistir en que “no podemos controlar si Ortega es candidato, y por tanto…” 

Ante mi insistencia en los temas ético y estratégico, la respuesta es más o menos un “vos no entendés la política de este país”.  Y yo pregunto: ¿si es tan evidente mi ignorancia, y si ellos tienen razón, por qué entonces no dicen SI, vamos a elecciones con Ortega, y nos convencen a todos de que tal proceder es ético y práctico? 

Yo los invito, como decimos en Nicaragua, a que me asareen, a que demuestren mi “mal análisis”, para usar la frase de Mario Arana, y dejen claro, para que el resto de los ciudadanos sepa, cuál es el camino que piensan correcto.

La respuesta del vocero de UNAB

La UNAB, me dicen todos, no tiene voceros. No hay nadie a quién preguntarle la postura oficial de la organización. Los miembros de la UNAB que se atreven a hablar en público acerca del tema que me ocupa, insisten que “esta es mi posición personal, yo no puedo hablar en nombre de la UNAB”.

La postura de la UNAB

La UNAB, me dicen todos, no tiene una postura oficial sobre el tema de aceptar o no ir a elecciones con Ortega. Esta imposturación aparece en varias modalidades.  Una es “somos 90 y tantas organizaciones, y es difícil ponerse de acuerdo”.  Otra es, “primero vamos a organizarnos y después estudiaremos los escenarios” (la UNAB existe desde mediados del 2018, hace más de un año; los escenarios son de vida o muerte y todo el mundo parece haberlos estudiado ya).  Finalmente, una tercera: el único órgano de la UNAB que puede pronunciarse es la “Asamblea Ciudadana” (no sé cómo expresar mi perplejidad).

La explicación de Maradiaga

Como soy, dicen algunos de la UNAB, un “obstinado”, voy de sabueso buscando el rastro de la respuesta a mi pregunta. Y entonces me topo con la huella que deja Félix Maradiaga en mi Facebook.  

No me tomen a mal.  Yo aprecio la inclinación de Maradiaga a mostrarse respetuoso, y a hacer lo que la inmensa mayoría de los nuevos políticos no hacen: detenerse, dar la vuelta y dar la cara, y aceptar que los ciudadanos tenemos derecho a preguntar, a insistir, y a incidir. De paso dejo aquí la campanita de alerta, porque si así son en la llanura, imagínense las ínfulas que desarrollarán en el poder que anhelan.

¿Qué dice Maradiaga?  Lo primero, y esto también lo distingue de casi todos, es la contundencia de su postura personal: “sería inmoral”, dice, “tener a Daniel como candidato”, y “no creo que el dictador Ortega tenga derecho a ser un candidato legítimo a ninguna elección”.  Con estas palabras en el registro público el pueblo podrá juzgar la conducta futura de Maradiaga.  Y es muy decidor que los demás no quieran comprometerse con similar firmeza.

El misterio de la “Gran Coalición”

Sin embargo, hay aspectos de la explicación que sigue–las razones por las cuales no habría una postura oficial de la UNAB—que me parecen problemáticos. Según Maradiaga, lo que pasa es que “la Unidad Nacional y la Alianza Cívica están llevando a cabo un proceso de construcción de una Gran Coalición”. ¿Una “Gran Coalición”? ¿Y no era eso la UNAB, la Alianza Cívica más 90 organizaciones que no logran ponerse de acuerdo ni para nombrar un vocero?

He preguntado a Haydée Castillo y a otros que quién falta en la coalición, y me han dicho que “faltan partidos políticos” y faltan organizaciones tales como la “Unidad Médica”.  Esta última se ha vuelto importante en las racionalizaciones de los políticos.  Lo digo porque vi, en una reciente conferencia de prensa, que la Alianza mencionaba la adhesión de este grupo de médicos como un hito.  

Muy bien, pero ¿cuántos trámites y negociaciones y cuántos meses hacen falta para que más organizaciones de ciudadanos digan “yo me incorporo a la lucha”? ¿Y cuántas más hay que han quedado “huérfanas”? ¿Qué es lo que hace tan difíciles estas negociaciones? ¿Y por qué todas tienen que estar bajo el mismo techo?

¿Y cómo, si no pueden coordinarse entre los que están desde hace más de un año, van a meter a más gente a una organización que parece no encontrar la forma de caminar juntos?

¡Ah, los partidos!

Lo peor es, sin embargo, lo de los partidos.  Cuando se habla de “los partidos”, en la UNAB cunde el pánico: nadie quiere aceptar que se trata de los partidos zancudos de Nicaragua, con los que la dictadura se maquilla y a los que compra por unas escasas pero suculentas migajas.  El PLC, por ejemplo, cuyos miembros reciben salarios en altos puestos del gobierno y la Asamblea Nacional. Idem el Partido Conservador.  Y por supuesto, la estrella de Belén de los políticos pactistas, el ya infame CxL, partido que aceptó, sin el menor remordimiento, y después de la masacre del año pasado, acompañar al FSLN en su farsa de elecciones regionales a comienzos de 2019. 

Los rubores, y un tren

Hay que reconocer que en la Alianza Cívica no exhiben rubor alguno al hablar de “los partidos”, pero de nada nos sirve ver el rojo en los rostros de la UNAB si de todos modos terminan haciendo lo mismo.

¿Cómo se justifican? De esta manera: los políticos de la UNAB pueden estar “en contra” de que se busque un pacto con los partidos zancudos, pero como la Alianza tiene, para citar a Maradiaga “autonomía en sus decisiones y… tienen un plan de acercamiento con diversas expresiones políticas del país”, pues la Alianza se encarga de la tarea.  La UNAB no toca al cadáver, no deja huellas en la pistola, pero el muerto está ahí.  Al final los políticos de la UNAB están en la vela porque “hay que estar”, pero “no es que quieran”. 

Esta es una manera de evadir la responsabilidad moral y estratégica, sin bajarse del tren. ¿Qué tren?  Pues el tren [duele decirlo] zancudo, el tren que lleva a las elecciones con Ortega que en la UNAB no se atreven a declarar inaceptables, el tren donde viajan todos los políticos de viejo cuño que, junto a los personajes y patrocinadores de la Alianza, son precisamente los culpables de la tragedia nicaragüense.

Bolivia, Bolivia

Después de lo que hemos visto en Bolivia, la claridad en la postura personal de Félix Maradiaga debería extenderse a la organización en la cual él es dirigente.  Porque no basta con decir “estoy en contra de elecciones con Ortega” si siguen construyendo la alternativa que únicamente sirve a “elecciones con Ortega”.

La “Gran Coalición” no tiene otro propósito que este.  No hay que ser un politólogo genial o un mago para entenderlo, ya que ni siquiera lo ocultan los principales actores políticos de la Alianza, y hasta uno que otro personaje cercano a las organizaciones de la UNAB. 

Todos leen del mismo libreto. Todos parecen dispuestos a atravesar cualquier tormenta intempestiva, a ignorar cualquier queja, a hacerse los sordos ante el clamor del pueblo de Nicaragua que no quiere más Kupia Kumis, a pasar por encima de cualquier duda, a olvidarse de la historia y de la lógica política, porque “hay que estar ahí”, en el tren del futuro poder, el que justifican como vehículo de democratización, e imaginan como una repetición del adquirido por la UNO en 1990, que trajo alguna distensión política (relativa, al menos se detuvo la guerra civil, aunque hubieran asonadas y asesinatos), y muchos, muchos puestos, becas, ministerios, embajadas, presidencias, y diputaciones.

De nuevo, Bolivia.

Pero Bolivia ha sido una especie de tribunal y juicio para los impulsores de todas estas sopas de siglas, de estos diálogos nebulosos, y sobre todo para los que se negaron a apoyar al pueblo cuando el pueblo tenía las calles, y luego han hecho de todo para quebrar la voluntad de cambio de los jóvenes. 

Miren los resultados, miren las fotos de la oposición actual; y mírenlas pronto, porque si pensaban que era un contrasentido que en ellas aparecieran agentes del gran capital que hasta el 18 de abril de 2018 eran propagandistas del orteguismo, las imágenes que el pactismo construye son todavía más ofensivas, más insensibles, y más destructivas.  

Ya se ven surgir, desde las sombras más tristes de nuestro pasado reciente, los perfiles, los fantasmas que creíamos por siempre sepultados.  Pero no, ya está Alfredo César en la foto.  ¿Quién seguirá? ¿Y de qué servirá? O, mejor dicho: ¿a quién servirá?

Francisco Larios

El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org. Artículos de Francisco Larios