Diarios de Alejandra Pizarnik
Roberto Corea Torres
“Oye Alejandra, niña triste de ciudad: acá van tus poemas, esos trozos condensados de tu angustia, que tú has decidido historiar”.
Alejandra Pizarnik. Diarios. 2 febrero 1956.
Difícilmente el lector encuentra textos cargados de tanto dramatismo como estos Diarios de Alejandra Pizarnik.
Ana Becciu, compiladora, e investigadora, quien estuvo al cuidado del libro relata que, después de una conversación tenida con Alejandra, justo el domingo 24 de septiembre de 1972, ella le confió, refiriéndose a sus diarios: “que había estado pensando en que le gustaría que se hiciera una selección para publicarla algún día como diario de escritora”. Ana confiesa: “ni remotamente pasaba por la cabeza que me tocaría preparar el material para su publicación”.
Tratando de tener los referentes necesarios para la comprensión de estos Diarios es imprescindible anotar algunos datos biográficos de Alejandra:
Sus padres fueron emigrantes rusos, de ascendencia judía, que llegaron y vivieron en Buenos Aires, donde Alejandra nació un 29 de Abril de 1936. Allí estudió y obtuvo conocimientos de filosofía y letras en la Universidad de Buenos Aires, entre otros estudios realizados destaca el de pintura con Juan Batlle Planas como orientador.
Entre 1960 y 1964, Pizarnik vivió en París, en la capital francesa trabajó para la revista Cuadernos y otras editoriales. La estancia parisina le sirvió para publicar poemas y críticas además de ocupar su tiempo en traducir a Antonin Artaud, a Henri Michaux, a Aimé Cesairé, y a Yves Bonnefoy. Como puede observarse importantes poetas de su tiempo.
En la Sorbona estudió historia de la religión y literatura francesa. Ya de regreso a Buenos Aires, Pizarnik publicó tres de sus principales volúmenes, Los trabajos y las noches, Extracción de la piedra de locura y El infierno musical, así como su trabajo en prosa La condesa sangrienta.
En 1969 recibe la beca Guggenheim, y en 1971 la Fullbright. El 25 de septiembre de 1972, después de obtener un permiso para pasar el fin de semana fuera de la clínica siquiátrica donde estaba internada, Alejandra se suicida ingiriendo una sobredosis de seconal, consecuencia tal vez de la profunda depresión que padecía.
El siguiente párrafo, lo encontré en las investigaciones que hice sobre Alejandra, lo anoto porque me parece dibuja con sobriedad a ese espíritu inconforme con su vida que contenía:
“En cierto modo, podemos insinuar un propósito testamentario, aunque ese fin también es propio de creadores que no conciben el suicidio entre sus planes. El caso es que, si bien permite que la imprenta reitere sus palabras, Alejandra no quiere perpetuarse y por eso elige morir en la madrugada del 25 de septiembre de 1972. Cincuenta pastillas de Seconal sódico le interesan como un símbolo de su decisión, y es que la muerte “es la mayor disonancia o, quizá, la armonía radical del silencio” (Blas Matamoro, Puesto fronterizo, Madrid, Síntesis, 2003, p. 174). En todo caso, según detalla Ana Nuño, la mitificación de su propio fallecimiento “ha acabado produciendo una especie de relato de la pasión que la recubre con el velo de un Cristo femenino”. Abundan los retratos del poeta suicida y Alejandra ingresa en esa galería de espectros añadiendo una etiqueta más a su obra. ¿Alguien discute, a estas alturas, que el malditismo sea un rótulo atractivo?”
Tal como lo anoté al inicio, Ana Becciu una de las amigas más cercanas de Alejandra conversó con ella el día anterior a su fallecimiento, por eso creo es una voz autorizada para reunir sus papeles y darles una forma más ordenada, con lo cual Diarios alcanza no sólo la virtud de lo literario sino que se convierte de facto en un testimonio terriblemente dramático de la construcción de la propia muerte de Alejandra.
Espíritu en permanente conflicto, el de Alejandra viola con una constancia ominosa sus bordes, para elaborar las transgresiones de pensamiento que anota consistentemente en estos Diarios, no obstante quedar de pronto aburrida y fatigada. La alusión pertinaz a los conceptos de silencio, soledad, sueño, locura, miedo y muerte, aparecen en sus alocuciones, aun cuando en cualquier día sólo se le haya ocurrido escribir una línea:
“22 de agosto, 1961. A veces soy tan exactamente genial, que tengo ganas de enterrarme y llorarme tres días”.
Todo este tipo de expresiones narran un perfil personal, físico y conductual, que parece ya tenía definido para llevarlo a cabo. Pero valga decir, y he aquí lo más importante de Diarios, es que el libro en sí se expresa como un arte poética de una escritora fervientemente comprometida con la búsqueda de su manifestación artística, con el sentimiento de exilio que la corroía, porque apretaba en su pecho esa no pertenencia a su lugar de nacimiento y a su condición de judía.
Paso a paso, Alejandra erige su estilo aludiendo a cuestiones oníricas, a relaciones escabrosas, a lecturas y críticas de sus pares, a enmascarar a veces con parcialidad el núcleo verdadero de su esencia, que es el escribir como protagonista de su propia obra, pero atendiendo a su profunda capacidad de identificación con la esencia de la literatura, en el entendido que escribe combinando palabras y sentimientos a fin de conseguir objetos y sujetos verbales irrefutables.
Es cierto, leer Diarios de Alejandra Pizarnik nos traslada a un territorio en el que se holla la tierra de la rebeldía y la inconformidad, rostro revelador del particularísimo descenso de una autora cuyo oficio le costó mucho dolor, desprendimientos del alma tan radicales como la muerte.
Diarios pertenece a una trilogía publicada por Lumen, a cargo de Ana Becciu conformada por Poesía completa y Narrativa completa, todos conformando obra y vida de la autora argentina quien a últimas fechas está siendo revalorada, tanto por académicos, como por lectores interesados en su poética.
Ana realizó un trabajo estupendo para entregarnos de pelo a pies a Alejandra Pizarnik, poeta muy citada pero poco leída, más bien envuelta en la túnica de la leyenda, que escribió poemas que ahora son nuestro lenguaje, códigos del sufrimiento, pistas de la angustia cuando no se consigue con las letras, la expresión exacta, que la hacían exclamar: “Soy un animal. Eso es todo lo que sé y lo debiera saber. Aún así quiero escribir… ¿Por qué escribo? Para asombrarme, yo, que nada sé de las palabras. Mi utópico afán es llegar a escribir una prosa simple, chata, sin imágenes poéticas. O sea, tengo nostalgias del pensamiento más o menos lógico de los demás. Yo me acallo, si debiera hablar como lo siento irrumpiría en sonidos ininteligibles: así pienso, así vivo”.
Después de descubrir este testimonio personalísimo de Alejandra Pizarnik entiendo con mayor precisión su actitud ante la vida y ante la muerte, y como esa actitud la llevó a escribir páginas memorables. Me queda más claro su posicionamiento ante el fenómeno poético, sobre todo cuando ella misma siente “que cada poema debe ser causado por un absoluto escándalo en la sangre y que no se puede escribir son la imaginación sola o con el intelecto solo; es menester que el sexo, la infancia y el corazón y los grandes miedos y las ideas y la sed y de nuevo el miedo trabajen al unísono mientras yo me inclino hacia la hoja…”
Género: Memoria y/o Biografía.
Título: Alejandra Pizarnik – Diarios.
Autora: Edición a cargo de Ana Becciu.
Editorial: Lumen.
Colección Lumen – Memorias y biografías.