División de clases sociales y demagogia dictatorial
Fidel Ernesto
«Mientras no se acaben esas políticas de desinformación, mientras no se democraticen los medios de comunicación, mientras los ejecutivos estén por encima de los periodistas, mientras la «verdad» y lo discutible siempre venga desde las élites, mientras el dueño del periódico decida lo que se publica, siempre estaremos bajo el sometimiento cultural y discursivo de los que durante muchos siglos vienen imponiendo su verdad»
En Nicaragua creemos que la cuestión de las clases sociales es una cuestión ideológica, o del «marxismo cultural» o algo que nació con el FSLN. No. No es tan difícil darse cuenta de la diferencia de clases que existe en Nicaragua sin necesidad de recurrir a ninguna teoría política o social. No es tan difícil darse cuenta que mientras unos se recetan arroz y frijoles, la 110 y la ropa usada, otros se recetan el Club Terraza, Galería Santo Domingo y el bufete de un hotel.
¿Por qué digo esto? Porque entre más tiempo tardemos en darnos cuenta que en Nicaragua hay una cuestión de clases sociales, de apartheid sanitario, educativo, en derechos e influencias en las instituciones, más tiempo tendrá tanto Ortega como el Cosep para oxigenar su discurso populista de que son ellos en matrimonio los que «saben» llevar la economía del país.
La cuestión de clases en Nicaragua no es una cuestión ideológica importada durante los años de lucha clandestina contra la dictadura de Somoza, ni algo que llevó la Revolución Bolchevique, ni mucho menos Marx o el FSLN, la cuestión de clase es una cuestión histórica que países colonizados y dependientes económicamente han sufrido de forma paralela.
La diferencia de clases no la trajo un partido o un teórico al debate público, la trajo una realidad social de sometimiento de unas autoridades y sociedades sobre otras, llámese Colón sobre los nahuas o chorotegas, los de Teotihuacán sobre el resto de grupos gregarios, los liberales sobre los conservadores, los del pacífico sobre la Moskitia, o llámese la multinacional Cargill y el pollo americano por encima del productor artesanal de huevos y gallinas de patio.
Es un proceso sobre el que no cabe negación alguna, más que la que con intereses de desinformación difunden los medios para difuminar el privilegio que tenemos unos sobre otros. Y conste, que yo también hablo desde el privilegio, no me excluyo del análisis, pero no quiere decir que niegue la cuestión de clases y que no luche por hacer de una de las regiones más desiguales del mundo, la región donde al menos reconozcamos esa diferencia.
Que en una región desigual e injusta como la centroamericana, entre las mismas personas no reconozcamos esta diferencia, sólo tiene un nombre: que los que imponen el discurso, el relato y la hegemonía cultural siempre serán los más privilegiados entre todos. Reconocerse es el primer paso para la libertad y la equidad.
En conclusión, mientras no se acaben esas políticas de desinformación, mientras no se democraticen los medios de comunicación, mientras los ejecutivos estén por encima de los periodistas, mientras la «verdad» y lo discutible siempre venga desde las élites, mientras el dueño del periódico decida lo que se publica, siempre estaremos bajo el sometimiento cultural y discursivo de los que durante muchos siglos vienen imponiendo su «verdad», su hegemonía, su dominación, su manipulación, sus pactos y acuerdos entre élites.
Para eso necesitamos en primer lugar recordar y hacer memoria de las mentiras que todos los días nos hacen llegar, como por ejemplo la de que los medios, tanto «independientes» como orteguistas, llamen «aumento salarial» a la miseria con que dicen ellos cumplir con los derechos de los trabajadores, cuando dicho salario mínimo no llega la mayoría de las veces ni a la mitad del costo de la canasta básica de alimentos aprobada por ellos mismos.