Dos analistas debaten sobre la situación política actual en Nicaragua
Dictadura, coronavirus y parálisis de la oposición
por Bonifacio Miranda Bengoechea
Dos años después de la insurrección de abril del 2018, la dictadura Ortega-Murillo se mantiene en el poder. Está debilitada, repudiada a nivel nacional e internacional, pero todavía ejerce su control absoluto sobre el aparato del Estado.
Es indudable que Daniel Ortega logró cambiar, a mediados del 2018, la correlación de fuerzas a su favor. Esta relativa victoria de Ortega ha aplastado temporalmente la resistencia popular y con ello ha alargado la agonía de la dictadura, provocando la atomización y dispersión política de la oposición. A su vez, en un terrible juego dialectico, la crisis y debilidad de la oposición contribuye a alargar la vida de la dictadura.
La improvisación de nuevos sujetos políticos
El levantamiento popular en abril del 2018 tiró una palada de tierra sobre el sistema de partidos políticos tradicionales, que la dictadura ya había logrado desarticular o captar. En realidad, la rebelión de abril no tuvo una conducción política. Esa fue su vitalidad, pero al mismo tiempo su enorme debilidad
Los acontecimientos posteriores al levantamiento de abril del 2018 demostraron el enorme vacío total de conducción política en la oposición. La Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia (ACJD) a inicios de mayo del 2018, bajo la tutela de la Iglesia Católica, no fue creada como un liderazgo político para profundizar la movilización popular, sino para iniciar una mesa de negociación con la dictadura. Las negociaciones del primer Diálogo Nacional fracasaron, no por falta de flexibilidad de la ACJD, sino porque la dictadura solo quería ganar tiempo mientras aplastaba el levantamiento popular.
Meses más tarde, después del aplastamiento militar de los tranques, cuando Ortega había logrado recuperar el control pleno del país, en circunstancias muy difíciles, se conformó a inicios de octubre del 2018, la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB), como la primera gran coalición en donde participaban todos los grupos de oposición, incluida la ACJD. Esta finalmente se retiró de la UNAB a finales del 2019.
La estrategia de negociación con la dictadura fracasó estrepitosamente.
La renuncia a construir una nueva fuerza política
En la medida en que la ACJD y la UNAB renunciaron a convertirse en el eje aglutinante para construir un partido político, como demandaba la población, el futuro de cualquier coalición electoral irremediablemente dependerá de los partidos políticos tradicionales, porque conforme nuestro sistema electoral el monopolio para la postulación de candidatos está en manos de los partidos políticos, los mismos que la población rechazó en 2018. Y aquí es donde, de repente, nos topamos con los mismos actores del pasado que han resucitado, y que aspiran en silencio a liquidar definitivamente las banderas democráticas de abril del 2018.
El fetichismo de la “unidad”
El discurso sobre la necesidad de la unidad contra la dictadura no es nuevo. Forma parte de nuestras tradiciones políticas y de nuestra historia. En 1959 se conformó la primera Unión Nacional Opositora (UNO). La segunda UNO se conformó en 1966, y la tercera UNO, la única victoriosa, se conformó en 1989. En cierta medida, corresponde a una situación de debilidad de la oposición ante el aparato represivo de las dictaduras. Ese es el contexto del nacimiento de la Coalición Nacional (CN)
La pandemia del coronavirus
La pandemia vino a cambiar radicalmente la situación política y a agravar la crisis económica del país. El pesimismo y la incertidumbre se han apoderado de la ciudadanía que se siente desprotegida por el Estado, y se encuentra paralizada y atomizada en la supervivencia individual y familiar.
A nivel político, la dictadura es de los pocos gobiernos en el mundo (Bielorusia y Brasil) que, sin decirlo abiertamente, optó por aplicar la estrategia de “inmunización de rebaño”, es decir, no ha impuesto cuarentenas ni ha impulsado el distanciamiento social. El objetivo es claro: que el contagio produzca algún grado de inmunidad en la mayoría de la población (solamente un 5% es mayor de 60 años), trazando un frío cálculo sobre la cantidad de posibles muertes en 800.
Últimamente, forzada por la realidad, la dictadura ha comenzado a girar lentamente y comienza a aplicar parcialmente algunas recomendaciones de la OMS, impulsando algunas decisiones: cierre en los hechos de las fronteras, fumigación de mercados y transporte público, cabinas sanitizantes, uso de mascarillas en las instituciones públicas, campañas de vacunación nacional contra la influenza y neumonía, etc.
En las próximas semanas la ocultación de datos mostrará toda la crudeza de la pandemia.
La parálisis de la oposición
La pandemia introdujo una crisis sin precedentes en la Coalición Nacional (CN). No hubo acuerdo unitario en torno a la repuesta. La ACJD y la UNAB salieron públicamente con posiciones diferentes, el PLC hizo lo mismo. Hubo propuestas de “tregua”, se produjo un discreto distanciamiento de las cámaras empresariales, pero no hubo una repuesta unificada ante la pandemia. El vacío de conducción es más que evidente.
La propuesta de “gobierno de transición”
Como contraposición a la parálisis de la oposición, un sector está desempolvando la consigna de “gobierno de transición”, que estuvo a la orden del día durante la rebelión de abril del 2018. Obviamente, la inmovilidad de la oposición conduce al fenómeno inverso: la tentación de sustituir la realidad concreta con propuestas abstractas. Mucho se discutió sobre el “vacío de poder” en Nicaragua, por la desaparición temporal prolongada de Daniel Ortega.
Lamentablemente, la dictadura sigue ahí, con las manos ensangrentadas, pero controlando férreamente las instituciones del Estado. Hasta el momento, ningún sector social representativo se ha postulado para encabezar una posible “Junta de Gobierno”. No basta desconocer a la dictadura en un comunicado, y proclamar la instalación de un “gobierno provisional”, se requiere reagrupar a la población sobre las mismas reivindicaciones democráticas de abril que han sido abandonadas a lo largo de estos dos años.
El talón de Aquiles: la agudización de la crisis económica
La extrema debilidad de la dictadura puede apreciarse en el agravamiento de la crisis económica. Ortega tiene un escaso margen de maniobra, por eso no toma ninguna decisión relevante, porque la economía está en cuidados intensivos.
En los próximos meses, la crisis económica interna se agravará por la recesión económica mundial provocada por la pandemia. Aunque la dictadura cierre los ojos ante la realidad, la crisis económica golpeará duramente al país en el periodo inmediato, por el descenso de las remesas, el cierre de mercados para las maquilas y ciertos productos agrícolas, y porque en 2020 se notará el impacto que la reforma fiscal del 2019 ha tenido en el sector agropecuario.
No debemos de perder de vista que las sanciones internacionales impuestas contra la dictadura, le impiden acceso al financiamiento externo que tanto necesita. Hay una asfixia económica y financiera, el Estado a duras penas garantiza su funcionamiento mínimo.
La oposición no ha logrado construir un discurso sobre el eje que más preocupa e interesa a la población: la lucha efectiva contra la pandemia y la agudización de la crisis económica, que afecta a todos los sectores sociales. Sin propuestas claras, la población continuará dispersa y atomizada.
Invito al debate.
Un político tradicional sin tradición
por Fernando Bárcenas
«La epidemia incrementa la contradicción entre la dictadura y la nación. Ello es lo esencial en política, no las banderas y tonterías semejantes. El péndulo da inicio a una nueva oscilación en sentido positivo para el flujo de masas, y ello obliga a apuntar al poder»
En Confidencial del 7 de mayo pasado, Bonifacio Miranda, un ex asesor de la UNAB, escribe un pobre artículo, sin ideología, que titula “Dictadura, coronavirus y parálisis de la oposición”.
Este artículo de Miranda recoge lugares comunes, prejuicios, banalidades políticas difundidas en el atraso, pensamiento confuso que impide un análisis correcto de la crisis actual, por lo que podría ser educativo rebatirlo metódicamente.
¿Cambio en la correlación de fuerzas?
Es indudable –escribe Miranda- que Daniel Ortega logró cambiar, a mediados del 2018, la correlación de fuerzas a su favor.
La correlación de fuerzas no cambia sin enfrentamientos. Los términos del enfrentamiento los determina la estrategia del poder constituido en las circunstancias dadas, no la voluntad subjetiva de nadie. Advenedizos de la política, con independencia de la estrategia contraria, dicen: ¡hemos decidido que la lucha será así o asá! Ninguna estrategia es válida si persigue un principio moral, una preferencia subjetiva, en lugar de derrotar efectivamente la estrategia del adversario. Los enfrentamientos, tranque por tranque, ciudad por ciudad, destruyeron cualquier fuerza material que pudiese tener la rebelión de abril. No la fuerza política, no la necesidad de transformar la sociedad, sino, la posibilidad del momento.
De modo, que Ortega no cambió la correlación de fuerzas a su favor porque nunca la perdió, debido a que la rebelión marcó el paso sin avanzar de sitio, sin estrategia alguna.
La fuerza política del cambio reside, no obstante, en que la rebelión precipitó una crisis de gobernabilidad, por la reacción criminal de Ortega, que no se resuelve de inmediato por falta de fuerza material para el cambio en una situación de reflujo. Pero, cuya solución está marcada irreversiblemente en contra de la dictadura, con nuevos brotes rebeldes cualitativamente distintos en la próxima ola de flujo combativo, en circunstancias distintas.
¿La rebelión de abril cambió la política tradicional?
Y Miranda desvaría alegremente: El levantamiento popular en abril del 2018 tiró una palada de tierra sobre el sistema de partidos políticos tradicionales.
El levantamiento de abril no tiró una palada de tierra sobre nada. Menos aun cuando Miranda dirá más adelante que los partidos tradicionales resucitaron repentinamente. Para Miranda la política tiene mucho de realismo mágico o de Vudú.
Miranda no entiende la dinámica de las negociaciones en la lucha de masas: Las negociaciones –dice Miranda- del primer Diálogo Nacional fracasaron, no por falta de flexibilidad de la ACJD, sino porque la dictadura solo quería ganar tiempo mientras aplastaba el levantamiento popular.
La dictadura no necesitaba ganar tiempo, sino, conocer la calidad política y militar de la dirección del movimiento rebelde, y distraer sus expectativas. Decía Maquiavelo: quien engaña encontrará siempre quien se deje engañar. Las negociaciones fracasaron porque la rebelión negoció sin tener claridad de la tendencia de los daños para cada parte si la lucha continuaba hasta las últimas consecuencias. No es una cuestión de flexibilidad, como piensa ingenuamente Miranda. Una negociación es una maniobra táctica, determinada por la situación estratégica del conflicto. Lo esencial es que el negociador por parte de la rebelión, o sea, la Alianza Cívica, no tenía, siquiera, relación alguna con los muchachos que se jugaban la vida en los tranques con el desarrollo de la lucha. Y una maniobra táctica, si no es parte de una lucha estratégica, no tiene sentido.
Esa es la anomalía esencial, en política. La negociación fue una maniobra táctica para Ortega, contra una rebelión descabezada políticamente por la Conferencia Episcopal. La negociación no fracasó para Ortega. Fue tácticamente exitosa, aunque Ortega se equivocó estratégicamente con respecto a la OEA, y se derrotó a sí mismo creyéndose bárbaramente impune a los ojos del mundo.
¿La negociación con Ortega era una estrategia?
La estrategia de negociación con la dictadura fracasó estrepitosamente, dice Miranda.
La negociación no fue una estrategia, para los rebeldes. Al contrario, la rebelión se abocó a ella por falta de estrategia. Fue una negociación concebida desde la óptica de la política tradicional (que Miranda piensa, superficialmente, que yacía entonces bajo paladas de tierra). Porque Miranda no comprende un ápice la dialéctica de la vida y la muerte de las corrientes políticas en las circunstancias de la lucha.
Fracasó la negociación –dice Miranda- en la medida en que la ACJD y la UNAB renunciaron a convertirse en el eje aglutinante para construir un partido político, como demandaba la población.
La población en ninguna parte del mundo, en ninguna circunstancia, demanda la formación de partidos políticos. Eso es demagogia pura.
Los sectores sociales en rebelión conforman instrumentos de acción directa organizada para librar combates. Y esos instrumentos deben servir para la lucha en los términos que el adversario propondrá. Los partidos políticos los forman políticos con formación ideológica (que las masas ni tienen ni pueden tener por sí mismas). Ni la UNAB ni la Alianza Cívica, ambas sin principios ideológicos coherentes, son ni pretenden ser partidos políticos, de modo, que es absurdo decir que renunciaron a convertirse en partidos políticos. Son organismos de cúpulas burocráticas eclécticas, cristalizadas, concebidas para procesos electorales.
Y toda negociación, sin un cambio en la correlación de fuerzas, con una de las partes sin capacidad combativa, se desarrollará en los términos del más fuerte (aunque esté estratégicamente a la defensiva). Máxime si negocia con un cascarón, con personajes seleccionados a dedo, sin respaldo social.
La política tradicional sigue el movimiento pendular de las luchas
Y aquí es donde, de repente, nos topamos con los mismos actores del pasado que han resucitado, escribe Miranda con cierto tono sobrenatural.
Los muertos no resucitan, tampoco en política. Las luchas sociales oscilan pendularmente y los sectores sociales se reagrupan con un peso relativo cuando el péndulo va en un sentido, y con peso distinto cuando va en sentido contrario. Para un observador superficial algunas corrientes políticas mueren en un caso, y luego resucitan en el otro.
La política, para Miranda, está dirigida por zombies, vampiros, creaturas que salen de sus tumbas de repente. Nadie desplazó nunca, políticamente, a los políticos tradicionales. Estos fueron desbordados en un primer momento por la acción espontánea, y permanecieron agazapados por un tiempo durante el auge combativo. Pero, cuando la rebelión marcó el paso, pudieron erguirse y ofrecer sus servicios para negociar con el poder, como herederos apócrifos de la lucha desconcertada.
Más bien, la rebelión fracasó políticamente desde el momento que se dejó desplazar casi de inmediato por la Alianza Cívica. Políticamente fue derrotada antes que fuera liquidada físicamente por los paramilitares a golpe de metralla.
¿Banderas democráticas o consignas de movilización?
Y estos resucitados –dice Miranda- aspiran en silencio a liquidar definitivamente las banderas democráticas de abril del 2018.
¿Qué son las banderas democráticas? Es un lenguaje embustero. Si no existe un movimiento con alguna dirección política, con programas, con consignas de lucha, con organización, hablar de banderas que podrían ser liquidadas definitivamente, es demagogia pura.
Los movimientos de masas experimentan flujos y reflujos, son los partidos políticos combativos los que pueden mantener una coherencia estratégica, en cada circunstancia. El resto, las banderas y cosas semejantes, son abstracciones, entelequias idealistas. El reflujo es causado, en parte, por los políticos tradicionales, porque en ese movimiento adverso del péndulo político ellos adelantan su política conciliadora con el poder (hablarán de tregua y cosas parecidas), y se pavonean en su rol de colaboradores-disidentes de la dictadura, en grado de restituirle cierta legitimidad.
Gobierno provisional ¿abstracción o consigna de poder?
Como contraposición a la parálisis de la oposición, un sector –dice Miranda- está desempolvando la consigna de “gobierno de transición”, la tentación de sustituir la realidad concreta con propuestas abstractas.
La parálisis de la oposición tiene relevancia exclusivamente para Miranda. Nadie desempolva una consigna por lo que le ocurra a la oposición. Nadie, del resto, sustituye la realidad concreta con una consigna (sea ésta concreta o abstracta). Las consignas no sustituyen nada. No es su función. Las consignas desempeñan una función agitativa dentro de una realidad social, sirven de enlace entre la situación de la población y los cambios políticos necesarios para darle una salida a la crisis por la acción consciente de las masas.
El gobierno de transición, ante el colapso de la dictadura, no es una consigna polvorienta. No fue levantada, por desgracia, ni en lo más álgido de la rebelión de abril, por ello fue que se accedió a negociar con Ortega con las manos vacías (discurseando tonterías).
Insiste Miranda: Hasta el momento, ningún sector social representativo se ha postulado para encabezar una posible “Junta de Gobierno”. No basta desconocer a la dictadura en un comunicado, y proclamar la instalación de un “gobierno provisional”, se requiere reagrupar a la población sobre las mismas reivindicaciones democráticas de abril que han sido abandonadas a lo largo de estos dos años.
Los sectores sociales no se postulan para formar gobierno. Las consignas tampoco se elaboran porque un sector se postule a encarnar la consigna. Desconocer la dictadura, no significa derribarla. Por supuesto que no. Es de Perogrullo decir que no basta con desconocerla. Por supuesto que no basta. Pero, hay que desconocerla cuanto antes, desde el momento que se la califica como dictadura. La política no es el arte de encontrar lo que basta, sino, lo que es necesario, por lo que se debe luchar. Y el arte de señalar lo que es la tendencia más probable en las circunstancias concretas.
Los recursos del Estado, la dirección del Estado, la estrategia desde el Estado, para atender la emergencia sanitaria pone, con urgencia, a la orden del día, la lucha por el poder. No por las reivindicaciones democráticas de abril, sino, por la sobrevivencia de la nación en esta coyuntura.
Con el cambio de circunstancias, el sujeto social cambia, y las reivindicaciones también. Por consiguiente, una alternativa de poder es necesaria (no por lo que pase con la oposición), sino, porque el orteguismo colapsa al provocar ante los ojos de la población el avance irresponsable de la epidemia, que va a matar gente a diestra y siniestra.
Las consignas de lucha han cambiado coyunturalmente porque el centro de la política, ahora, no son las elecciones, sino, la salud colectiva gravemente amenazada por la epidemia.
No propuestas claras, sino, estrategia combativa
Sin propuestas claras, la población continuará dispersa y atomizada, dice Miranda
El problema no es de claridad, sino, de una estrategia que se corresponda con la maduración de condiciones objetivas favorables a la lucha y al cambio (de lo cual se deriva la formación de alianzas entre sectores sociales). La epidemia incrementa la contradicción entre la dictadura y la nación. Ello es lo esencial en política, no las banderas y tonterías semejantes. El péndulo da inicio a una nueva oscilación en sentido positivo para el flujo de masas, y ello obliga a apuntar al poder.