Dos editoriales infames (dictadura, gran capital, y los esperadores)

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

Artículos de Francisco Larios

Ambos son, a cual más, insultantes, escupitajos en la cara de los nicaragüenses democráticos, sal en la profunda herida del pueblo, y una grosera e inhumana expresión de desprecio hacia las víctimas y sus familias.

En un foro de redes, el respetado economista Dr. José Luis Medal ha comentado que la oposición nicaragüense, junto a sus aliados internacionales, debería dar un plazo perentorio de tres meses a la dictadura para establecer condiciones en las cuales pueda darse una elección democrática. De lo contrario, se estaría marchando hacia un proceso fraudulento e inútil, porque el pueblo se abstendría de participar. No tendría sentido, desde su punto de vista, seguir esperando.

Si algún problema tengo con este argumento, es que de entrada considero imposible que los tiranos den un viraje radical y permitan elecciones libres, reconozcan los resultados, y den paso a los procesos judiciales que inevitablemente enfrentarían. Pero como un desafío a la seriedad de los políticos y un llamado a despejar cualquier remanente de duda acerca de la voluntad del régimen, no tengo nada que objetar a la propuesta del Dr. Medal: que demuestren, los participantes en esta danza macabra de dos años, que no se trata nada más de tácticas dilatorias que solo consiguen alargar el sufrimiento del pueblo y causar desesperanza.

¿Por qué no lo hacen?

Mi hipótesis, y la de cada vez más ciudadanos democráticos, es que la dictadura es mucho más que una pareja de psicópatas encerrada en su ciudad prohibida de El Carmen. Enfrentamos todo un sistema, que incluye a los milmillonarios que antes del 18 de abril de 2019 sonreían en la foto con Ortega, pero ahora conversan con él en privado lo que sus agentes en la Alianza Cívica y la fantasmagórica Coalición Nacional balbucean en un acto barato de ventriloquía. A este acto se han plegado los esperadores, políticos que quizás no gozan de un afecto de primera marca entre los potentados, pero tampoco están dispuestos a enfrentarlos, ni a luchar por el derrocamiento de la dictadura; han decidido esperar a que caiga de pudrición, y atrapar al vuelo, la fruta del poder; o, si se quiere una imagen menos vegetal, abalanzarse, como los niños hacen, sobre los dulces que caen de una piñata que otro quebró.

La dictadura, los conspiradores del gran capital, y los esperadores de la oposición, son culpables de que el sufrimiento de las grandes mayorías se extienda en el tiempo. Y quienes se dicen opositores y aceptan participar en este juego merecen la condena de la ciudadanía, hoy moral, mañana política: que no logren su cometido, que no alcancen los cargos y prebendas por los que sacrifican el bienestar del pueblo.

En el fondo, el trío dictadura-conspiradores-esperadores representa colectivamente los intereses de élites distantes de la mayoría de los nicaragüenses; élites que juegan sus juegos a espaldas del pueblo, que desconfían del pueblo, y hasta le temen. Sus razones tendrán, digo yo, para temerle. Pero es muy claro que tienen algunas metas en común. En particular, todos han trabajado casi desde el inicio de la crisis, hace dos años, para que el sistema político aterrice suavemente.

Dos editoriales infames

Con la torpeza prepotente que es habitual en ellos, y que es solo menor que su alevosía, el trío nos da evidencia tras evidencia de sus intenciones. La más reciente es la publicación simultánea, por casualidad, en la misma fecha, en La Prensa y Confidencial, de dos editoriales que –aparentemente alarmados ante las exigencias de la población–llaman a los nicaragüenses a seguir… esperando.

Ambos son, a cual más, insultantes, escupitajos en la cara de los nicaragüenses democráticos, sal en la profunda herida del pueblo, y una grosera e inhumana expresión de desprecio hacia las víctimas y sus familias.

El de La Prensa–que dicho sea de paso avergonzaría moral y literariamente a Pedro Joaquín Chamorro y Pablo Antonio Cuadra–es particularmente agresivo. “Algunos opositores sostienen que no se puede ni se debe hablar de elecciones mientras Daniel Ortega y Rosario Murillo permanezcan en el poder“, inicia. “Se trata de personas radicales…”, prosigue, en tono desesperado, atropellando la lógica, la historia y la sintaxis, para concluir (yo diría que prácticamente confesar) que hay que ir a elecciones con Ortega, ya que “ningún gobierno cae si no se le hace caer”. Esto, en la mejor traducción que conozco, está a milímetros de “mirá, no lo vamos a sacar, mejor entendámonos con él”.

En el mismo espíritu, y debe ser un espíritu el que crea estas casualidades transoceánicas, el conocido político español Ramón Jáuregui nos envía desde la distancia la hoja de ruta de un pacto. Que don Ramón use esta palabra, en publico y sin pudor, ante nicaragüenses, da una idea de cuán poco entiende el país. Pero el resto de su muy autoritativo texto merece, en algunos puntos claves, traducirse del fariseo al castellano. Que el Sr. Jáuregui sea vasco y yo nicaragüense no quiere decir que no tengamos una lengua en común.

Lo primero que llama la atención –y enciende la indignación– es que salga otra vez con el cuento de que somos como una familia dividida, en la que ambas partes son “legítimas”. “Dos Nicaraguas viven juntas”, dice don Ramón, “Un gobierno legítimo…” …De ahí en adelante, por más críticas que haga al régimen, al que sin embargo llama “heredero de una revolución heroica…que sostiene un aparato partidario…muy extendido en el territorio”, el punto de partida lo ha contaminado todo. No se le hubiera ocurrido, al político del PSOE, exaltar la legitimidad de Franco, por ejemplo. Pero nosotros, en la lejanas Indias, no merecemos tales consideraciones.

Y lo que viene después es peor, y es ahí donde dictadura, conspiradores y esperadores coinciden:

1. “Las elecciones deben celebrarse en 2021, en la fecha prevista para el fin del mandato presidencial actual.”

Traducción: ¿Cuál es la prisa?

2. “Cese absoluto de la represión, acompañado de un compromiso de paz ciudadana. La paz social y económica del país no debe ser puesta en cuestión por nadie. La oposición debe reiterar su apuesta pacífica por la democracia.”

Traducción:  Que la dictadura diga que permite las protestas, a cambio de que la oposición las impida. Que los políticos le digan a la gente: “no protestemos, mejor esperamos al día de la votación”.

3. “Memoria y justicia sin revanchas. Pasadas las elecciones, el Parlamento debería crear una comisión de investigación sobre lo ocurrido en el país a partir de abril de 2018 bajo la premisa de una memoria reconciliada y no repetición, otorgando justicia reparadora a todas las víctimas. Memoria y justicia sin revanchas.”

Traducción: “Justicia sin revanchas” quiere decir “justicia sin sentencias, nadie puede ir a la cárcel, ya pasó todo“; “memoria reconciliada y no repetición“, es “hagan las paces con los asesinos, pero escriban un reporte y prometan que no vuelve a pasar“; “otorgando justicia reparadora” es “denle algo a las familias para que puedan pasar la página; algo, una casita, una pensión“.

Todo esto es de una bajeza moral y un cinismo tan extremo, que lo menos que podría esperarse de quienes conservan alguna decencia y algún pudor, o como decían antaño los mayores, temor de Dios, es que lo rechazaran, lo denunciaran, y buscaran como hacerlo imposible.

Tienen la palabra, políticos opositores. El pueblo los observa. Escojan: o participan en un pacto que es compraventa de esclavos, o se ponen del lado de la lucha democrática.

Francisco Larios

El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org. Artículos de Francisco Larios