Ecuador, entre dos izquierdas
Saúl Hernández Rosales
Director Creativo de Chaguaramos Consulting Group. Doctor en Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad Andina Simón Bolívar de Ecuador. Master en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Sorbonne Nouvelle Paris III. Licenciado en Estudios Internacionales por la Universidad Central de Venezuela. Profesor en CLACSO y Editor General de la revista D'Cimarron.
El intelectual y periodista Teodoro Petkoff, en el año 2005 publicó su libro Las dos izquierdas. En ese año, Venezuela se preparaba para la reelección de Hugo Chávez (2006) bajo la bandera del socialismo, mientras que edificaba una hegemonía absoluta en todos los poderes públicos (ejecutivo, legislativo, judicial, moral y electoral) producto de la abstención de la oposición en las parlamentarias de ese año. En este texto, Petkoff esboza las diferencias entre una izquierda democrática que modernizó sus doctrinas adaptándolas a la República y al libre mercado (Lula, Bachelet, Tabaré Vásquez) y otra borbórnica (Chávez y Castro) basada en el personalismo, el paternalismo asistencialista y el control de los poderes públicos.
Como en su libro Checoslovaquia: El Socialismo como problema (1969), los detractores lo asediaron. Por un lado, algunos consideraban que todas las izquierdas son antidemocráticas y retrógradas. Por el otro (los más delirantes) aseguraban que Chávez y Castro no eran de izquierda, sino una desviación de ellas. Por mi parte, suscribo la idea de dos izquierdas para abordar las elecciones presidenciales en Ecuador.
El Correismo llegó para quedarse
América Latina ha vivido el surgimiento de caudillos desde la fundación de sus Repúblicas, pero no todos ellos han resistido al paso del tiempo. El problema de la sucesión ha sido definitivo y muchos de sus proyectos desaparecieron cuando fueron proscritos los caudillos o cuando estos fallecieron. Ejemplos sobran, desde Velasco Ibarra en Ecuador hasta Jacobo Abernz en Guatemala pasando por Velasco Alvarado en Perú. Sin embargo, en Ecuador, el Correismo es sin lugar a dudas, un movimiento histórico y una realidad política insoslayable. El 32 % de Andrés Arauz, el candidato reconocido por Rafael Correa como su sucesor, demuestra el voto duro del movimiento que surgió en 2007 con Alianza País.
Los países que tienen segunda vuelta, saben que el denominado voto duro se manifiesta en la primera. En la segunda vuelta, las alianzas y los indecisos toman postura y aumenta el número de electores. Desde esta perspectiva, si comparamos la primera vuelta del 2009, en la que Rafael Correa ganó con 52%, con el 39% de Lenin Moreno en la primera vuelta del 2017 y el 32% de Andrés Arauz en 2021, observamos una notable caída (20%) en la popularidad. En estos 11 años, el desgaste es consecuencia de los escándalos de corrupción, de la inviabilidad a largo plazo del Estado Petrolero Benefactor, del exilio y del deterioro de la imagen de Correa. Sin embargo, el hecho de que un 32% del electorado apoye un proyecto que tiene casi 15 años de vigencia y que ha resistido a dos posibles sucesiones, lo hace equivalente únicamente al Peronismo, porque ni el Fujimorismo logró la sucesión de Alberto Fujimori por parte de su hija.
El Correismo forma parte de la izquierda que lleva recorriendo el continente desde la elección de Hugo Chávez en Venezuela (1998) hasta la de Alberto Fernández en Argentina (2019). Aunque no puede considerarse bonapartista (chavista) “puro” en los términos de Petkoff. El Correismo, comparte con las otras el discurso anti-neoliberal y la defensa de un agenda de derechos sociales basada en la renta extractiva (petrolera y minera). Es personalista, debido al carácter patológicamente invasivo de su líder fundador, aunque logró crear mecanismos internos democráticos para la elección de la sucesión de Lenin Moreno. Sería un híbrido entre el bonapartismo y la izquierda democrática que Petkoff separaba en su texto (fue escrito antes de la llegada de Cristina Fernández y Evo Morales) porque la elección de Andrés Arauz fue a partir de un dedazo, como Cristina Fernández lo hizo con Alberto Fernández en Argentina.
Concerniente a la agenda progresista internacional, el Correismo es conservador: están contra el aborto, la eutanasia y la legalización de la marihuana. Lo que no lo diferencia de la izquierda indigenista. Para muchos, el Correismo es un chavismo con “buenos” modales, sin tanta incidencia geopolítica y con una economía dolarizada como vacuna anti-inflacionaria. En ese sentido, salvando también la distancia, parece más un nuevo peronismo que un chavismo.
La izquierda indigenista
En una región racista como la nuestra, que un líder indígena concite el 20% de los votos para la presidencia de la República, ya es en sí mismo una proeza. Yaku Pérez, candidato del movimiento Pachakutik, parece ser el rival del Correismo en segunda vuelta (aún no es oficial). Cuando surgió su candidatura, parecía ser parte de esa nueva alternativa descolonial–de esas que colapsan el post-estructuralismo francés con el maoísmo y termina en una utopía neolítica imposible de digerir– pero no es así (felizmente). Cuando le preguntan sobre la reforma educativa, toma como ejemplos a Finlandia y Singapur, no a Freire, ni a los Caracoles zapatistas. En sus entrevistas hilvana citas de Winston Churchill con Rómulo Betancourt y Voltaire. Tiene como referentes políticos a Gandhi y Martin Luther King, y no a Simón Bolívar, San Martín o Sucre. Quizás porque, como indígena, entiende que aquellos fundaron una República para los blancos criollos. Se autodefine como holístico y eso, luego de lo explicado, parece evidente. A la otra izquierda le llama autoritaria, extractivista y anti-republicana (coincidiría con lo de Bonapartista de Petkoff). Pero coincide con el Correismo en que no va a legalizar la marihuana, ni la eutanasia. Tampoco, despenalizaría el aborto.
Tiene un discurso contundente contra el Fondo Monetario Internacional y allí coincidiría con la izquierda continental. Pero, con la misma firmeza, confía en los tratados de libre comercio, en bajar los impuestos y eliminar los controles de salida de divisas para incentivar las inversiones. Esto, ni en los programas de la izquierda europea aparece. Ahora bien, los que hemos vivido en Quito, sabemos que los indígenas entendieron, antes que muchos criollos corporativistas, la importancia del comercio para la prosperidad de sus comunidades. Quizás allí radica la vanguardia, a la que Teodoro Petkoff (2005) denominaba izquierda democrática. Aquella que entendió su tiempo histórico y se modernizó. Porque a pesar de que lo anterior suena a Von Mises o Hayek, en lo que también cree firmemente Yaku Pérez es en la Seguridad Social: basada en una Sanidad Pública, subsidios a la energía por parte de empresas estatales y eliminación de las pruebas de ingreso a la Universidad.
La filosofía andina aparece más en su ethos que en su programa de gobierno. Es decir, en sus ademanes, en sus formas de comunicación y de vestir. También en la lucha por el agua y contra el extractivismo minero (nunca contra el petrolero). No es ni el Cholo Toledo, ni Evo Morales, tampoco una síntesis entre el tecnócrata y el sindicalista. Recuerda más a la claridad sin aspavientos de Rigoberta Menchú, porque no hay purismos ideológicos ni étnico-raciales en su discurso, tampoco hay revanchas. Es cierto que provoca sospecha que sea tan coherente con las contradicciones que genera ser poder (cuando no se ha gobernado nunca). Lo que queda claro, es que de pasar a segunda vuelta, seguramente será Presidente de la República.
68% de los ecuatorianos quiere un gobierno de izquierda
Si al 32% de la izquierda bonapartista de Arauz, le sumamos el 20% de la izquierda indigenista de Pérez, y el 16% de Hervas (el candidato de Izquierda Democrática) al que no mencioné porque no es ni indigenista, ni bonapartista y quizás, esa asepsia ideológica, es la razón de su lugar en los resultados. El 68% es el voto duro de la izquierda.
No sabemos si al banquero Lasso (tiene 19,60% con el 96% de las actas computadas) le alcance para superar a Yaku Pérez y pasar a segunda vuelta. De lo que estoy seguro, es que será muy difícil, salvo algún escándalo imponderable e improbable de última hora, que revierta algún porcentaje de la izquierda (en una posible segunda vuelta) a su favor.