Editorial, 26 de agosto de 2022

No es nuevo, ya lo dijo Platón en su República, cuando relata el viaje de Er al más allá: “desde los extremos vieron el huso de la Necesidad, merced al cual giran todas las esferas.” La necesidad, en otras palabras, es el instrumento que mueve al universo, que mueve al mundo. La necesidad es la que nos hace aprender. La necesidad es, se dice modernamente, madre de la invención. Pero no podemos aprender, crear, inventar, si no tomamos conciencia de la necesidad. Tampoco podemos triunfar si avanzamos contracorriente, o ignorando la necesidad. Al final, sin embargo, la necesidad se impone, termina despertándonos de ilusiones falsas, de creencias obsoletas, de ideas anteriores que se han vuelto obstáculos. Muchas veces este despertar ocurre a golpes, con mucho sufrimiento, en nuestras propias carnes y vidas: nadie, dicen, escarmienta en pellejo ajeno.

Para el pueblo nicaragüense, el aprendizaje de la necesidad ha llegado ya a puntos culminantes. Hemos aprendido, a regañadientes, con mucho dolor y tras grandes decepciones, que todas las esferas giran alrededor de la necesidad:

La necesidad de olvidarnos de salvadores externos: ni Estados Unidos, ni Europa, ni la OEA, ni la ONU, ni el Vaticano, ni nadie, va a colocar en primera fila de sus prioridades la tragedia de Nicaragua. Doloroso puede ser, pero es real, y para muestra el botón de los pronunciamientos del Papa y del Cardenal Brenes y de las declaraciones palabreras de la OEA.

La necesidad de olvidarnos de que las sanciones actuales van a acabar con el régimen: las sanciones individuales no funcionan. ¿Cómo lo sabemos? Porque no han funcionado. Porque quitan, a lo sumo, el privilegio [no es derecho] de viajar a Estados Unidos o Europa a un funcionario, y el privilegio [no es derecho] de hacer transacciones bancarias a través de los sistemas bancarios europeos o estadounidenses. Pero los criminales chayorteguistas siguen gozando del producto de sus crímenes a través de testaferros, y su poder económico no disminuye, ni su poder político es amenazado por sanción alguna, que termina siendo una palmadita en la mano. ¿Podrían funcionar otro tipo de sanciones? Hay sanciones capaces de sacudir el sistema de poder: sancionar al Ejército como tal, persiguiendo sus enormes inversiones en los mercados internacionales; sancionar a los oligarcas nicaragüenses, para que abandonen a Ortega. ¿Por qué no aplican estas sanciones los Estados Unidos y Europa? No lo hacen porque para estos, la caída de Ortega representa quizás algo idealmente deseable, pero que es en la práctica un peligro para lo que ––a su entender–– es una prioridad más importante, la “estabilidad” geopolítica. Por eso, hemos aprendido acerca de la siguiente necesidad.

La necesidad de entender que los gobiernos poderosos que influyen sobre la región están dispuestos a convivir con la dictadura; pueden darse ese “lujo”; nosotros, no. No en balde actúan con tanta parsimonia y paciencia. Ya vamos camino a los cinco años de pronunciamientos, de condenas y (como dicen los más tímidos) “preocupaciones”. Recuerden que, durante 12 años, desde el 2007, el gobierno de Estados Unidos compartió, departió y trabajó felizmente con el régimen de “diálogo y consenso” del FSLN y el Gran Capital. Recuerden la visita, en el 2020, del militar estadounidense que cometió el desliz en público de confesar que su gobierno se “complacía” de cooperar con el régimen de Ortega. Y fíjense bien con qué enorme paciencia los gobiernos de Estados Unidos y Europa siguen esperando a que Ortega cambie, en lugar de empujar a que haya un cambio, a cambiar de régimen. Esto, después de comprobar la magnitud de los crímenes de lesa humanidad del régimen.

La necesidad, por tanto, de entender que el cambio democrático, o lo hacemos los nicaragüenses, o no lo hace nadie. Nosotros somos los exilados, los empobrecidos, los que hemos sido víctimas de cárcel y tortura, los que tenemos familiares muertos, encarcelados o torturados, los que no podemos entrar y salir libremente en nuestro propio país, los que no podemos circular libremente en nuestro país, los que vivimos bajo el terror de policías, paramilitares y ejército, los que no podemos participar en una procesión religiosa, los que no podemos siquiera protestar cuando la dictadura encarcela, exilia o mata a nuestros líderes religiosos. Somos los que perdemos el país, porque somos los dueños del país, y a nadie le importa lo suficiente para arriesgar lo suficiente para buscar la libertad del país que es nuestro. A nadie le duele lo que nos duele a nosotros, como nos duele a nosotros. 

La necesidad de entender que el cambio democrático requiere una revolución democrática, que no basta que desaparezcan Ortega y Murillo; que, aunque estos murieran hoy, hay sucesión familiar, y si no hay sucesión familiar, habrá sucesión militar, porque ninguno de ellos puede arriesgar lo que tienen, que es mal habido, para dar paso a la democracia. En otras palabras, es mentira que el problema sea solo Ortega y su demencial consorte. El problema es un sistema de poder que ya nos dio a Somoza, ya nos dio la primera dictadura del FSLN, y ya nos dio el infierno chayorteguista. Para que Nicaragua se enrumbe por un camino de libertad y progreso, hay que desmontar el sistema completo, paso a paso si se quiere, pero sin perder de vista de que tiene que desmontarse todo el sistema, si es que queremos que la democracia tenga una posibilidad y una esperanza.

La necesidad de entender que para hacer una revolución democrática tenemos, por fuerza, que organizar la fuerza del 90% para derrocar a la dictadura y a todo aquel que quiera engañosamente reemplazarla. Organizarse para derrocar, para aniquilar a la dictadura. ¿Que si se puede? ¡Por supuesto! Se puede y se podrá, porque es necesario, porque es la necesidad, y, por tanto, necesariamente ocurrirá, lo haremos ocurrir porque necesitamos que ocurra; lo hemos hecho antes, se ha hecho antes innumerables veces en la historia humana, cuando ha sido necesario, y esta vez, una vez más, la necesidad nos obliga. 

La necesidad de rechazar todas las trampas y engaños que nos dicen que no, que no debemos trabajar para derrocar a la dictadura, que a la dictadura se la puede inducir a renunciar a través de un diálogo o una negociación. Ya sabemos, ya aprendimos, que el diálogo es estrategia de Ortega y Murillo, no del pueblo que quiere democracia. Ya sabemos, ya aprendimos, que la negociación solo sirve a Ortega y Murillo y a políticos venales que buscan prebendas y favores que solo la cohabitación con la tiranía hace posible. Ya sabemos que Ortega no tiene absolutamente nada que ofrecer, porque por supervivencia, en cualquier negociación requiere (necesita) que el poder real quede en sus manos, que la impunidad lo beneficie; es decir, que continue la dictadura.  El pueblo nicaragüense, por el contrario, necesita el fin de la dictadura, necesita poder respirar, poder vivir, poder construir la democracia. Necesita, por tanto, evitar que lo entrampen una vez más, que empantanen su lucha para ganar tiempo una vez más, que lo conduzcan al matadero una vez más. Necesita, por tanto, rechazar todo intento de diálogo y negociación con los genocidas, los que asedian a la población, a la Iglesia Católica, a Monseñor Álvarez, a todos los religiosos y laicos que están al lado correcto de la verdad y la justicia. A todos los que luchan porque la historia de nuestra tragedia termine y comience una nueva historia, esta vez bajo un régimen de derechos para todos, privilegios para nadie, con un poder político disperso y desmilitarizado, y un poder económico sujeto a las leyes democráticas que hagan posible que todos, no solo la media docena de familias de la oligarquía, tengan oportunidad de prosperar.

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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