El caciquismo político clientelar
Oscar René Vargas
A veces, la predicción política se convierte en una trágica verdad; otras veces, tener razón demasiado temprano es lo mismo que equivocarse.
Nicaragua es básicamente un Estado de partido único, partido que representa los intereses de una terrible alianza entre la nueva oligarquía, la vieja oligarquía, la burguesía tradicional y los partidos zancudos. El país está dirigido esencialmente por esa alianza que tiene una autoridad abrumadora sobre el régimen Ortega-Murillo. Por su parte, el sector militar y policial es la garantía para lograr mantener la regla de máxima riqueza para el sector corporativo. Por último, el poder judicial se encarga de complementar la represión paramilitar condenando a la disidencia, con el objetivo de garantizar la enorme concentración de la riqueza y la concentración del poder político en manos de la pareja dictatorial.
Por eso, podemos afirmar que Nicaragua es un país feudal dirigido esencialmente por un sector social atrasado y mafioso que tiene un poder abrumador en cuanto a políticas públicas implementadas por un régimen que solo expresa los intereses de la alianza del gran capital y la nueva oligarquía, sostenida por la dictadura Ortega-Murillo. Esa alianza permitió que, en los últimos años, se haya producido una enorme concentración de riquezas y una centralización del poder político que generó una población nicaragüense empobrecida, estancada y en declive social, factores que finalmente han facilitado el fortalecimiento del caciquismo político clientelar.
El caciquismo político clientelar consiste en favorecer selectivamente, desde posiciones de poder, a un sector de la población que está en niveles sociales bajos, beneficiándole por sobre sus iguales con el único fin de garantizar su apoyo, fidelidad e incondicionalidad a través de complicidades y componendas con autoridades municipales y gubernamentales. El caciquismo político clientelar se convirtió, en el siglo XIX y XX, en el eje central del sistema político tradicional. En la mayoría de los lugares, sobre todo rurales, las elecciones supuestamente democráticas tenían siempre como vencedor al cacique local, comarcal o municipal, perteneciente al partido oficial controlado por las familias más adineradas y los latifundistas. El poder económico y social era y sigue siendo fuente del poder caciquil, que desemboca y refuerza al poder político. En el sistema político bipartidista de los siglos XIX y XX, los dos partidos tradicionales, el Liberal y el Conservador, actuaron en base a este modelo, colocando en los puestos de la administración municipal a sus respectivos seguidores y clientes cuando ascendían al gobierno central. Este tipo de organización ha funcionado también en el siglo XXI controlados por una sola familia o por facciones políticas que funcionan en forma caciquil.
Durante el régimen Ortega-Murillo, algunos oligarcas locales se han fortalecido como caciques. Otros han llegado a oligarcas por ser personajes fieles al régimen. Su poder ha llegado a ser fundamental en los municipios y comarcas. Muchos caciques locales acrecentaron su riqueza, desposeyendo a campesinos u otros o a través de negocios legales o ilegales con el apoyo del poder presidencial. Desde el 2007, con el regreso de Ortega al poder, se fue construyendo un caciquismo político de un nuevo tipo, ahora basado en el poder económico, la represión y el desempeño de cargos públicos, sobre todo municipal. Al mismo tiempo, se implementó el clientelismo político con el dinero proveniente de Venezuela para comprar voluntades, conciencias y votos basado en el sistema de ayuda a los sectores pobres (el zinc, la vaca, el cerdo, etcétera), lo cual ha sido clave para consolidar el caciquismo político clientelar. Surgió así un nuevo caciquismo clientelar, a la vez personal y de partido, que ha sido uno de los elementos centrales de sostén del régimen Ortega-Murillo. El régimen también ha reforzado el caciquismo político clientelar a través de las contrataciones y adjudicaciones de subvenciones, beneficios fiscales, exoneraciones de todo tipo. Es decir, con el régimen Ortega-Murillo no ha desaparecido la lógica caciquil clientelar, más bien se ha fortalecido.
A partir de abril de 2018, el caciquismo clientelar comenzó un proceso de descomposición, desarreglo y desintegración, afectando de esa manera uno de los pilares de sustentación del régimen autoritario, lo cual ha coadyuvado a desarrollar un proceso de implosión de la dictadura. Este proceso de implosión interna se ha acelerado por el miedo de los cuadros intermedios del “orteguismo” ante la posibilidad de que Ortega pierda el poder: surgen el miedo a enfrentar la justicia, el miedo a perder el dinero acumulado por medios ilícitos, el miedo a perder prebendas, el miedo a perder el empleo para el que no están calificados o simplemente el miedo a perder la impunidad que los cobija. Por otra parte, la crisis del caciquismo político clientelar también se expresa en las diferentes formas de represión; ya sea en el congelamiento salarial a los maestros, a los trabajadores de la salud, el despido de funcionarios de las alcaldías y del gobierno central que incrementa el descontento de su base social; o en la exteriorización de los altercados y contradicciones que se producen entre las diferentes tendencias del aparato sindical “orteguista”.
La crisis del caciquismo político clientelar se manifiesta también en el incremento del desempleo y en la incapacidad de la dictadura de mantener las dádivas a su base clientelar, por causa de la profundización de la crisis económica. Igualmente, la crisis del caciquismo político clientelar se manifiesta por la combinación y ampliación de seis crisis: la económica-financiera, la social, la política, la sanitaria, la internacional, y la reanudada crisis/confrontación del régimen con la Iglesia católica, obispos y feligreses. Bajo las circunstancias de la crisis sanitaria y el agravamiento de la situación económica, la población económicamente activa entra en un riesgo de empobrecimiento que afecta a los sectores populares y la clase media. Además, el empobrecimiento de la base social del orteguismo que no cuenta con un salario fijo incrementa las fisuras del caciquismo político clientelar. La pérdida de ingreso de la base social del orteguismo no sólo es un tema monetario y de capacidad adquisitiva, es también la imposibilidad del régimen por mantener el clientelismo político en una coyuntura de gravedad sociopolítica, crisis económica interna y crisis sanitaria que durará varios meses más.
El gran problema de la oposición política formal es que le da todo el tiempo político a Ortega para administrar sus conflictos internos dado su incapacidad en presentar una estrategia de poder por medio de un programa y un frente unificado opositor. A mi criterio, la oposición debería «potenciar» esos conflictos internos con una estrategia para la toma del poder que incluya la problemática rural siempre descuidada por los políticos tradicionales. Se necesita un plan estratégico para golpear los puntos débiles de la dictadura, evitando convertirse en blanco fácil de la represión. Eso exige otro tipo de lucha que siga minando la crisis del caciquismo político clientelar. Crisis que contribuye a derruir el pedestal que viene construyendo la dictadura para perpetuarse en el poder.
Estamos frente a una panorámica en cinco claves de esta coyuntura: 1) Objetivo único del régimen: consolidar el proyecto autoritario a través de la represión y la mentira, confundir a la población con mentiras y falacias puede ser un bumerán contraproducente para el régimen; 2) el capital no termina de romper su alianza con la dictadura; 3) subsiste una oposición sin poder, sin relato y sin estrategia que ha perdido la brújula; 4) en el corto plazo no hay perspectivas de cambio, solamente se visualiza la profundización de las crisis; 5) se acelera el proceso de implosión interna del régimen como consecuencia de la combinación y profundización de las seis crisis, lo que afecta directamente al caciquismo político clientelar a través de las pugnas entre las diferentes tendencias existentes dentro del mismo “orteguismo”.
Para finalizar concluyo diciendo que sigue corriendo el agua del río que es la protesta social. Todo pasa, pero el cauce y el río mismo permanecen. Es necesario que haya cauce y la estrategia de lucha es el cauce. El cauce es tan necesario al río que sin él no habría río sino pantano. El Grito de Abril de 2018, es el agua fresca del río que camina y camina por el cauce y que borrará el pantano creado por el régimen Ortega-Murillo.