El Cardenal y la política

Enrique Sáenz
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En Nicaragua tuvimos un Cardenal y ahora tenemos otro. Me apuro a aclarar que el presente escrito no tiene nada que ver con la memoria del finado, ni con los afanes de nuestro coexistente.

El cardenal Richelieu es, sin duda, el más célebre de los cardenales católicos, aunque no propiamente por su trayectoria religiosa sino, más bien, por su trayectoria política.

Cardenal Richelieu, obra de Philippe de Champaigne

Richelieu fue primer ministro de Francia por 18 años, hasta su muerte en 1642. Sin embargo, su sucesor en el cargo, también cardenal católico, Giulio Mazarino, es mucho menos nombrado, a pesar de que su gestión política es casi tan relevante como la de su ilustre predecesor.

El cardenal Mazarino, italiano de nacimiento, francés por adopción, gobernó Francia por más de una década. Distintos historiadores revelan que la principal fuente de su poder se originaba en sus frecuentes y misteriosas visitas a la alcoba de Ana de Austria, la reina que encabezaba la monarquía francesa a nombre de su hijo, Luis XIV, que años más tarde sería conocido como el “Rey Sol”. El de la famosa frase: El Estado soy yo.

Al morir, Mazarino poseía la mayor fortuna privada de la historia prerrevolucionaria de Francia. Algunos historiadores calculan que era equivalente en efectivo a los depósitos del Banco de Amsterdam. Semejante fortuna evidenciaba que el ejercicio del poder prodigó al religioso cuantiosos provechos materiales.

Pero el Cardenal Mazarino también heredó a la posteridad un elocuente librito cuyo título es “Breviario de los políticos”. El libro contiene las principales enseñanzas que el Cardenal acumuló a lo largo de su accidentada carrera política.

Cardenal Mazarino, obra de Pierre Mignard

En el Breviario, Mazarino aborda una amplia gama de consejos para políticos que van desde cómo servir una cena, cómo escapar a una emboscada o cómo lidiar con “los placeres de la carne”. Tales enseñanzas pueden servir para bien o para mal, según el hígado de cada quien, pero sin duda, a los ciudadanos comunes conviene conocerlos para estar alertas frente a las estratagemas de los políticos. Más aún en el presente de confusión y mescolanza entre viejos políticos, nuevos y novicios.

Aquí va pues una muestra de las perlas contenidas en el Breviario del cardenal:

1. Deja para otros la gloria y la fama. Interésate tan solo por la realidad del poder.

2. El que cambia fácilmente de opinión y pone tanto ardor en defender hoy lo que denunciaba ayer es evidente que ha sido comprado. Les pregunto ¿Vienen algunos nombres a sus mentes?

3. Ten siempre presentes estos cinco preceptos: Simula. Disimula. No te fíes de nadie. Habla bien de todo el mundo. Piensa bien antes de actuar.

4. Si se le demuestra a una persona que está en un error y sin embargo se mantiene obstinadamente en su postura, puedes estar seguro de que sus motivos verdaderos son muy distintos a los que declara.

5. Actúa de tal modo que nadie sepa nunca cuál es tu verdadera opinión sobre un asunto, ni hasta qué punto estás informado, ni lo que deseas, ni de qué te ocupas ni qué temes.

6. Actúa con tus amigos como si algún día tuvieran que convertirse en tus enemigos.

7. No amenaces jamás a una persona a la que tengás intención de hundir: estarías alertándolo y poniéndolo sobre aviso. Al contrario, deja que crea que eres menos poderoso que él y que, aunque quisieras, nada podrías hacer contra él. Y cuando menos lo espere, descarga tu golpe.

8. No olvides nunca que la prudencia exige no atacar a varios enemigos a la vez. Así que, mientras trabajas en la ruina de uno, reconcíliate con todos los demás, provisionalmente.

9. Si quieres atraerte la simpatía del pueblo, promételes a cada uno en persona gratificaciones materiales: son las que causan efecto; al pueblo, la gloria y los honores le son indiferentes.

10. Si alguien te manifiesta su odio, debés tener en cuenta que este sentimiento siempre es auténtico: el odio, a diferencia del amor, no sabe de hipocresías.

El breviario es así: un conjunto de lecciones que muestran al religioso italiano-francés mucho más familiarizado con lo mundano que con lo sagrado.