El comandante filibustero
Néstor Cedeño
Néstor Cedeño es autor de Entre rebelión y dictadura y Entre lucha y esperanza,
dos obras de relatos, poemas y escritos sobre la rebelión cívica de 2018 en Nicaragua.
A veces sufrimos una cierta fascinación por cosas o personas, una atracción irresistible, a veces adictiva, que invade nuestra mente y consume todos los mecanismos que usamos para vivir nuestras vidas. Son fascinaciones tóxicas que terminan por consumirnos por completo.Como la que tiene el dictador Ortega con William Walker.
El señor habla mucho del “Yanqui” aquí y el “Yanqui” allá. Cada problema que surge a causa del mal manejo y la corrupción del régimen lo explica la retórica cansada del dictador por la supuesta injerencia al “Yanqui” invasor. Y al hablar del “imperio” del que Walker proviene, que tanto dicen odiar los sandinistas, el comandante no puede dejar de mencionar al gringo más reconocido en la historia de Nicaragua y—gracias a un resbalón de su parte durante un discurso—¡héroe nacional!
Parece broma, pero la importancia que el dictador le da al filibustero americano es a veces más que la que le da al General de Hombres Libres… ¡Quién diría!
Mi teoría—quizás no tan científica—es que la fascinación del tirano con el filibustero se debe a que, a pesar de que este no duró mucho tiempo como “Presidente” de Nicaragua, fue tan ambicioso, y decidido él. Hay entre ambos, sin embargo, una gran diferencia de nivel educativo: a Ortega le llaman “El Bachi”, mientras que el “chele” fue preparado en medicina, periodismo y leyes.
¿Cómo justificaba Walker su ambición? El filibustero se apoyaba en la doctrina del Destino Manifiesto, que según Wikipedia es “la creencia en que los Estados Unidos de América es una nación elegida y destinada a expandirse desde las costas del Atlántico hasta el Pacífico”. A Walker le encantó esa filosofía, pero parece que se aburría rápidamente de las cosas, como sucedió después de unirse a los que viajaron hacia el oeste de su país en búsqueda de oro, lo cual se había convertido, para muchos estadounidenses, en una de esas fascinaciones tóxicas que describí al inicio. Walker buscaba algo más, y diciendo seguir la misma doctrina justificó hacerse del control de nuestro país, tomar lo que no le pertenecía y ser el filibustero que todos conocemos.
Ahora, piensen en el dictador. Dejemos lo obvio a un lado—no es gringo, pero sí es alguien que siempre ha buscado más, para saciar su ambición, para su beneficio personal y no el de su nación. Me viene a la mente aquella foto donde sale agarrado de la mano de la “compañera”, caminando por una calle con toda la familia detrás, vestidos como personas que aún no tenían millones en el banco, canales de televisión y radioemisoras o empresas de carácter dudoso. A través de los años, el dictador ha perseguido su propio Destino Manifiesto, donde parece que sobresale su creencia de que él y su familia son los elegidos y destinados a propagarse por toda Nicaragua, a través del sandinismo/orteguismo (como quieran llamarlo) con el fin de conquistar y obtener oro, poder y dinero. Él diría que su Destino Manifiesto es ver a una Nicaragua soberana y libre de la injerencia imperialista, pero no tiene problema alguno con la de países como Rusia, Irán, Venezuela o Cuba.
Por tanto, Ortega es un filibustero, a pesar de ser nicaragüense, al fomentar su “revolución” política sobre una nación que quiere que se vaya para así ser libre. Yo sé que el término se usa para invasores como Walker, pero nada está tallado sobre piedra. Simplemente, el dictador es otro tipo de filibustero—uno que ha invadido desde adentro, tomando lo que no le pertenece.
Walker se instaló bajo elecciones fraudulentas… ¿Y el dictador? Bueno, él se mantendrá bajo la misma estrategia.
Al tomar control del país, Walker cambió y llegó a ondear una bandera que no era la nicaragüense, con una estrella roja en el centro, mientras que el dictador—a pesar de ser inconstitucional—ha cambiado la imagen de los símbolos patrios y ondea la bandera del Frente Sandinista como si fuera la bicolor. Ambos ejemplos demuestran ese deseo de imponer dominio al resaltar los colores y símbolos que lo identifican.
Cuando veo al dictador hablar de su “colega” presidente Walker, durante sus monólogos extensos de memoria selectiva, siento que a pesar de mencionarlo de una forma hostil para así animar a sus militantes al compararlo con los que él y sus secuaces tildan como “golpistas”, le guarda respeto y admiración al compartir con él más de una que otra característica.
Puede parecer exagerada esta comparación y obviamente muchos que alaban al “Mi Komandante” se sentirán ofendidos al leer que su líder es de alguna forma igual a un filibustero yanqui. Pero, ya lejos de mi afán de sarcasmo, el señor es exactamente eso (además de ser un dictador), un ser que siguió sus deseos de grandeza, de tener poder y dinero, fama y alabanzas, sin importar las consecuencias que puedan caer sobre un pueblo que está cansado de ser invadido y mandado por individuos que nunca quieren dejar el poder. ¿Acaso no fue así William Walker?
Piensen en eso la próxima vez que sean forzados a presenciar un discurso más y no tengan Netflix para evitarlo. Y si llegan a decir: “¡Maje, otra vez está hablando del gringo Walker! ¡Qué amor le tiene!”, recuerden está comparación y al paso me dejan un “¡Tenías razón!”