El coro de “cohabitación” del criminal de guerra Humberto Ortega con Monteverde y Sergio Ramírez Mercado [o cómo se construyen las traiciones]
<<Tenemos que enfrentar, no solo a la pareja demencial de El Carmen, sino a toda la generación perversa que intenta reciclarse y llegar al poder, o a cuotas de poder, por la puerta del lado, apoyada en el Ejército, el Gran Capital, y los poderes foráneos a quienes poco importa nuestra libertad. Hoy por hoy, esto es lo que hay, a esto se enfrenta el pueblo de Nicaragua: al plan de una nueva traición. >>
En su descoyuntada prosa habitual el criminal de guerra Humberto Ortega, hermano del tirano de turno, ha propuesto, cínicamente, “una tregua santa”. El argumento es simple, aunque más grotesco que simple: el pueblo, al rebelarse, obligó al régimen Ortega-Murillo a “endurecerse”; este, al “endurecerse” para derrotar a los opositores a la tiranía que buscaban (y buscan, según él) aniquilar a “gente que hizo la revolución”, se involucró en un ciclo represivo que es, en la sabia opinión del criminal de guerra, ‘defensa propia’, e hizo escalar las tensiones sociales a tal punto de que hoy es prudente “aprovechar el espíritu de Semana Santa”––porque el criminal de guerra es ahora muy devoto––para hacer una tregua, buscar un arreglo entre partes igualmente hostiles, y preparar elecciones en… 2026. El criminal de guerra, sin duda, está preocupado por la precaria posición del clan de su hermano dentro del aparato dictatorial, y el giro neroniano, apocalíptico, del terror desatado por Daniel Ortega y Rosario Murillo contra la población, incluyendo antiguos aliados y amigos.
Mientras tanto, la Unión Europea declara, en un pronunciamiento extraordinario, que los crímenes del régimen contienen los mismos elementos que aquellos que motivaron el establecimiento de los juicios de Nuremberg contra los líderes nazis al final de la segunda guerra mundial. Esta comparación es, sin duda, de dimensión colosal, e inusitada; para los políticos europeos, comparar a Ortega con Hitler, comparar a los lugartenientes de Ortega y Murillo con los Himmlers y Göerings que fueron sometidos a la justicia internacional en 1945, hubiera sido anatema, sacrilegio, suicidio político incluso, de no ser por la apabullante documentación acumulada por sus investigadores y juristas. Todo esto ocurre en el momento en que la correlación de fuerzas internacionales se vuelca claramente en contra del orteguismo, con la izquierda latinoamericana cada vez más contundente, cada vez más asqueada de que se la asocie con la monstruosidad fascista que impera desde El Carmen.
Tiempo, entonces, de intensificar la ofensiva para cortar el financiamiento que sostiene al régimen fascista a través del BCIE, del BID, y de otros acuerdos y tratados que oxigenan a la tiranía. Hora de unificar fuerzas para vigorar la resistencia interna, dotarla de medios, propaganda y recursos; hora de no abandonar a quienes dentro del país se organizan para dar al traste con la peor opresión conocida en nuestra historia. ¡Hora de la unidad!
¿Hora de la unidad? Para nosotros, ciudadanos demócratas, lo es. Claro, es comprensible que la prioridad del criminal de guerra sea otra: buscar a toda velocidad una balsa de salvación familiar. Lo que sorprende (aunque para muchos esta sorpresa sea evidencia de ingenuidad) es que la oposición más reconocida por los medios de información internacionales guarde, en el mejor de los casos, silencio. ¿Pero, por Dios, qué clase de liderazgo opositor es este, que puede guardar silencio en condiciones tan críticas?
Peor aún, aparecen, haciendo coro al criminal de guerra (se dice, y se dice triste) figuras internacionalmente influyentes de los clanes tradicionales, como el escritor Sergio Ramírez Mercado, cuya prédica es la misma: cohabitación con la dictadura. Esto es precisamente lo que dijo el 21 de febrero a la periodista mexicana Carmen Arístegui: ‘aquí tiene que haber un acuerdo, un arreglo político… o vamos a una guerra civil’. Y sobre el diálogo que salvó al régimen en 2018 dice que “tiene que ser restituible”, o sea ¡debe repetirse!
De esta manera, quien fue corresponsable de los crímenes cometidos por Ortega y el FSLN en su primera dictadura, dizque ahora retirado de la política, presenta una vez más la postura del chantaje cruel, del falso dilema: o aceptamos una repartición de cuotas de poder entre las cúpulas y clanes políticos, que deje en pie el aparato dictatorial, o el país arderá en un infierno semejante al que él, en algún momento, en su delirio de poder, pronosticó para Centroamérica entera.
La voz de Ramírez Mercado, por supuesto, es la voz de quienes conspiran contra el pueblo nicaragüense en busca de un pacto con el tirano de turno para, según ellos, “resolver la crisis”, y “estabilizar el país”. Estas frases son lenguaje en código para “resolvamos nuestras diferencias con Ortega”, lo cual implicaría, inevitablemente, impunidad, y serviría para estabilizar el sistema de poder. En el nuevo “arreglo político” con Ortega-Murillo, muchos de los “opositores”, particularmente la insólita ensalada oportunista de Monteverde, que incluye desde antiguos jefes del FSLN (a quienes más bien habría que investigar por crímenes de lesa humanidad, que no prescriben) hasta antiguos Arnoldistas, obtendrían puestos y prebendas en un Estado apenas remozado para aparentar democracia, mientras las fuerzas represivas, articuladas alrededor del Ejército y sus temibles servicios de Inteligencia, serían la columna vertebral del poder, garantía de impunidad para el clan Ortega, y de “estabilidad” para los poderes fácticos domésticos e internacionales (especialmente el gobierno de Estados Unidos).
Demás está decir que el coro del criminal de guerra con los Monteverdistas, Ramírez Mercado, y otros, es armonioso, y que es un reto encontrar, en la clase política, quienes tengan la decencia o el coraje de denunciarlo. Hoy por hoy, esto es lo que hay, a esto se enfrenta el pueblo de Nicaragua: al plan de una nueva traición. El hecho queda aquí registrado, para nuestra historia, tantas veces falseada, para nuestra desgracia.
Uno entiende que no debería sorprenderse, pero es difícil no hacerlo. Porque el grado de cinismo necesario para defender la cohabitación con el régimen de Ortega, a estas alturas, es prácticamente inimaginable para un ciudadano que no haya sido corrompido por las mañas del poder, como somos la mayoría.
Dirán algunos que criticar a quienes se critica en este ensayo es “dividir”, “debilitar la oposición”. ¿En serio? ¿En serio es “oposición” predicar el acomodo a un régimen despótico, que destruye el país a diario, que quita incluso la ciudadanía a sus antiguos amigos y aliados? ¿No es eso, más precisamente llamado, traición?
Para quienes como demócratas rechazamos las manipulaciones de políticos inescrupulosos y reciclados de los regímenes corruptos y criminales de los últimos cuarenta años, el momento es una oportunidad (y muestra la necesidad) de dejarlos atrás, de organizar un poderoso movimiento popular democrático que construya, ¡por fin!, la república y la democracia que nunca hemos tenido. Una meta que es noble y cara, y que nos obliga a enfrentar, no solo a la pareja genocida de El Carmen, sino a toda la generación perversa que intenta reciclarse y llegar al poder, o a cuotas de poder, por la puerta del lado, apoyada en el Ejército, el Gran Capital, y los poderes extranjeros a quienes poco importa nuestra libertad.
Se puede, podremos, porque el sistema está putrefacto, agotado, y ya no podemos más, ya es demasiado, ya la opresión es demasiada, ya el hambre es demasiado, ya llegamos al fin de la desesperanza y es imperativo proteger nuestras vidas, nuestros bienes, y nuestro futuro. Podremos, y para poder tendremos que hacer justicia. Sin justicia (la justicia que el criminal de guerra, los Monteverdistas, Ramírez Mercado y otros, están alegremente dispuestos a sacrificar) nunca habrá libertad en Nicaragua.
Por eso decimos: ¡No a la cohabitación con el régimen genocida! ¡Libertad incondicional para todos los presos políticos! ¡Libertad para Monseñor Álvarez! ¡Abajo la dictadura fascista! ¡Vamos hacia una revolución democrática, a fundar la república, con derechos para todos, privilegios para nadie!
¡No a la impunidad! ¡No a la impunidad! ¡No a la impunidad! ¡No a la impunidad!
¡Ni perdón, ni olvido: justicia!
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.