El Coronavirus es también un problema político
Oscar René Vargas
En medio de la crisis sociopolítica, al régimen Ortega-Murillo lo alcanzó el cisne negro, y lo ha puesto en jaque: un evento inesperado de gran impacto con repercusiones sanitarias, económicas, sociales y políticas.
Por por no haber sabido afrontar de manera apropiada la pandemia del coronavirus, el régimen ha comenzado a sufrir los efectos colaterales negativos de su debilitamiento político estratégico. Se han refugiado en su búnker, donde esconden la cabeza como (según el mito) hacen los avestruces, para esquivar sus responsabilidades, rehuir sus compromisos o escapar de sus problemas.
Ante la pandemia, los miembros del círculo de poder se han quedado paralizados. No saben qué hacer, víctimas de una ceguera que afecta a toda la nueva clase, y que les impide enfrentar correctamente el coronavirus. Sin embargo, las consecuencias sociopolíticas están ahí, aunque no quieran verlas hasta que embistan, como en la rebelión de abril de 2018.
Los miembros del círculo íntimo del poder están padeciendo una epidemia de ceguera que aqueja a todos los funcionarios de los poderes del Estado, pero también a policías, paramilitares y médicos. La enfermedad de la ceguera se ha transformado en una epidemia irrefrenable dentro del orteguismo. Los ha vuelto ciegos la enfermedad del poder autoritario.
La ceguera del poder demuestra la irracionalidad de la dictadura ante la pandemia. Sus miembros de base se mueven como autómatas, reciben órdenes que cumplen, sin preguntar la razón de esas indicaciones, mientras los ciudadanos conscientes se rebelan contra la ceguera de esos personajes ante el peligro del virus.
La ceguera política del régimen le ha impedido aquilatar o evaluar la transcendencia de la pandemia. Queda demostrado cuánto puede errar la política de un gobierno cuando no tiene en cuenta los problemas reales de la sociedad.
Todo parece indicar que, entre la economía y la salud de la gente, el régimen eligió la economía. Una economía que cae siempre se levanta, pero una vida que se pierde no se recupera jamás. Diversos sectores sociales señalan a la administración Ortega-Murillo de ocultar la dimensión y el problema real de la pandemia. Mediante una especie de registro alterno, los casos de coronavirus estarían siendo anotados como neumonías. Pero la idea de que hay neumonías atípicas es falsa. Esa decisión del Ministerio de Salud es política, no sanitaria.
No hay que engañarse, el problema de manejo de la pandemia en Nicaragua no es solamente un tema de política pública de salud; desde el inicio ha respondido y responde a una estrategia política del régimen; por lo tanto, hay que enfrentarlo y denunciarlo, también, políticamente.
El régimen Ortega-Murillo hará todo lo posible por desacelerar o enlentecer la aceptación del número de casos de coronavirus, ya que no puede revertirlo, con las más diversas medidas. Pero ninguna manipulación de los datos, aunque sea así de siniestra, puede modificar las tendencias de fondo del desarrollo de la pandemia del coronavirus.
La decisión de no hacer nada es torpe, además de ser una decisión política irresponsable; crea el riesgo de que el gobierno pierda el control de la pandemia. En este caso una mala política pública del gobierno tendría consecuencias sanitarias y políticas en toda la región centroamericana.
Además, por la pandemia del coronavirus, la economía de Centroamérica resentirá la contracción económica de Estados Unidos, con una baja en las remesas. La caída de las remesas afectará a Nicaragua en un momento en que economía ya indicaba otro año de recesión.
El peligro es que, por la falta de medidas de prevención (ni quedarse en casa, ni promover el distanciamiento físico-social, ni suspender todas las actividades) no se frene el contagio, alcanzando un aumento acelerado exponencial en el número de casos positivos, y de que Nicaragua se transforme en el epicentro de la pandemia en Centroamérica, con consecuencias políticas imprevistas.
En el actual contexto, el mal manejo de la crisis sanitaria podría ser un detonante de una crisis sociopolítica más profunda que puede desembocar en una caída adelantada e imprevista del régimen Ortega-Murillo. Con este posible escenario la oposición debería tomar acciones políticas propositivas para presentar un gobierno alternativo de transición. Solamente con la salida de Ortega-Murillo del poder podemos comenzar a resolver, poco a poco, todos los principales problemas de Nicaragua. Por lo tanto, no puede haber tregua política para favorecer a la dictadura en el momento en que las cinco crisis lo han hecho más débil desde abril 2018.
Para seguir el lenguaje médico, el régimen Ortega-Murillo es como un enfermo terminal cuyos órganos han colapsado, pero vive conectado a una manguera de oxígeno. Sus paramilitares, sectores de la nueva clase y familiares no lo quieren dejar ir, y hacen todo lo posible para conservarlo vivo. Pero no hay nada más que hacer. El régimen está desconectado de la vida real. Es un cadáver político en descomposición que afecta a toda la sociedad. No hay que darle oxígeno con tregua de ninguna especie, hay que déjalo ir.