El coronavirus y la pandemia Ortega-Murillo
Oscar René Vargas
En Nicaragua la batalla en contra de la pandemia de coronavirus se libra en tres escenarios interrelacionados: el de la salud pública, el de la economía y el de la política. En el primero hay un gobierno que, se diga lo que se diga, ha actuado de manera irresponsable y criminal. Existe el peligro de un brote de neumonía masivo.
El frente económico no es menos preocupante que el de la salud: por más que el régimen diga que todo está normal, los efectos negativos de la caída en la producción son evidentes: hay un frenazo de las actividades cotidianas que está afectando ya a un sinnúmero de pequeños comercios, profesionistas y personas que trabajan en el sector informal. El impacto real todavía no lo alcanzamos a dimensionar sus efectos negativos en restaurantes, gimnasios, centros de salud y belleza, establecimientos medianos y pequeños de comida y comercios.
En el ámbito político, el gobierno enfrenta un aislamiento, sanciones y la lucha de los ciudadanos contra el poder dictatorial. El régimen, por su parte, implementa un plan para permitir el desarrollo del coronavirus para que la crisis sociopolítica no siga siendo la principal preocupación de la población.
Las señales del fracaso y ruina del sistema político-económico del régimen Ortega-Murillo se encuentran en todas partes. La creciente e intensa desigualdad es, quizá, la señal más poderosa. Proviene de muchas causas, entre las que destaca la contracción en los salarios reales de los trabajadores.
La recesión económica en que ha caído el capitalismo de amiguetes es otro signo de que algo está muy mal en las entrañas del régimen. La recesión se debe, también, a una caída en la inversión que, a su vez, está ligada a una baja en la tasa de ganancia.
El mercado está en modo de aversión al riesgo, porque han integrado que estamos en una recesión y que cualquier seguridad será única en términos de amplitud. La temida recesión se abre paso y se superpone a las tendencias negativas de la pandemia del coronavirus. Pandemia y recesión extensa hablan así sin tregua de estado de excepción, se declare o no.
Uno de los primeros efectos negativos de la pandemia del coronavirus se reflejará en el consumo. También va a afectar las finanzas públicas a raíz de que vamos a tener una reducción por impuestos al valor agregado y especial sobre producción y servicios.
Es ahí donde hay que determinar cómo va a resarcir el gobierno esa pérdida, porque está en peligro que no se recaude lo necesario para soportar el presupuesto general del 2020 y cerraría este año con comportamiento negativo mayor al previsto.
En la crisis actual se mezclan las políticas de austeridad, una profunda desigualdad, el dominio del capitalismo de compadrazgo y la concentración del poder en las manos de Ortega-Murillo; mientras el desempleo y subempleo son la cicatriz de estas políticas. El deterioro de los servicios de salud y educación es un hecho bien documentado.
Todo esto se acompaña de un proceso destructivo en todas las dimensiones del medio ambiente. Cambio climático fuera de control, pérdida de biodiversidad, erosión de suelos y contaminación de acuíferos son sólo algunos de los aspectos más claros de este deterioro que hoy es una amenaza para el desarrollo sustentable del país.
La fase crepuscular del régimen durará todavía muchas semanas, pero serán semanas de grandes sacudidas políticas y sociales, dado que las contradicciones del régimen explotarán en crisis prolongada.
Si los cálculos de los expertos en salud pública son correctos, el régimen Ortega-Murillo enfrentarían una posible explosión social de grandes proporciones producto por el mal manejo del coronavirus. La esencia de la nueva fase será la intercalación del combate contra la pandemia con la lucha por la democracia, la libertad y la justicia.
El régimen sabe lo que se viene y que no habrá forma de parar el virus en el país, lo esconderán lo más que puedan, pero no podrán, y una ola de ira se puede desatar en contra del régimen.
El régimen Ortega-Murillo debe combatir no solo la expansión del coronavirus, sino también velar porque las decenas de miles de ciudadanos ubicados en las zonas más pobres no se conviertan en focos de contagio.
Dadas las limitaciones económicas y el deficiente sistema de salud, la mejor opción del país es la de reaccionar rápidamente antes de que se multipliquen los casos y los hospitales estén desbordados. Un plan de contingencia nacional es necesario para mitigar los efectos del coronavirus.
El sistema sanitario, con problemas crónicos, es muy débil e incompleto. El objetivo del régimen debiera de ser ganar tiempo con medidas preventivas para evitar la súbita multiplicación de casos de coronavirus y evitar el derrumbe del sistema de salud.
Economía colapsada (analistas hablan de una recesión de hasta el 4 por ciento en 2020), sistema de salud en crisis, y la política, en mano de un régimen desequilibrado y afectado por un virus mental, acercándose al colapso. Y no hay salida a la vista.
La perspectiva económica y la coyuntura multidimensional abierta por la pandemia reclaman una política de gran calado, racional y basada en la ciencia. No se pueda estar jugando con la salud de todos los ciudadanos. ¿Está esperando el régimen que esto se complique para actuar?