El dedo en la llaga y el futuro en la memoria
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.
Publico en las redes un meme, para agitar la reflexión; dice <<Payasada: el pleito es entre dos figuras muy dañinas para Nicaragua, dos embajadores del FSLN, dos defensores de sus crímenes.>>; se refiere al intercambio de cartas públicas entre Carlos Tünnermann Bernheim, quien estuvo fielmente al lado de Daniel Ortega durante la década de la primera dictadura FSLN, primero como Ministro de Educación, después como Embajador, en Washington, D.C., y Arturo Cruz Sequeira, Embajador en Washington, D.C. durante la segunda dictadura FSLN.
Comenta, amistosamente, un compatriota: “Pienso que el Embajador de los 80 ha rectificado”. Y añade, con obvia y decente preocupación: “Siento que hiero a personas que conozco cuando opino en contra de la farsa electoral. ¿Pero de qué sirve vivir con falsas esperanzas?”
Mi reacción inicial es la siguiente: el país necesita que nos atrevamos a poner el dedo en la llaga, a buscar y publicar la verdad. Por más dolorosa que esta sea, más gente ha sufrido, sufre, y sufrirá bajo el imperio de la mentira y de los mitos, que la que pueda ser “herida” por la honesta narración de los hechos.
<<No se puede permitir que la ley consienta matar y salir silbando. No se puede esperar, de esa manera, paz y democracia. >>
El tema del perdón
“Ni perdón, ni olvido» es una demanda inobjetablemente ética, y, por tanto, práctica, porque es un mandamiento esencial que debe imponerse a los políticos para hacer de ellos servidores, no amos.
Hay que aclarar que la primera parte, “ni perdón” se refiere al perdón legal. Este último es sencillamente una injusticia intolerable, una amenaza para la ciudadanía, un fracaso existencial del Estado. No se puede permitir que la ley consienta matar y salir silbando. No se puede esperar, de esa manera, paz y democracia.
El perdón moral es otra cosa. El abrazo a otro ser humano, el abrazo a lo humano en el otro, a través del perdón, es bondadoso. Sin embargo, especialmente en asuntos que afectan ampliamente a la sociedad, no debe ser gratis, en el sentido de que quienes han causado daño necesitan pedir perdón, si en realidad sienten arrepentimiento sincero; no actuar como si todo lo que han hecho está bien, y hasta reclamar y recibir honores por lo actuado, o como si lo actuado no hubiese ocurrido.
Si piden perdón, sanan ellos, sana el país, y sanan quienes pueden perdonarlos. El problema es que a nuestros personajes públicos no se les pasa siquiera por la mente que deban bajarse de su soberbia y reconocer, sin darle mucha vuelta, y sin hablar en plural, sin el «nosotros nos equivocamos«, o el maligno «todos somos culpables» (y similares recursos retóricos) decir sencilla y claramente: «me equivoqué, pido perdón, no puedo culpar a nadie, yo soy responsable por mis actos«.
Irónicamente, algunos de estos personajes apelan públicamente a los tiranos, piden a Rosario Murillo (no se cómo se pide tal milagro, pero le han escrito cartas públicas, por Dios…) que regrese o vaya a un estado de bondad que parecen sospechar o haber intuido– o algo así– pero son incapaces de verse en el espejo y hacer ellos mismo lo que se supondría mucho más fácil, ya que nadie los cree o los señala comparables a la monstruosidad de los Ortega Murillo.
<<Del otro lado del pecado sobre pecado de los políticos nicas está el olvido sobre olvido del resto de la sociedad.>>
Pecado sobre pecado, olvido sobre olvido
No se les ocurre, y no hay que menospreciar esta omisión, que es un pecado encima de otro pecado: la soberbia que les impide hacerlo es parte esencial, causa y consecuencia, del problema que la sociedad nicaragüense tiene con el poder.
Porque del otro lado del pecado sobre pecado de los políticos nicas está el olvido sobre olvido del resto de la sociedad, que permite que aquellos se reciclen más fácilmente de lo que cambia de color la piel de un camaleón, y abre las puertas a que algunos hagan estragos toda una vida, ya que cada vez que cambian de discurso olvidamos que tras palabras bonitas [antes usaron otras palabras bonitas] están los daños que han causado, los muertos que han dejado en su camino, y sobre todo la corrupción que nutren al acostumbrarnos a convivir con el crimen, olvidándolo.
La verdad, las lecciones de la historia
El meme sobre Carlos Tünnermann Bernheim tiene como origen el papel político actual del Sr. Tünnermann, quien se ha erigido–o a quien han erigido–en una especie de “notable moral”. Se ha colocado, o lo han colocado, en posición de árbitro y juez de voluntades en el juego político, en momentos de extrema gravedad para la nación. Por tanto, no puede pasarse por alto su historia de vida, como no puede pasarse por alto la historia de vida de cualquier político que esté, de una manera u otra, tratando de moldear el futuro del país.
¿Cuáles son sus antecedentes? El Sr. Tünnermann estuvo a la cabeza de la partidización y militarización –un hecho tan atroz como insólito en nuestra historia– de la educación infantil de Nicaragua, desde 1979 a 1984; pasó después, hasta 1988, a apoyar a la primera dictadura del FSLN desde la comodidad cosmopolita de la diplomacia, defendiendo como Embajador en Washington los crímenes ordenados por Ortega y su pandilla en un período particularmente brutal, tan brutal como –¿no nos queda claro todavía?– son capaces los señores.
Fueron miles y miles de muertos en una mortandad histórica; miles de lisiados; cientos de miles de ciudadanos forzados a exilarse, de una población que era menos de la mitad de lo que es hoy; censura rutinaria de los medios; abusos y torturas, y asesinatos. Ese pasado existe, vive todavía en la miseria del país y en el sufrimiento material, espiritual y psicológico de casi toda la población. Para lo material hay medida: antes de 1979 el producto interno bruto de Nicaragua era comparable en tamaño al de Costa Rica; hoy es menos de una quinta parte. Lo espiritual y psicológico ni siquiera ha sido inventariado, pero es trágico y dramático, y evidente.
Por tanto, añadimos una capa más de pecado, y otra de insensatez, si no exponemos la verdad acerca de los principales participantes en la destrucción de Nicaragua en los años ochenta, por el prurito de que están hoy “de nuestro lado”, o porque lucen hoy mayores, y caminan con el aura venerable y sabia que en la cultura nicaragüense creemos ver en ellos.
Pero los años, y la veneración de las canas, no pueden enterrar la verdad. La verdad es esencial. No hay libertad sin verdad. No nos liberaremos nunca sin la verdad. Sin la verdad, cuando caiga la dictadura actual, empezará a desarrollarse otra.
¿Un país de zombis?
¿Que el Sr. Tünnermann “ha rectificado”? ¡Muy bien! ¿Pero qué quiere decir eso en nuestra cultura política? Quiere decir que el personaje está hoy en contra de quien nosotros estamos. ¿Basta eso? Por supuesto que no. Y no se trata de rechazar que dé su aporte hoy (lo cual es, en cualquier caso, decisión suya). Se trata, sencillamente, de no vivir en la mentira y el olvido, como zombis que caminan en harapos de una desgracia a otra.
Y ese camino nos atrapa si olvidamos con tal facilidad, porque entonces el cómplice de una desgracia puede aparecer, como si nada, al lado nuestro en la siguiente crisis, y con mínima habilidad, por la suerte que le da un país sin memoria, lograr su «aterrizaje suave«. De estos hay muchos cada vez que se inicia un nuevo ciclo «opositor» a un nuevo mal gobierno, de los que producimos en serie. Y de esta manera llegan de nuevo al poder, o se mantienen siempre bajo la buena sombra, mientas el país se hunde.
Lo humano en el centro y en la cúspide, lo humano como requisito indispensable
Por ese camino olvidamos que lo más importante, cuando se gobierna, es estar consciente, a cada paso, de que no se gobierna una hacienda de cosas, que se gobierna una sociedad de seres humanos. Que los aciertos y errores de los gobernantes, y de los políticos en general, afectan la vida de gente de carne y hueso; gente que carga sus cruces todos los días, que tiene sus angustias y quiere tener sus esperanzas. Y cada vez que los gobernantes tratan su cargo como un juego en el que los ciudadanos son fichas sobre un tablero, en lugar de tratarlos como tratarían a sus seres más queridos; cada vez que un político trata la lucha de los demás como un velero que busca la corriente para navegar más fácil; cada vez que un político actúa como si la pobreza y la ignorancia de los demás fuera una oportunidad para comprar barato su propio boleto al bienestar; cada vez que un político actúa como si la ética fuera asunto de pendejos, o de gente que no es suficientemente práctica; cada vez que un político actúa como miembro de una casta o como el poseedor del privilegio de hacer sin responder, de hablar sin escuchar, de atacar al ciudadano que lo cuestiona, está haciendo daño a seres humanos, creando sufrimiento humano, golpeando materialmente, moral y psicológicamente, a seres humanos. Seres humanos, además, que están en desventaja de poder.
Dispersar el poder, reclamar al poder, exigir a quienes quieren poder
Por eso, para reducir esas desventajas, el poder político debería estar muy disperso. Y por eso habría que ser muy exigente con los políticos, reclamarles sin contemplaciones por sus actos, y hablarles con la verdad, y hablar la verdad sobre ellos, antes, durante y después de su estadía en el poder. No puede nunca posponerse la crítica bajo la excusa de que “el otro es peor”, o “este todavía no está en el poder”. No se puede tener “mejores” sin exigir duramente a los aspirantes, sin ponerlos en su lugar –que debe ser de servidores públicos, no de príncipes del absolutismo—antes de que estén en el poder. Todas estas son falacias de nuestra — ¡obviamente! – fracasada cultura política. ¿O no es evidente que hemos fracasado hasta hoy, y que estas ideas que por reflejo aducimos nos han llevado al desastre, a la tragedia?
Tiene que haber memoria histórica
Para muchos, no parece serlo. Para unos pocos, privilegiados, más bien conviene que no hagamos estas reflexiones, que creamos posible alcanzar resultados diferentes aplicando la misma lógica defectuosa que nos ha hecho tanto daño.
Mi punto de vista es radicalmente opuesto: es esencial que haya memoria histórica. Y esa memoria tiene que recordar también nombres y apellidos. No nos engañemos más. No nos creamos más tolerantes o más inteligentes, más prácticos o más tácticos, porque dejamos que en el alboroto se laven las culpas en un cuarto oscuro. Eso también es corrupción.
Si de verdad quienes tienen un pasado sombrío quieren ahora luchar al lado del pueblo por un país mejor, que lo hagan. Pero, ni el pueblo puede tener un país mejor sin exigir respuestas a todos, ni pueden, quienes han causado daño desde el poder, ayudar al país a ser mejor sin bajarse del caballo altanero y pedir perdón, sin ayudar al país a entender las culpas; sin ayudar a que las líneas éticas se vean claras, para así empezar a crear una cultura más sana y racional.
Si quieren dejar un legado constructivo a su nación, si quieren que una nación sana y nueva los abrace, que su nombre sea recordado como el de seres humanos capaces a superarse a sí mismos y a dar de sí mismos con integridad, den el paso. ¡Den el paso! Denlo, por el bien de todos, si es que son sinceros, si es que pueden dejar atrás la soberbia del poder.