El demonio de la política nacional
Fernando Bárcenas
El autor es ingeniero eléctrico.
Manuel Orozco, experto en Migración y Remesas del centro de pensamiento Diálogo Interamericano, escribió en Confidencial del 27 de julio un artículo que tituló “Los demonios de la política nicaragüense: entre el caudillo y el político perfecto”.
El demonio, para los griegos era un genio interior que influenciaba el destino de los hombres, cuya voz provenía de la propia conciencia. Platón decía que esa voz interior había conferido a Sócrates su inmensa sabiduría. De modo que, en ese sentido, he querido referirme en este artículo a la conciencia política nacional, influida por casi doscientos años de práctica oligárquica, de luchas mezquinas, guerras, invasiones extranjeras, dictaduras, pactos, corrupción y saqueo, que nos postran como el pueblo más atrasado de América. Nuestra historia es un repetirse de desastres, como si purgáramos una condena, por ambiciones miserables de quienes han ejercido el poder político en contubernio con las clases dominantes y con las fuerzas militares. Todo ello, ha creado una ideología negativa en torno al poder.
Es el momento de un debate sobre la lucha de liberación
Ahora, después de la rebelión de abril contra la dictadura orteguista, se habla de iniciar una nueva forma de hacer política, sin que se sepa bien qué signifique esa demanda. El demonio interior de la rebelión no tiene una conciencia acabada, simplemente sugiere al oído que se debe proceder distintamente. Y eso, ya es algo. Pareciera que es el momento de iniciar un debate nacional sobre la actividad política que nos libere de ese ciclo intolerable de opresión.
Orozco, superficialmente, insinúa en su artículo que la política nicaragüense oscila limitadamente entre el caudillo y el político perfecto. Con ello, no pretende proponer un camino distinto, fuera de ese marco estrecho. Su idea –muy trivial– es que todo cambia si en lugar del político perfecto se acepta al político imperfecto. Ofrece una solución subjetiva, sumamente dogmática, porque parte de esa visión falsa, muy limitada, de la política nicaragüense.
El artículo de Orozco, que intenta suscitar credibilidad en la Coalición –con ligeros retoques– podría servir para ahondar en las limitaciones metodológicas con que se aborda nuestra crisis política.
El político perfecto no es una categoría política. Es una banalidad de Orozco. Dice al respecto:
“Hay una creencia muy profunda de nuestra cultura política: que el Gobierno solo lo puede administrar el político perfecto”.
No es así. En nuestra realidad, en todos los procesos electorales (casi todos amañados), la opción que se presenta es la de votar por el dictador de turno versus un representante de alguna fracción de la oligarquía (que refleja sus gustos e ideología retrógrada). Lo que ha ocurrido es que la opción electoral para los ciudadanos es entre dos políticos, más que imperfectos, reaccionarios, cargados de vicios de dominación, de discriminación primitiva hacia la población, a la que atraen a votar ofreciéndole guaro.
Una población sin conciencia propia, desorganizada
La población carece, por ahora, de voluntad propia, no está organizada por sector social, en torno a sus intereses comunes. De modo que, en las elecciones, aunque hubiese un conteo perfecto de los votos, habría un fraude estructural como forma de delegación del poder. Es decir, La cultura oligárquica impide de manera sutil (imposible de neutralizar mediante reformas electorales) que se pueda manifestar la voluntad de la población, porque esta oligarquía impone su hegemonía por medio de las condiciones extremas de trabajo y de existencia. En otros términos, el resultado electoral está predeterminado por la falta de acceso a la cultura, por la marginación social, por el desempleo y la pobreza, que fragmenta la propia conciencia reducida a la búsqueda exasperada de la sobrevivencia individual.
La organización en torno a intereses colectivos es subversiva. Lo único permitido es que las masas sigan a un caudillo que responda al modelo de dominación oligárquico. Fenómeno que se manifiesta, Incluso, en el COSEP.
Nuestra crisis estructural no se resuelve mediante procesos electorales, sino, con una conciencia emancipadora que apunte a una forma de Estado cualitativamente diferente, que sirva de soporte, sin obstáculos jurídicos, al desarrollo de las fuerzas productivas. La transformación de la sociedad debe verse desde una perspectiva social, no sólo formal, es decir, no sólo con cambios exclusivamente jurídicos.
Orozco aclara un poco más su pensamiento superficial sobre el político perfecto:
“La aspiración política se convierte en un libre mercado de transacciones. La paradoja está en que la gente promedio quiere perfección, pero, conoce el ‘secreto’ de las transacciones en el camino al poder. Entonces, al final, la complicidad nos incluye a todos. He ahí el demonio de la política nicaragüense”.
Si nos incluye a todos, si todos somos cómplices, para Orozco nadie es culpable. De manera, que no sería necesario ejercer la capacidad analítica para ver la realidad como contradicción, y para asumir, en consecuencia, un rol progresivo frente a la apuesta retrógrada. La transformación de la sociedad se reducirá a su mínima expresión. Los niveles de organización, los métodos de lucha, y los programas serán los mínimos posibles. Orozco es el ideólogo de la pequeñez de miras. Exalta las demandas insignificantes, por medios infecundos.
La abstención electoral y la rebelión espontánea, un fenómeno incipiente de cambio
Aquí, la gente promedio (para usar el lenguaje de Orozco) les da la espalda a los procesos electorales corruptos. El fenómeno a señalar es la abstención electoral abrumadora, que, sin embargo, favorece a la dictadura que hace fraude. Porque la conciencia que rechaza la sustracción represiva de los derechos ciudadanos, aún no se plantea una acción estratégica para la transformación estructural del sistema actual. La rebelión de abril, totalmente espontánea, corresponde a esta etapa de rechazo, sin una estrategia del cambio, de la transformación de la sociedad.
Por lo general, a la población dominada, marginada o explotada, víctima de la hegemonía cultural alienante de parte de las clases dominantes atrasadas, nadie, antes de Orozco, les ha llamado cómplices de su propia opresión. Ello, lleva a Orozco a situarse fuera de la realidad para emitir juicios de orden moral, en abstracto, en lugar de juicios políticos que emanen de una conciencia de la contradicción.
Insiste Orozco:
“En la vida real no hay político ni arreglo perfecto, el que quiere serlo eventualmente es expuesto, y el circulo vicioso vuelve a empezar, y la piedra a rodar. La figura del caudillo es la personificación de lo que puede ser perfectible con base a la legitimidad que gana por la fuerza. El caudillo compra sus favores con la élite a cambio de su lealtad, y con la gente a cambio de prebendas. Pero todo es transaccional”.
Orozco no se ha percatado que vivimos en un sistema global en que todo es mercancía, incluido el ser humano, y que en el mercado se realiza la esencia de la formación del capital. El problema no radica en que se impongan las leyes del mercado en todos los ámbitos de la sociedad, sino, en que las crisis, periódicas e inevitables, no se les enfrenta bajo el empuje de las fuerzas sociales que hagan posible un cambio de sistema. Nuestro problema es que las luchas, como en abril, son improvisadas, sin dirección estratégica. Si abril hubiese tenido conducción estratégica, nunca habrían ocupado la escena política los políticos tradicionales que, ahora, suscitan rechazo en la población combativa. La lucha habría cambiado de forma, se habría adaptado a contener la represión como el agua que se adapta al terreno.
“Como todo es transable (objeto de cambio comercial) –según Orozco– el caudillo siempre gana ya que compra los favores de la gente a cambio de prebendas. Mientras el político que quiere ser perfecto eventualmente es desenmascarado, de manera que el caudillo gana legitimidad por la fuerza y, además, por la compra de conciencias”.
Orozco concluye que se produce un círculo vicioso mientras se critique a los políticos por sus imperfecciones. La solución de Orozco consiste en reducir la capacidad crítica, en lugar de profundizarla. ¡Mala señal!
Habrá que profundizar la capacidad crítica en lugar de cercenarla
Reducir las expectativas es una enorme banalidad. Para un observador atento, lo importante es discernir cómo el caudillo pasa a conducir los intereses de las clases dominantes, convirtiéndose en uno de ellos. El país presenta un subdesarrollo crónico que genera caudillismo (lo del político perfecto es una niñería poco intelectual de Orozco). Puede haber crecimiento del Producto Interno Bruto sin que mejore la competitividad, sin crecimiento del valor agregado, y sin que aumente la productividad del trabajo. Esto ocurre por la pérdida del poder adquisitivo del salario, por la inversión extranjera en maquilas y en extracción minera, por un aumento del trabajo informal, por el efecto de las remesas, por el endeudamiento, y por la sobre explotación de las tierras agrícolas de forma extensiva. Esta crisis estructural genera crisis, angustia, desesperación, pobreza extrema, falta de futuro, por lo que requiere un poder dictatorial que reprima la organización combativa de la población, impidiéndole que se manifieste de manera independiente.
De modo, que la sociedad atrasada acumula tensiones que resuelve, como si fuese una válvula de alivio, por medio de la represión, graduada con la pericia del torturador que no deja huellas de su actividad infame. Salvo que, por estupidez arrogante, la dictadura viola flagrantemente los derechos humanos con crímenes evidentes de lesa humanidad.
“La crisis política nacional –sostiene Orozco– se debate entre la violencia y la rabia del desgobierno a la defensiva, y la división dentro de la oposición; un pleito político, en el que hay mucho menosprecio, crítica, e incluso manoseo de la realidad”.
¿Qué es manoseo de la realidad? Orozco usa un lenguaje suyo que, a primera vista, no tiene sentido en las ciencias políticas. Nadie manosea la realidad. Cualquier abuso, en el terreno político, es parte de la realidad. En otros términos, la realidad está compuesta por circunstancias objetivas, por períodos de crisis o de expansión de la economía, pero, fundamentalmente, por las relaciones sociales y políticas entre las clases sociales. Pareciera que, para Orozco, el ser humano, su trabajo, su nivel de conciencia, sus acciones contradictorias, conflictivas, no forman parte de la realidad.
La crisis política no estriba en la relación entre la dictadura violenta y airada, constreñida a la defensiva, y una llamada oposición dividida y caóticamente confrontada. Esa relación es intrascendente para la sociedad (aunque los medios le den cobertura a cada incidente desagradable).
La crisis política consiste en el colapso del modelo dictatorial como medio de acumulación primitiva de capital con el uso sesgado del Estado. Un modelo no sólo de Ortega, sino, compartido alegremente por el gran capital, por la burocracia estatal, y por el ejército. Compartido por todos los poderes fácticos. Una crisis política es una crisis de gobernabilidad.
El modelo político represivo, por exceso, formó su propia crisis
El engranaje del modelo orteguista, luego de la masacre de abril, que puso en las calles a más de 600 mil personas que pedían la renuncia inmediata de Ortega, está a punto de romperse, no calza correctamente con la economía mundial. Cuando se echa a andar se escuchan varias piezas sueltas. Y nadie tiene a mano un nuevo modelo de recambio. De modo, que Ortega se resiste a abandonar la escena, aunque se lleve por delante al país entero. La crisis política genera múltiples crisis adicionales, a medida que la sociedad degenera impotente. La miseria sube por las rodillas y las piernas de la sociedad como una gangrena repugnante provocada por una crisis sin solución. La sociedad muestra síntomas de parálisis, las empresas quiebran, el desempleo crece, la epidemia corre a sus anchas contagiando a la población como una plaga de langostas en un campo de trigo.
Frente a ello, la llamada oposición es un proyecto deficiente, basado en un inacabado señuelo electoral, incapaz de dirigir a la nación, o de contener la explosión de las masas ante la crisis humanitaria que avanza.
La crisis política consiste en que el país se enrumba a una situación revolucionaria. Abril no fue más que un ensayo lleno de múltiples errores que se deberán corregir. Es, en tal sentido, que Ortega está a la defensiva, porque su permanencia en el poder conduce a esa explosión social o al colapso del país. Orozco no alcanza a ver más que los arañazos de la oposición, y no oye los retumbos de la montaña a punto de sacudir a la sociedad. Dice Orozco:
“En gran parte (se critica al político que no es perfecto) porque la figura del caudillo surge como un factor definidor dentro de la política. Hoy Ortega solo cuenta con las armas para mantener el poder, su transaccionalidad ha decaído”.
Al caudillo lo selecciona, lo amamanta, lo adula, arrullándolo en su pecho, el gran capital. La oligarquía es su base social de apoyo, lista a cabildear con entusiasmo en Washington a favor de Ortega. Los trabajadores están fragmentados, famélicos, en condiciones precarias en un trabajo informal que deben inventar cada día para sobrevivir desesperadamente. ¿Qué es lo que Ortega define políticamente? Define el saqueo compartido de los recursos nacionales. Aprueba las leyes, con este fin de saqueo, que le propone al oído el gran capital, por su modelo corporativo incluido en la Constitución.
No es un fenómeno de transaccionalidad (de comercialización o trueque de beneficios y prebendas), sino de saqueo, de usurpación de recursos nacionales como medio de formación de dinero que, en un perfecto lavado, se convertirá en capital. Un proceso que ahora está en crisis, que afecta a los poderes fácticos. De modo, que éstos se reúnen para propiciar en conjunto un aterrizaje suave, para conservar lo esencial.
Por ahora, la transaccionalidad de Ortega no ha decaído. Con la crisis, simplemente ha cambiado de contenido.
La negociación de un aterrizaje suave o la lucha por desmantelar al orteguismo
Lo que ha decaído, si debemos usar el lenguaje de Orozco (decaído, transaccionalidad, etc.), es el modelo de opresión. Ortega, además de las armas, cuenta con el Estado, que ha sido diseñado a su medida para funcionar como instrumento de exterminio en una guerra civil declarada por él, unilateralmente. Es el dominio absoluto sobre el Estado lo que le da una inmensa capacidad de negociación. Todo secuestrador que adquiere rehenes posee de inmediato una capacidad de negociación que antes no tenía. Orozco juzga la situación política con extrema superficialidad. Y hace recomendaciones obviamente superficiales:
“El movimiento político opositor tiene la oportunidad, la obligación, de explotar las circunstancias y a la vez introducir el modelo democrático basado en la participación, en la igualdad en equidad, la tolerancia, y la solidaridad, y más que todo en la confianza mutua”.
Lo que Orozco llama movimiento político opositor carece de credibilidad en la población. Es más, es objeto de rechazo de parte de la población, por su actuar negligente, por su incapacidad, por sus intereses electorales conflictivos. No porque alguien les exija perfección. Orozco critica esa repugnancia que experimenta el pueblo, y pide que se les acepte como políticos imperfectos.
A partir de allí, constatar que tal agrupación tiene problemas de coordinación, que no saben cómo estructurarse mínimamente, que se dividen, se juntan, se vuelven a dividir, que no tienen una sola coincidencia, ni política, ni ideológica, ni táctica, es pérdida de tiempo. Son una parte ínfima, marginal de la realidad, como tantas otras sin importancia. Sin embargo, la Coalición es el eslabón más débil de la estrategia de la comunidad internacional, que se propone obligar a Ortega a un aterrizaje suave. Con la Coalición, la crisis de gobernabilidad se multiplicaría, no porque no sean perfectos, sino porque no saben, siquiera, amarrarse los zapatos.
No existe un modelo democrático que alguien pueda introducir como una cápsula. La democracia no se modela, porque es un fenómeno social vivo. La democracia significa que la sociedad ha dejado de operar jerárquicamente. En consecuencia, la democracia no se basa en la participación, la igualdad en equidad, la tolerancia, y la solidaridad, y menos que nada en la confianza mutua.
En una etapa de lucha terrible, como en la actualidad, la tolerancia, la solidaridad, y la confianza mutua, no tienen sentido. Las cualidades a destacar son otras, que llevan a una conquista histórica por medio de la lucha.
La democracia no promueve la confianza mutua, al contrario. La desconfianza indica cierto grado de conciencia, que obliga a analizar y a estar alerta. La conciencia del yo, obliga a desconfiar del otro, a percibir sus diferencias, obliga a interpretar el mundo. Es por ello, que quienes adquieren conciencia de tener intereses en común se organizan para luchar colectivamente, que es lo que está en la base de la democracia: la expresión combativa de los sectores oprimidos en la sociedad, no su aplastamiento por los poderes fácticos bajo la bandera de la confianza mutua (aplastamiento, por un lado, ideológicamente, y por el otro, militarmente).
La pusilanimidad ideológica de los políticos tradicionales se complementa (como las dos mandíbulas de una tenaza) con la represión brutal de la dictadura, con el objetivo de que la crisis no encuentre una solución combativa a partir de la acción independiente de las masas.
Propuestas pusilánimes para el aterrizaje suave
Orozco, al fin, presenta cinco propuestas a las que llama “apuestas”:
- “Descartar la perfección política, e introducir el método que se requiera para la distribución del poder político. La Unidad Nacional Azul y Blanco y la Alianza Cívica, quedan en propiedad de su espacio que le otorgó Nicaragua, y que se ganaron en la rebelión de abril”.
Nicaragua no otorga espacios. No existe esa entidad abstracta, supra-clasista, capaz de repartir credibilidad. Y nadie ganó nada en abril. Menos aún la UNAB y la Alianza Cívica que no existían en abril.
Nunca nadie busca la perfección de algún político. Cuando se señalan los defectos en cualquier obra es porque no se cumple con lo ofertado. En ingeniería se les llama malas prácticas profesionales o vicios constructivos, que todo control de calidad debe señalar. La perfección es metafísica de Orozco. El origen del problema estriba en la pretensión que se deba votar por las cualidades personales de alguien, lo que resulta absurdo. En política, el problema es que no haya lucha política, sino intereses mezquinos, individuales.
La política es otra cosa. No hay verdaderos partidos con ideologías, con teoría, con sentido social, con programa. La política tradicional gira en torno a cualidades personales de los candidatos e induce a votar por tales cualidades. Es lógico que el pueblo mida a tales candidatos, como se cata las cualidades del vino, por medio de parámetros de excelencia, y simplemente detecte que en lugar de un buen vino se le ofrece vinagre.
En la democracia el pueblo delega el poder para que se ejecute un programa, no por las cualidades de alguien.
Votar por cualidades personales es lo que conduce a buscar caudillos. Alguien sobresale sobre la mediocridad por su falta de escrúpulos, lo que lo vuelve apetecible al gran capital, que también carece de escrúpulos. El método propuesto, de votar por cualidades personales, no es democrático, sino feudal. Por ello, el pueblo rechaza con repugnancia a quienes, en vez de luchar, ven en la crisis la oportunidad de presentarse como candidatos (y llegan a creer que su paso por la cárcel los hace presidenciables).
¿Qué es el método justo para distribuir el poder político? Por ahora, no hay poder político a distribuir. Si acaso, se debe definir un nuevo poder político. Y quienes deben definirlo son los luchadores, a medida que se incorporen a luchar por un cambio radical.
Propone Orozco:
(2) “Hay que anular la desconfianza. Construir puentes entre iguales, pero con distintos pesos. Los jóvenes tienen un peso confiable, ellos tienen que mostrar con certeza su peso político por los atributos que poseen”.
Si los pesos distintos tienen valores distintos en virtud de alguna cualidad, tal cualidad hace que no sean iguales. Es decir, si la UNAB tiene un peso distinto que el PLC, entonces ambos no son iguales dentro de la Coalición. Construir puentes no tiene algún significado cuando cada quien conserva expectativas propias de obtener el mayor beneficio para sí (de lo contrario, se disolverían en una sola organización). Los jóvenes, en política no poseen ningún atributo, si acaso, la inexperiencia y la falta de conocimientos, no la capacidad de conducción. Alejandro Magno era joven, pero ningún joven se asemeja a Alejandro Magno. Las grandes guerras de la humanidad, en cambio, las conducen los viejos.
Dicen los jóvenes: “Si no nos dejan soñar no les dejaremos dormir”. Es un reclamo infantil. Así, representan a los soñadores no a la nación que ve la realidad a ojos abiertos. Las masas acuden a luchar bajo una dirección consecuente y exitosa. La desconfianza es una forma elevada de conciencia política, porque, quien desconfía, se apresta a confiar sólo en sus propias fuerzas.
Propone Orozco:
(3) “¿Cuál es el costo político de poner a los partidos políticos en su lugar, sabiendo que se puede perder un espacio en la ‘casilla’, y arriesgarse a quedar sin partido? El riesgo es menor que la pérdida de esa casilla. Pero hay que medir y apostarle a todo lo que convenga más al pueblo nicaragüense, y no al partido, o al miedo de perder”.
Orozco proviene de fuera de la política, su lenguaje carece de sentido. Quiso decir, que quitarle capacidad de voto a los partidos zancudos en la toma de decisiones en la coalición, le conviene al pueblo, y que no importa si por ello se pierde la casilla electoral que estos partidos poseen. Orozco razona a mitad camino. Debió continuar, que no importa si estos partidos se van a negociar por separado con Ortega las reformas electorales. Y debió explicar por qué ese riesgo es insignificante. La coalición –que se propone negociar con Ortega– no tiene otro objetivo que neutralizar ese riesgo de las negociaciones paralelas. Por ello ha puesto a todos sus miembros un grillete en el tobillo.
Propone Orozco:
(4) “Apostarle al futuro. Es una fuente de confianza. El futuro, ese entorno que desconocemos, ofrece más oportunidades que el presente y el pasado dictatorial, son los jóvenes quienes más representan el futuro de Nicaragua, apostándole a su capital político con ideas innovadoras, demandas de mejor empleo, y rechazando trofeos y favores como la transacción a cambio de votos”.
El futuro no es fuente de confianza. Es al inverso. El futuro es resultado del pasado y del presente. Se construye ahora. Habrá que tener confianza en las luchas presentes. Si ahora no se obtienen victorias y conquistas importantes para la nación, el futuro de nuestros hijos y nietos es desastroso. Quien le apuesta al futuro a ciegas, sin luchar en la actualidad, es un sinvergüenza que espera que lo carguen los demás.
El rumbo actual del país, su tendencia actual, es al desastre. El futuro de la juventud, más bien, es adverso, en una sociedad que envejece sin que la juventud haya sido formada para una mayor productividad. La juventud, tiene fuerza, salud, potencial creativo, pero, no tiene capital político, incluso su peso demográfico en la sociedad tiende a disminuir. Por ahora, la tendencia es a enfrentar condiciones de desempleo en el futuro, y a recibir en sus espaldas una carga social inmensa por la abundante población dependiente.
Última propuesta de Orozco:
(5) “Hay que ‘desatanizar’ la negociación y los acuerdos políticos. El pacto y la negociación van acompañados de reglas, normas, sobre rendición de cuentas, transparencia, comunicación, y distribución del capital político. Sin estas cuatro reglas, un acuerdo difícilmente es democrático. Debemos enterrar para siempre las ‘misas negras’.”
¿Qué es un acuerdo democrático? La negociación no se rige por reglas. Los acuerdos son positivos o negativos, según su efecto en la marcha de la lucha de la nación. En sí mismos, no son democráticos, ni pretenden ser democráticos, ni en la forma ni en el contenido. En una negociación no entra la democracia, sino, la correlación de fuerzas y la voluntad (más al externo que al interno de la negociación), que nada tienen que ver con la democracia, sino con la lucha, con el conflicto. Una negociación no se resuelve votando (eso fue una sandez incorporada por la Conferencia Episcopal durante el diálogo de 2018).
Toda negociación viene determinada por necesidades relativas a la correlación de fuerzas. La toma de decisiones es un análisis, fuera de reglas, de las restricciones impuestas por la realidad en circunstancias concretas, y por la ganancia que podría obtenerse. Una partida de ajedrez tiene reglas en general, pero, no en cuanto a la estrategia a desarrollar para superar al adversario en el desarrollo de la partida. Ello resulta de un análisis de combinaciones posibles a partir de las respectivas posiciones de las piezas, y de sus características. Incluso, de la inteligencia emocional del adversario.
El objetivo de la negociación es decidir quién puede imponer los términos del acuerdo no sólo porque tiene mejores cartas, sino porque las juega mejor, y porque las circunstancias le favorecen. Los términos de la negociación dependen de cómo puede evolucionar la negociación –a favor de quién– si se extiende en el tiempo. ¿Cómo se proyectan las circunstancias en el próximo futuro?
Contrario a lo que dice Orozco, hay que descartar los pactos, los acuerdos políticos, las negociaciones, que corresponden a intereses individuales, sin una estrategia nacional de lucha.
Las cuatro reglas de Orozco son una falsedad. El engaño consiste en simular transparencia, comunicación, rendición de cuentas, como si ello fuese lo esencial. La negociación se mide por sus resultados respecto a la correlación de fuerzas y a su posible desarrollo consecuente. En función del objetivo final. No por transparencia.
Distribución del capital político es una frase sin sentido. El capital político significa la capacidad de dirigir las luchas de las masas, y eso no se distribuye. Esa capacidad no se ganó en abril. Lo esencial es que toda negociación sea parte de una estrategia nacional de lucha, cuya función sea la de fortalecer ulteriormente la capacidad de luchar. La negociación es parte de un circuito redundante hasta lograr el objetivo final que dio pie a la negociación.
Si el objetivo es el aterrizaje suave, la negociación estará dirigida por la oligarquía y sus ideólogos.
Por ahora, cuando las masas no han aparecido en el terreno de lucha, ninguna negociación con Ortega forma parte de una estrategia combativa, sino de pactos y componendas miserables que Orozco pide que se deben “desatanizar” por medio de reglas y normas democráticas, como si se tratara de echarle agua bendita a la conciliación con Ortega. La conciliación con Ortega es una traición a la rebelión libertaria de la nación que se encuentra en ciernes. Y la traición nunca es posible “desatanizarla”. Dante reservaba a los traidores el último, el noveno círculo del infierno, en Antenora, una de las cuatro regiones de Cocito, donde los traidores a la patria permanecen sepultados en el hielo hasta la cintura, expuesto el torso a los fríos infernales.
Los pactistas, que se preparan a negociar con Ortega, deberían pedirle a Orozco, desde ahora, trajes de invierno.