El dilema de Segismundo
Prosa de prisa (diario de un nicaragüense en el extranjero)
«¡Y teniendo yo más alma,/tengo menos libertad!». Este es el doliente estribillo que, con sus variantes, utiliza Segismundo, personaje principal de la obra de teatro La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca (1600 – 1681), para quejarse de su destino. Envidia ontológica ante los cuatro elementos: aire, tierra, agua y fuego, que gozan, en sus manifestaciones naturales (ave, homo sapiens, pez, arrollo y volcán), de más albedrío que él.
Su punzante monólogo no comienza dirigiéndose a las musas invocadas por Homero (siglo VIII a.C.) y Virgilio (70 a.C. – 19 a.C.) para componer sus poemas épicos, sino increpando al cielo, al cosmos, a Dios, porque su dolor persigue una respuesta ya que él, que todo lo racionaliza, también exige una racionalización de parte de Dios que consiga refutarle su argumento. Y ante el silencio de su Creador, una pregunta retórica –«¿qué delito cometí/contra vosotros naciendo?»– lo conduce a contestarse a sí mismo: «pues el delito mayor/del hombre es haber nacido».
Es la genuina voz de la especie humana, dirá Miguel de Unamuno (1864 – 1936) ya en el siglo XX, pues le parecía claro que todo hombre en algún momento se ha preguntado, aprisionado en la inmensa cárcel del mundo donde abundan odios, celos y mentiras, su razón de existir. Job maldice el día en que nació y también lo hace Jeremías encerrado en un calabozo. Las increpaciones de Segismundo son universales, arguye Alfonso Reyes (1889 – 1957) cuando las percibe como «un tema que se desenvuelve en la literatura, plegándose al criterio de cada época («Un tema de La vida es sueño», Obras completas, 4: 185). Así, también Homero decía que el hombre es la más triste de las bestias del campo.
De igual forma el mismo Alfonso Reyes, hace casi un siglo, en 1917, reveló cómo las ideas que plantea Segismundo en su monólogo –el delito de nacer y la falta de libertad– penetraron en la España renacentista y barroca a través de Plinio el Viejo (c. 23 – 79), quien en el séptimo libro de su Historia natural deja claro el lamentable estado del hombre y el lugar que ocupa en el mundo en comparación con los demás animales:
Sólo al hombre ha hecho naturaleza desnudo, y en tierra desnuda, y el día que nace comiença a auitarla con quexido y llanto. En ningún animal ay lágrimas sino en el hombre, las quales son principio de vida. No ríe hasta aver passado quarenta días, y llora al momento que nace. Las otras fieras y animales que nacen entre nosotros quedan libres en naciendo, y el hombre -nacido para señor dellos- llorando está, ligado de pies y manos, y como por mal agüero comeinça su vida por prisiones y dolor; y este mal no le viene por otro error, sino por aver nacido (citado por Reyes, 4: 215).
Las palabras de Plinio llegan hasta Calderón y a través de la pluma del dramaturgo las escuchamos ya no como una idea filosófica, pues al ser dichas por un intérprete en el drama taladran el corazón del espectador y lo orillan a reflexionar. Codificadas en lenguaje poético, lo que para Plinio era un argumento basado en la lógica, para Calderón es una reflexión cribada por el corazón. El quejido de Segismundo estremece aún hoy hasta las lágrimas. En Calderón la comparación con la que Plinio inaugura su tratado sobre el ser humano se convierte en una lacerante propuesta que conduce a la catarsis.
Ya desde el inicio de su monólogo Segismundo nos remite a un tema doctrinal. A partir de la caída del hombre toda la armonía que existía en el paraíso se desplomó. En el nuevo orden que suplantó al establecido originalmente por Dios, el hombre ya no era amo y señor de todas las criaturas del mundo. La naturaleza que estaba destinada a servirle de golpe se le tornó adversa y para subsistir debió hacerlo con sacrificio y sudor. Segismundo dirá:
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido:
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Vuelta la naturaleza contra el hombre, nacer se convierte en una transgresión, pues a raíz de la caída nada le es amable sino adverso, ganado con trabajo y dolor. Pero Segismundo lleva el conflicto aún más lejos, ya que es prisionero en una torre, y argumenta que se le ha privado de libertad por haber llegado al mundo de manera delictiva. Entiende que hay hombres libres como Clotaldo, su carcelero, más su argumento no es sociológico, pues percibe su condición de criatura, y no halla en el mundo natural ni en el religioso nada que justifique tanto la prisión física como la imposibilidad de ejercer su libre albedrío.