El fetichismo de la unidad
Pío Martínez
«Tanto se habla de unidad últimamente en Nicaragua que hasta parece haberse convertido en un fin en sí misma, unidad por unidad y nada más. A la unidad se la ha convertido en un fetiche, se le atribuyen poderes mágicos, como si ella sola fuese capaz de conseguir cualquier cosa. Pero la unidad sola no sirve para nada, o peor aún: la unidad puede ser con frecuencia peligrosa».
Fetiche: Del fr. fétiche, este del it. feticcio, y este del port. Feitiço: ‘hechizo, sortilegio’.
«1. m. Ídolo u objeto de culto al que se atribuyen poderes sobrenaturales, especialmente entre los pueblos primitivos».
Fetichismo: Del fr. fétichisme.
«1. m. Culto de los fetiches. 2. m. Veneración excesiva de algo o de alguien. 3. m. Psicol. Desviación sexual que consiste en fijar alguna parte del cuerpo humano o alguna prenda relacionada con él como objeto de la excitación y el deseo».
Transcribo estas definiciones para que nos entendamos bien usted y yo, para que estemos de acuerdo en lo que queremos decir cuando usamos ambos términos en este escrito.
Tanto se habla de unidad últimamente en Nicaragua que hasta parece haberse convertido en un fin en sí misma, unidad por unidad y nada más. A la unidad se la ha convertido en un fetiche, se le atribuyen poderes mágicos, como si ella sola fuese capaz de conseguir cualquier cosa. Pero la unidad sola no sirve para nada, o peor aún: la unidad puede ser con frecuencia peligrosa. Fíjese usted si no cómo marchan unidas las ovejas al matadero, cómo mueren unidas las moscas en el papel engomado, cómo les tiramos maíz a las gallinas para reunirlas y escoger la que queremos para hacer sopa.
Sin un plan definido, sin un objetivo claro, hasta la más grande de las unidades no es nada más que un grupo numeroso de individuos, no tiene ninguna fuerza, no tiene ningún poder natural o sobrenatural. Es fetichismo puro pensar que la unidad sola nos salvará.
Nos llaman a unidad, pero no nos dicen con qué fin. Hasta el más humilde de los boyeros sabe bien que no se sacan del potrero ni se uncen los bueyes si no se tiene un objetivo claro, si no se tiene un plan de lo que se piensa hacer. No tiene sentido uncir los bueyes solo porque sí; primero hay que decidir lo que se va a hacer, saber si vamos a arar o si vamos a usar la carreta. Ya que hablamos de esto: hasta el menos hábil de los carreteros sabe que no se pone la carreta delante de los bueyes.
Para que lo entiendan nuestros politicastros: no se llama a «unidad» solo porque sí. Primero tienen que mostrarnos lo que persiguen, luego podremos hablar de unidad. El plan y el objetivo vienen primero; la unidad se construye alrededor de ellos. La unidad no se construye alrededor de personas, pues ellas son débiles, se rompen bajo presión, se rinden, se venden a veces. Las personas son arena movediza y no se construye una casa sobre arena movediza.
Mire usted cómo son cínicos esos que nos llaman a la unidad sin mostrarnos su plan, sin decirnos para qué nos uniremos, sin decirnos cuál es el camino que seguiremos y el destino al que nos dirigimos. Nos exigen, sí, leyó usted bien, ¡nos exigen seguirles! por su linda cara nada más.
Quieren que les sigamos sin dejarnos ver su plan con pelos y señales (si acaso lo tuvieran), sin permitirnos discutirlo, sin criticarlo, pues según ellos usted y yo somos como niños, no sabemos de estas cosas y son ellos quienes saben de política, ellos quienes nos representarán en negociaciones a puertas cerradas. Quieren que confiemos en ellos ciegamente. Parece que no se han dado cuenta de que somos ciudadanos, no siervos de la gleba.
Ponen los tramposos políticos la unidad frente a nosotros como si fuese la imagen de un santo, para que le bailemos, para que le recemos, para que le roguemos que nos haga un milagro. No se han dado cuenta de que desde abril ya nadie cree más en santos que orinan.