El fulgor de una elegía

A los trece años supe que quería ser escritora. La literatura era mi mundo, donde encontraba refugio y horizonte. Pero también influyó la fascinación ante las lecturas que un profesor sustituto realizaba en clase, aunque solo duraron quince días. Lamento no recordar siquiera su nombre, pero siempre he guardado un profundo afecto por ese tipo de profesor vocacional capaz de transmitir con pasión y tratar a los alumnos con calidez. De esos años son unos primeros poemas ―en realidad más bien canciones— y relatos que destruí en un fuego liberador años después. La literatura de infancia y primera adolescencia era una nebulosa de cuentos de hadas, leyendas, lecturas adaptadas de mitos clásicos ―que me entusiasmaban especialmente―, tebeos, la Biblia, Las mil y una noches, los libros de Enyd Blyton y Mujercitas entre otros.

A falta de biblioteca familiar, la del colegio estaba bien provista y me acostumbré a sacar libros en préstamo con avidez. El Diario, de Ana Frank, La historia de mi vida, de Helen Keller, Calderón de la Barca, Teilhard, de Chardin, Bécquer… En casa estábamos suscritos al Círculo de Lectores, y así accedí a Crimen y castigo y Ana Karenina (Lev Tólstoi), Bendición de la tierra (Knut Hamsun), Sinuhé el egipcio (Mika Waltari), Lo que el viento se llevó (Margaret Mitchell) o la Poesía, Teatro, Artículos (Federico García Lorca).

Mar Cantábrico ©Irene Rus

Asidua a la Biblioteca Pública Jovellanos, de Gijón, llegó el momento de decidir entre lo que entonces se llamaba bachillerato de ciencias o de letras. Otra vez el factor humano volvió a tener peso en mis decisiones. El profesor de matemáticas era un perfecto cretino especialista en humillar a toda la clase cuando había que salir a la pizarra. Y luego estaba la profesora de latín, que hacía lo mismo pero con más malevolencia, con una crueldad sinuosa y dirigida a los puntos débiles de forma personalizada. Huyendo de esta profesora, escogí ciencias. Por suerte, contrataron a un nuevo profesor de matemáticas que no sólo era mucho más competente, sino que también era amable. Gracias a él me reconcilié con los binomios y conservé un interés genuino por la divulgación científica que he mantenido toda la vida. En cualquier caso, llegada a lo que entonces era el COU (Curso de Orientación Universitaria), volví a enfocarme en la literatura, la filosofía y la historia del arte. Hasta tuve que dedicar el verano a estudiar intensivamente latín, obligatorio para hacer el examen de ingreso en Filología.

Entré en la universidad con una buena base en literatura española, pero con el radar puesto en lo que entonces se llamaba literatura universal que acabó por integrarse en lo que posteriorment se conoce como literatura comparada.Y así, por un lado, estaban los estudios oficiales y por otro mis horas de biblioteca y mis lecturas personales. Era como una doble vida extraña y a veces agotadora, pero estimulante y llena de recompensas. Me guiaban las estanterías de la librería Ojanguren, pero también mis propias búsquedas, mi instinto, algunas recomendaciones de personas que me inspiraban confianza (ese hilo que va conectando unas lecturas con otras). Hesse, Baudelaire, Pessoa, Castañeda, Poe, Blake, César Vallejo, Freud… y música, mucha música. Alfonsina y el mar de Mercedes Sosa, el Amancio Prada de Rosalía de Castro o del Cántico espiritual, Víctor Jara, Bob Dylan, Brassens, Moustaki, Mª del Mar Bonet, Pink Floyd, The Moody Blues, King Crimson, Alan Stivell; la música celta, música clásica… La lista sería muy larga. 

El ambiente se encontraba en aquellos tiempos politizado: las asambleas, las novedades y las manipulaciones. Una universidad  que zozobraba entre catedráticos en general clasistas e inaccesibles y profesores no numerarios en revolución discontinua y en un momento histórico agitado ―entre la muerte de Franco y las Tablas de la Ley (Constitución) ―. Cabía añadir el esfuerzo y la convicción de ser yo, de llegar a mis propias conclusiones y ser coherente, a pesar de lo que fuera. En esa época se reafirmó mi poca inclinación a los grupos y mi alergia a lo rimbombante y a las ruedas de molino en cualquier ámbito.

Casi nocturno ©Irene Rus

Hasta ese momento había escrito algunos poemas un poco bobdylanianos, algún relato, y me planteaba colaborar como narradora en una revista de la facultad que se estaba creando y para la que se hicieron unas cuantas reuniones, pero que no llegó a cuajar. Una mañana, en la Biblioteca Pública de Oviedo ―entonces en el Palacio de los Condes de Toreno, en la plaza Porlier―, con dieciocho años, leyendo un ensayo sobre la poesía de Rilke, surgió:

―«¿Quién, si yo gritase, me oiría desde los órdenes angélicos?»

Directo al corazón ese comienzo de las Elegías de Duino, supuso una iluminación, algo fulgurante; mi caída del caballo particular. Una llamada que sentí dirigida hacia mí, a lo más esencial de mí misma. Eso me convirtió en poeta. Todo mi mundo literario, toda mi vida hasta entonces se dirigió hacia ese punto y camino hacia ese mandato.

Leí todo lo que encontré de y sobre Rainer María Rilke. Al año siguiente, hice un viaje durante el verano por la Costa da Morte gallega, Madrid, Granada, Barcelona y Menorca. En aquel recorrido por las distintes latitudes espanyoles llevaba conmigo en la mochila los poemas de mi primer libro. Y por el camino, en Menorca, apareció Hölderlin, aunque esa es otra historia.

Carmen Borja
Carmen Borja (Gijón, 1957). Doctora en Literatura Española, máster en Edición, reside en Barcelona desde 1978. Es presidenta de la asociación cultural Produccions Impossibles y co-dirige la Casa de l'Artista en Terres de Cruïlla. Alejada por convicción personal tanto de la crítica literaria como del mundo académico, su interés central desde hace años es la poesía. Ha publicado, entre otros títulos, la trilogía formada por Libro de Ainakls (1988), Libro de la Torre (2000) y Libro del retorno (2007); La balada de Branko Petrovski y otros poemas (2007), Mañana (2011), Sub Jove en distintas ediciones (2016, 2017 y 2018) y Arrojarse al agua (Animal Sospechoso Editor, 2022). También co-dirigió, junto a Carles Molins, proyectos culturales como Puzle (2003-2006), una publicación excéntrica y multidisciplinaria, así como la colección singular de quince libros de bibliófilo La Plaquetona-Vilamarins (2016-2017) que acabó dando lugar a tres exposiciones realizadas en Girona, la Sénia y Barcelona. | + posts

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